Por Ezequiel Kosak
Tiramonti supone que basta el prestigio de su apellido para que un cúmulo de difamaciones sean citadas cual verdades certificadas por una especialista en educación.
Desde las páginas del diario conservador La Nación, alega que todo el dinero invertido en el sistema educativo se utiliza para sostener un simulacro de enseñanza.
No se molesta en averiguar datos, ni remite a bibliografía alguna. Así nomás, reduce a esa única explicación las experiencias de más de diez millones de estudiantes y docentes que diariamente nos encontramos en las aulas del país.
No es casual que esgrima como evidencia objetiva de la tragedia educativa las declaraciones del gerente de una multinacional, que lamenta no poder contratar más empleados porque quienes se postulan para ello no saben ni leer un diario.
Y es que lo que Tiramonti presenta como una novedosa y valiente hipótesis no es más que el viejo prejuicio clasista según el cual trabajo hay, pero los pobres no lo consiguen porque son ignorantes.
Toyota miente. Al ratito ya se difundían testimonios de quienes presentaron su CV, fueron a entrevistas, tenían secundario completo e incluso estudios superiores, pero igual nunca los llamaron.
Saben que el trabajo es una mierda, monótono, que destruye el cuerpo, pero lo necesitan: a otres con ese cuento de que no hay millones esperando una oportunidad, en esa misma y desesperante situación. Pasa que hay que leer la realidad, además de los diarios.
A los días el ministerio de Trabajo le ofreció a esa empresa líder en su rubro rebajas de un 90% en las contribuciones patronales si contrataba a quienes se habían registrado en programas oficiales de búsqueda de empleo. Como vemos, muy redituable resultó su preocupación por la educación.
También Esteban Bullrich, oficiando como ministro de educación durante el gobierno de Mauricio Macri, se vanagloriaba ante empresarios de la UIA, presentándose orgulloso como su “gerente de recursos humanos”.
Resulta transparente el modo en que buscan meter la política empresarial en las escuelas.
La medida del éxito educativo consistiría en domesticar a las próximas generaciones para que sirvan a sus jefes, aunque éstos les consideren material descartable.
El fracaso probado mediante tests de la OCDE aporta en el mismo sentido: si no encuentran trabajo, o si les pagan poco a cambio de lo que hacen, conviene crean que se debe a su insuficiente capacitación, a su falta de espíritu emprendedor.
¿Quién si no uno/a mismo/a es responsable de estar desempleado/a, precarizado/a? No se te ocurra echarle la culpa “al sistema” por no tener derechos ni ingresos suficientes para vivir bien: te acusarán de vago o comunista.
Con este discurso ramplón intentan vanamente convencernos de que la falta de oportunidades y la miseria generalizada son males educativos y no de la angurria del capitalismo, que como orden económico evidentemente es incapaz de garantizarle a toda la población condiciones básicas de bienestar: un plato de comida sana, un trabajo digno, una vivienda.
Y de paso promocionan su curro de educación privada, cara y exclusiva (obvio que bancada con dinero que aporta el Estado), como la única manera de “salvar” a un hijo de la otra educación berreta y sin futuro que se le brindaría a los pobres en el sistema público.
Que nos debemos un debate sobre cómo hacer más genuino el vínculo pedagógico en las escuelas, acuerdo. Las aulas no debieran ser guarderías, ni la docencia una salida laboral cualquiera.
Siento que todavía no acusamos recibo del desafío que significa enseñar a quienes el sistema tradicionalmente se esmeró en hacer a un lado. Ni que hablar del educar como una práctica de libertad.
Que en ese proceso aprender a leer es relevante, también coincido. Aunque esa no sea una enseñanza lineal. Aunque no solamente eso sea importante.
De algo más estoy seguro: andar por la vida tratando a los/as estudiantes de burros y a los/as maestros/as de chantas es parte del problema, no de la solución. Buscate un laburo honesto, Guillermina: podrías probar piloteando un dron.