Vivir para contarla. El Rally de santos de Ángeles Alemandi

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Por Gina Paola Rodríguez*

Santafesina de origen y pampeana por adopción, Ángeles Alemandi, es una comunicadora social que irrumpe en la escena literaria nacional con Rally de santos, su primera novela publicada por la editorial La Parte Maldita. Conversamos con ella sobre este y otros trabajos que interesan por su especial modo de interpelarnos en tiempos de desastre.

G.P.R.: En la contratapa de tu novela se lee lo siguiente: “La medicina se había pronunciado: carcinoma de alto riesgo”. Sin embargo, más que un libro sobre esta enfermedad tabú, encontramos que Rally de Santos es una historia de amor y de fe. ¿Es así?

A.A: Es una novela que ilumina el vínculo entre una madre y una hija en tiempos de oscuridad. Sí, la historia está atravesada por la enfermedad, pero crece en ese laberinto del amor materno que a veces es tan tremendo. Y digo tan tremendo, porque llega a lugares impensados, incómodos, desquiciantes. En este caso la madre se aferra a sus creencias y es como un huracán que devora todo, empezando por la paciencia de la hija que descree de los milagros y apuesta a que el camino de la sanación está en la medicina. Ese desencuentro es a la vez otro tipo de encuentro: porque hay amor, porque esa hija también es madre, porque al fin de cuentas entiende.

G.P.R: Si bien es tu primera novela, no es la primera vez que escribes sobre el desastre. Recordamos especialmente una crónica tuya que fue finalista del concurso Crónicas Interiores donde describías un accidente insólito producido por un sillón que voló en plena ruta 35 y produjo un accidente automovilístico. También otra crónica sobre los incendios en La Pampa. ¿Qué tiene de especial el desastre al momento de escribir historias?

A.A: No lo había pensado, ahora que doy vueltas sobre eso creo que mi búsqueda trasciende el desastre hasta el punto de perderlo de vista, pero puede ser que empiece ahí. En el caso del accidente de tránsito que provocó el sillón, yo no quería contar el horror de ese acontecimiento -que le costó la vida a una vecina, y marcó por siempre al remisero que manejaba como al pibe que trasladaba el sillón en una camioneta y se enteró muchas horas después de que se le había caído en la ruta empujado por el viento- sino que me interesaba reconstruir ese día para todos ellos y meterme en el palpitar de lo cotidiano, en la fragilidad que nos rodea, en cómo sucesos tan inesperados, a veces tan ridículos, pueden cambiarnos para siempre. Quizá con el fuego pasa lo mismo: más allá de la desolación que dejan cientos de miles de hectáreas quemadas, más allá de la negrura, reverdecen historias pequeñas que valen la pena: la de los y las bomberos que nos cuidan, la de los empleados rurales que lo dejan todo para salvar tierras y animales que no les pertenecen.

En Rally de santos, que está basada en hechos que viví, la escritura se volvió salvadora. No porque el relato fuera catártico o porque intentara acercarse a la autoayuda. En su novela El mundo, Juan José Millás dice: “la escritura abre y cauteriza al mismo tiempo las heridas”. Amo esa expresión y muchas veces es así. Pero yo con la novela no pretendía curar nada, yo quería ser la que quise ser siempre, la que a los 7 años ya se soñaba periodista. Esta vez mi pretensión era literaria, entonces el recorrido de esos meses de tratamiento y cirugías lo hice desde el lugar de una mujer que escribía, no como paciente, yo buscaba detalles, personajes, escenarios, pensaba todo el tiempo cómo contar aquello del modo más bello posible.

G.P.R: Yendo a la cocina de la escritura, ¿cómo fue el rally de esta novela? ¿Qué itinerario tuvo?

A.A: En ese modo de mirar mío, de “vivir para contarla”, el primer indicio de que tenía una historia fue cuando mi madre usó esa expresión en un mensaje de texto. Era un día que no atendía el teléfono y cuando al fin se comunicó me dijo que estaba haciendo con mi padre el “rally de santos”, porque terminaban una gira de una Iglesia a otra rezando por mi salud. A mí me pareció un regalo. Y esa mujer, mi madre, de pronto fue más: vi en ella la protagonista, empecé a repasar los últimos meses y me estaba dando letra, era mi gran personaje. Así que durante la recuperación empecé a concentrarme en eso. Absorbía todo lo que podía: colores, texturas, diálogos. La escritura vino después, cuando regresé a nuestra casita pampeana al finalizar la cumbia de la quimio, las cirugías y la radioterapia. Ahí empecé a poner en palabras todo lo que runruneaba en mi cabeza y tuve la suerte de que la escritora Gabriela Cabezón Cámara me acompañara en ese proceso. Al principio fue difícil, escribía y lloraba, me descomponía, corría al baño con el estómago revuelto. De a poco pude separar a la autora del personaje y ahí supe que sí, que escribiría la novela. Esto fue entre 2014 y 2016, después los santitos entraron en su propia sala de espera: la novela participó de concursos y salió a la búsqueda de una editorial que la abrace. A comienzos de este año La parte maldita me contactó interesada en publicarla. Y acá estamos.

