Ezequiel Kosak: Que se queden todes.

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Por Ezequiel Kosak*

Argentina es un caos: no termina de salir de una crisis que ya está metida en otra, y cada vez peor. Por eso, si tenés la oportunidad, lo mejor que podés hacer es irte del país. No lo dudes, armá las valijas y andate: es el consejo de los medios masivos de depresión nacional para esta semana.

Claro que siendo fin de mes, la mayoría está muy ocupada viendo si le alcanzan los billetes para comprarse un último paquete de polenta como para andar planeando mudanzas, pero lo importante no es que se vayan todos sino asimilar el concepto: es más probable que te hagas millonario lavando inodoros en Miami que intentando progresar en este granero de chantas. Además es más digno.

Y ojo, a no confundirse: celebro el espíritu de aventura, el entusiasmo por conocer y convivir con otras culturas, las ganas de sentirse ciudadano del mundo. Está bárbaro empezar de cero en otros paisajes; distanciarse sanamente de la gente que te quiere o te rodea; darse tiempo para descubrirse uno mismo; explorar nuevos horizontes, apasionarse en otros idiomas. Pero mientras te ilusionan con un mundo pacífico y ordenado que estaría esperándote ni bien salgas de tu zona de confort, encantado de darle la bienvenida a cuanto inmigrante desee traer sus sueños y voluntad de prosperar, en el paquete nos trafican turbias desesperanzas sobre nuestro presente nacional, sutilmente presentadas como razones para no querer quedarse en casa.

“A mí no me interesa la política, pero este país no cambia más: siempre hay quilombo, no se valora el esfuerzo, no hay libertad, no se puede ni caminar por la calle tranquilo. Bah, en cualquier pueblito pampeano uno puede andar de noche sin que le pase nada, pero no lo vas a comparar con el glamour de una avenida europea…”  “Además acá la gente es bruta y vota mal, siempre elige a los mismos corruptos y no aprende. Los gobernantes quieren mantenerte pobre para que dependas de lo que ellos te den, ¿pero de dónde sacan eso que les regalan? De cobrarle impuestos a los que laburan. ¡Y los gremios! ¡Un montón de patoteros! Son capaces de pararte una empresa por cualquier cosa, en vez de alentarla a producir y dar trabajo. Así no se puede avanzar”.

“La sociedad argentina es así: el que hace las cosas bien es un boludo, nadie te apoya para emprender y le ponen trabas al que quiere superarse, la viveza criolla manda. Un país lleno de maleducados y vagos, incorregible, sin futuro. Por eso me voy: la única salida es Ezeiza”.

La República se hunde, sálvese quien pueda: con ese mensaje repetido día y noche la derecha machaca las subjetividades populares. No hay matices ni complejidades en su lectura decepcionada sobre la historia que supimos conseguir: todo siempre fue igual y no hay indicios de que vaya a mejorar.  En lo que al amplio campo popular respecta, que a los poderosos la Argentina les resulte indomable es una señal de buena salud, algo de lo cual podemos sentirnos un poquito orgullosos. A pesar de contagiarnos algunas de sus mañas autoritarias, no pudieron imponernos un país a imagen y semejanza de sus empresas, una nación “sin grietas” donde los peones se callen porque está hablando el patrón.

El anhelo de irse del país, planteado en esos términos de desencanto con la patria amada, expresa una salida individualista para tiempos de emergencia que encuentra limitaciones en su propia indiferencia: es imposible ascender socialmente con esfuerzo personal sin comprometerse con el sufrimiento de los demás, porque tarde o temprano el malestar también nos tocará de cerca. Nosotres, reconociendo esas desigualdades que también padecemos y nos atraviesan, confiamos sin embargo en crear soluciones solidarias y colectivas a nuestras necesidades.

Tratamos de involucrarnos en nuestras comunidades buscando multiplicar la participación popular en las decisiones sobre los asuntos comunes de cada barrio, de cada lugar de trabajo, de cada pueblo. A la violencia en las calles no le oponemos la crueldad institucionalizada, sino la ternura, la responsabilidad colectiva en la crianza de nuestras niñeces y adolescencias, el reclamo sostenido de justicia para las víctimas.

Frente a la campaña permanente de desprestigio de la política partidaria y la actividad sindical (no siempre falta de verdad, porque los Ameris son demasiados, hay que decir), reforzamos la convicción de que son valiosas herramientas para incidir en la construcción de nuestros destinos, y luchamos por democratizarlas.   Frente a la evidente escasez de oportunidades laborales en un mercado al que le sobran millones de laburantes, frente al abandono del Estado en garantizar derechos elementales como el acceso a la vivienda propia, promovemos la solidaridad de clase, conscientes de que la lógica de este capitalismo depredador, excluyente y precarizador es parte del problema y no de la solución.

El campo popular es capaz de inventar una salida que augure un buen vivir en nuestras comunidades, ya que plantea horizontes que invitan a la esperanza aún en tiempos de desánimo. Sigámosle dándole voz, cuerpo, ganas, y el futuro de estas tierras será nuestro por prepotencia de trabajo.

 * Educador

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