En estos días cumplió años el mejor jugador de fútbol de la historia. Es mucho decir tratándose del deporte mas popular y masivo del mundo. A medida que pasa el tiempo su leyenda se agiganta mas allá de contradicciones lógicas de cualquier ser humano. Publicamos estas palabras afectuosas y comprometidas de Andres Borrello, compañero, docente y militante de izquierda que compartió esta carta con LT noticias.
Suele cuestionarse siempre que se puede la vida privada del astro del futbol mundial, en palabras de Víctor Hugo. En la sociedad argentina existe quien considera que hay otro jugador que ha superado las hazañas de Diego Maradona, y quienes consideran que todavía, como jugador, continúa siendo el mejor del mundo.
Pero suele hacerse una distinción cómoda, esa que señala que se lo apoya como jugador y no como persona. Se dice que lo que hizo con su vida privada no corresponde al ámbito del fútbol y que, por eso mismo, no se opina. O se critica.
Es una manera sencilla de dividir a una persona y aceptar lo que “está bien”, es decir, el fútbol, y dejar de lado “lo que está mal”, o sea, el resto de su vida. Como si su esencia como persona no fuera necesaria ni fundamental para que él pudiera haber desarrollado su estilo deportivo.
Por mi parte, evito hacer esa distinción tonta, para tratar de confortar a un sector de la sociedad que rebosa de hipocresía. Lo acepto, tal y como es. Con sus contradicciones, con sus defectos, con sus crisis y sus tensiones. Es eso lo que lo hace el mejor jugador del mundo.
Pero primero lo primero: Diego Maradona no es ejemplo de nada. Es sólo un pibe pobre de un barrio humilde que triunfó en una disciplina deportiva, quizá como nadie antes ni después. Pero nada más.
No es este el lugar para hablar de sus méritos y logros deportivos, que son ampliamente conocidos. De hecho, es por esos mismos méritos que se lo considera el mejor en el fútbol.
Me interesaba reflexionar acerca de lo no deportivo. Eso que le incomoda al sector hipócrita de la población. Esa parte de la sociedad que tiene ídolos de cartón, muchachos (dejo la discusión sobre las idolas femeninas para otro momento) artificiales producto de las marcas deportivas, que los traen de aquí para allá, los peinan y maquillan, les dan un guion para desempeñarse en los lugares públicos y las conferencias de prensa, y les prohíben hablar de determinados temas.
Eso hace a Diego Armando Maradona el mejor del mundo.
El Diego siempre se destacó por incomodar, tanto dentro como fuera de la cancha. Pero, repito, no vengo acá a hablar de sus logros deportivos, sino de lo demás. Y ahí, afuera, entre nosotros, era más molesto que adentro.
Maradona es el espejo de la sociedad en la que se crio, es un argentino más. Es agrandado, canchero, divertido, prepotente, verborrágico, altanero. Es la representación del argentino promedio. Y eso molesta, por supuesto, a buena parte del país, quien además de no entender nada de la vida, busca cuestionarlo a partir de su forma de ser para, justamente, negarse en esa representación.
Pero a esa incomodidad innata, el Diego le responde adoptando una actitud contestataria ante el mundo. Durante los años noventa, Cuba vivió lo que se conoce como “período especial”, un momento donde la mayoría de los países del mundo aplicaron el bloqueo económico contra el régimen comunista de Fidel Castro. Y ahí estaba el Diego, apoyando la revolución, con su resplandeciente tatuaje del Che en el brazo y sus característicos habanos.
Reivindico esa incomodidad. La que, cuando se salía de los brutales ajustes económicos de Menem durante sus dos períodos de gobierno y nos dejaba un 50% de la población argentina en la pobreza, el Diego denunciaba por televisión que Cavallo volvía a ser Ministro de Economía con el gobierno de De la Rúa. “La memoria del argentino es muy frágil” sentenció.
En el año 2005 se desarrolló en Mar del Plata la Cumbre del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), donde la visita de George W. Bush al país buscaba consolidar el proyecto de eliminar las barreras aduaneras y así posibilitar un intercambio justo entre todos los países de América. Justo, valga la redundancia, para las empresas norteamericanas, pero profundamente desigual y desleal para la competencia con las empresas y los estados latinoamericanos. Allí estuvieron, para frenar el imperialismo norteamericano, en un acto multitudinario, Hugo Chávez, un todavía aspirante a presidente Evo Morales, entre otros referentes de la izquierda política latinoamericana. Y también, como no podía ser de otro modo, estaba el Diego. Entre banderas del Che y Evita, ante una plaza colmada de gente, manifestó: “la Argentina es digna. Echemos a Bush”.
Recientemente, a inicios de 2018, Maradona fue visto sosteniendo el estandarte de la bandera de Venezuela. “Soy un soldado de la revolución” dijo, junto a Nicolás Maduro, reelecto como presidente.
Incomoda tanto Diego que dudo poder hacer un juicio valorativo contra él. O sí.
Habría que denunciar su falencia como persona a la hora de abandonar a los hijos que ha tenido con varias parejas a lo largo de su vida, y que deberá responsabilizarse por sus actos. Porque, no podemos negarlo, Maradona se valió de su apellido para evitar tener mayores inconvenientes con ese tema. Pero siempre hay que recordar que él nunca quiso ser ejemplo de nada.
Es tan incómodo el Diego, que permite que se use un artículo antes de un nombre propio. Porque en las reglas gramaticales no puede aceptarse un “el” y después un nombre propio. A menos, claro, que el nombre propio sea “Diego”, porque Diego hay uno solo.
Me gusta decir que el Diego es el más grande por lo que hizo dentro de la cancha, pero también por lo que hace fuera de la línea blanca. Y sí. Maradona fue y es un enfermo por sus adicciones. Uno más en nuestro país, cada día más subsumido en el consumo de estupefacientes legales e ilegales.
A Maradona no se le perdona nada de lo que hizo, hace y hará fuera de la cancha.
Pero yo a el Diego lo quiero como es. Además de futbolista, quilombero, zurdo, incómodo, verborrágico, insurrecto… porque el Diego es un soldado del pueblo. Después, ya veremos si existe algún Comandante entre nosotros.
Feliz cumple Diego… si supieras cuánto te quiero.