G.P.R: En todo camino creativo hay desvíos, rutas recalculadas. ¿Cómo describirías tu tránsito de la crónica a la novela? ¿Cómo te cambiaron las coordenadas?

Mi mundo es el de la no ficción, soy periodista, investigo historias e intento contarlas en clave narrativa. Con Rally de santos mi materia prima es la propia vivencia, pero en ese camino creativo descubro que no es una crónica íntima. Trabajando en esa historia me di cuenta de que estaba inventándome un cuento que me hacía perder de vista si la reconstrucción de los hechos era legítima o se ajustaba a lo que a mí me interesaba contar. Recuerdo que mientras escribía leí un libro maravilloso: El desayuno del vagabundo de Richard Gwyn y en un capítulo él responde muchas de las preguntas que me estaba haciendo. En un momento dice: “…en cualquier parte que relatemos, inevitablemente embellecemos, inventamos, difamamos, arrojamos dudas, interrogamos, examinamos, ofrecemos a consideración, incluimos o desechamos, analizamos, afirmamos, hacemos referencia, exculpamos, implicamos, alineamos, disociamos, reconstruimos, reconfiguramos, contamos cuentos, acusamos, calumniamos o mentimos”. Respondiendo a tu pregunta: ahí se ordenaron mis coordenadas, ahí supe que estaba escribiendo una ficción, dándole a esa historia la forma que yo quería, preocupándome más por darle vuelo literario, sin importarme lo mucho o poco que coincidiera con lo real

G.P.R: Tus textos tienen la potencia de hacer de lo ordinario, algo extraordinario. De ennoblecer las pequeños gestos y convertirlos en grandes gestas. ¿Tiene algo que ver con el lugar desde el que escribís? ¿Un pueblo pequeño de La Pampa?

A.A: ¿Acaso será una estrategia de supervivencia?

G.P.R: Otro tópico interesante de Rally de Santos, es el humor ácido de una (im)paciente de cáncer, ante los lugares comunes y poco empáticos de quienes miran la enfermedad desde afuera. ¿Crees que tu novela contribuya a una comprensión distinta? Vale decir, ¿da algunas pistas acerca de cómo lidiar con un amigo o familiar con este diagnóstico? 

A.A: Creo que cuantas más interpretaciones permita un texto, mayor será su riqueza. Lo genial es cuando se abre ese diálogo entre el libro y el lector que viene con toda su subjetividad y vulnerabilidad a entregarse a una historia. En estas primeras semanas de circulación de la novela he tenido devoluciones de lo más variadas: algunas hacen foco en el amor materno, en los límites que puede llegar a cruzar ese amor; otros se hacen preguntas en relación a las creencias; están quiénes sólo disfrutan la lectura y me dicen que por momentos lloraron o se sorprendieron riendo a las carcajadas; algunos subrayan fragmentos que les gustaron mucho o se quedan pensando en cómo uso las mayúsculas, por ejemplo. Y sí, también están los que se identifican con la enfermedad porque pasaron por una vivencia así o acompañaron de cerca a algún paciente y se sienten interpelados, se cuestionan modos de actuar, cosas que dijeron, la mirada que tienen sobre el cáncer y está buenísimo que eso pase aunque no hayan sido mis intenciones.

G.P.R: Sabemos que estás en la promoción de esta novela, pero como somos impacientes, queremos preguntar. ¿Estás trabajando en algún proyecto más? ¿Qué se viene después de los santitos?

A.A: Ahora estoy trabajando en crónicas pampeanas, en el marco de un proyecto que llevamos adelante con Lautaro Bentivegna y por el que ganamos una Beca Creación del Fondo Nacional de las Artes.

Y en estos tiempos de pandemia la virtualidad me permitió encontrar un espacio precioso en un taller de escritura creativa a cargo del escritor Mauricio Koch.

Pero qué se viene después de los santitos, no sé. Es mucho pedirle a este 2020, ¿no?

*Politóloga colombiana, Magíster en Filosofía (UNAL) y Doctora en Ciencias Sociales (UBA). Actualmente es  docente e investigadora en el Centro de Investigaciones en Ciencias Jurídicas de la Universidad Nacional de La Pampa y en el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe de la Universidad de Buenos Aires.

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