La historia de Woodfox es sobrecogedora y no es una excepción. Tenía 22 años, cumplía condena por un atraco. En la cárcel tomó conciencia del racismo, estudió derecho y se unió a los Panteras Negras. Le culparon por el asesinato de un funcionario de prisiones en un juicio sin pruebas. Su pena fueron 43 años en una celda de aislamiento en la penitenciería de Luisiana conocida como Angola, una antigua plantación de esclavos, considerada la prisión más cruel de EE.UU. Logro salir de prision a los 69 años y se encontró con el mismo mundo racista que dejó a los 22. Explica su historia en un libro sobrecogedor, Celda de aislamiento. Mi historia de transformación y esperanza.
Qué fue lo mejor de su infancia? Formar parte de una familia, aunque fuera muy pobre, no conociera a mi padre y a veces tuviera que robar pan para comer.
¿Y lo peor? Tendría unos 11 años, una niña blanca me llamó “negro asqueroso”. Fue la primera vez que una persona blanca me decía algo así a la cara.
Su madre se prostituía, ¿cómo lo vivía? Era analfabeta. Se libró de un hombre que le pegaba e hizo lo que pudo para mantenernos, trabajó de camarera, limpiadora y cuando no había nada más se prostituía. Recuerdo ver su dolor y su sufrimiento al tener que pasar por algo así. Mi gran vergüenza es haberla juzgado, haber pensado mal de una mujer que tanto hizo por mí y por toda la familia.
¿Cuál era su sueño de adolescente? No tenía sueños a largo plazo, todo giraba en torno a la supervivencia, solo pensaba en el día a día. Era un pandillero. Me enganché a la heroína. En 1969, a los 22 años, me condenaron a 22 años de prisión por robo a mano armada.
En la cárcel cambió su ira por el activismo. Conocí a miembros de los Panteras Negras, me dieron libros, lecturas y tomé conciencia política, entendí la dimensión de la injusticia racial y decidí luchar contra ella. Junto a Robert Hillary Kingl y Herman Wallace nos rebelamos contra el despiadado régimen racista de la prisión.
¿Cómo se vivía en la penitenciería de Luisiana, conocida como Angola? La cultura y la actitud eran propias de la época de la esclavitud, y siguen existiendo hoy en día. Los guardias vendían a los presos jóvenes como esclavos sexuales en cuanto llegaban, era “el día del pescado fresco”. Querían tener presos sin espíritu, que nos enfrentáramos entre nosotros, así era más fácil controlarnos. Si te violaban en Angola te convertías en un gal-boy , una posesión de tu violador. Serías vendido, prostituido.
¿Consiguió no tener dueño? Tuve que pelear. Luego con Herman creamos grupos para proteger a los nuevos internos. La primera vez que impedí la violación de un joven recién llegado me subí a una mesa y hablé.
¿Qué les dijo? “¡Oídme bien, hijos de puta! ¡Os hablo a vosotros, a los que estáis pensando en violar a alguien! ¡Que sepáis que os tenemos vigilados!”. Les pedí que se imaginasen que aquel chico era su hermano o uno de sus hijos y les pregunté cómo se sentirían.
¿Qué ha entendido del ser humano? Que es capaz de actuar con brutalidad y crueldad si ocupa una posición de poder.
¿Qué no puede olvidar o perdonar? Nunca olvidaré a los hombres a los que llevaron a la locura. Yo leí muchos libros legales y comencé a ganar juicios por castigos crueles e inusuales. Recibí muchas palizas, y cuando un funcionario de prisiones fue asesinado, nos culparon a Herman y a mí.
Años después se demostró su inocencia. Un violador en serie condenado a cadena perpetua declaró contra nosotros a cambio de su libertad. Me condenaron a pasar el resto de mi vida en una celda de aislamiento: 23 horas al día, 7 días a la semana, en uno por tres metro.
¡Estuvo en ese agujero 43 años! Era como un ataúd lleno de cucarachas y ratas. Una experiencia horrible. Temía convertirme en un bebé, acurrucado en posición fetal, para el resto de mi vida. Pero aprendí que era capaz de controlar mi entorno si me esforzaba.
¿Qué impidió que se volviera loco? Luchar por los derechos humanos dentro de la cárcel. He enseñado a otros internos a defender su dignidad y amor propio. Convertí mi celda en una universidad, una facultad de derecho, un espacio de debate. He luchado para conseguir mejores condiciones para todos los internos, acabar con los cacheos sin ropa innecesarios y otros abusos. No iba a permitir que la cárcel fuera lo que me definiese, soy yo el que define la persona que soy.
Visto desde hoy, ¿mereció la pena? Sí. Lo que me ha tocado vivir me ha convertido en el ser humano que soy en la actualidad. Rompieron mi cuerpo, pero no pudieron quebrar mi espíritu. La vida me ha enseñado que si no luchas, mueres.
¿Qué pasa cuando descubres que no hay justicia ni humana ni divina?Siempre lo supe. Ser afroamericano en EE.UU. significa que puedes ser una víctima solo por el color de tu piel.
Herman Wallace murió tres días después de salir de la cárcel, es como una broma. Todavía me duele. Era mi amigo. Me enseñó que se puede tener miedo mientras te aferras al valor y que perder una batalla no es lo mismo que perder la guerra.
Ya es libre, pero el racismo siguen ahí… La libertad me da la oportunidad de seguir trabajando activamente por los derechos humanos. Hay que seguir luchando. No os rindáis.
¿Qué teme? Mi mayor miedo es la destrucción total de la humanidad. Es algo que puede pasar.
¿Cuál ha sido el mayor logro de su vida? Haber enseñado a otro ser humano a leer y a escribir.
La Vanguardia.