Solo lapices y hojas

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# Por Claudio Acosta

Hubo un poeta que combatió al fascismo de Franco, capaz de sostener con su fusil el amor que impulsaban las letras de sus escritos. Se llamaba Miguel Hernández quien desde su profunda sensibilidad eligió al pueblo como destinatario.
Imposible que fuera ajeno al padecimiento que sufrían las niñas y niños de su tiempo.    Uno de sus poemas, “El niño yuntero”, es tan conmovedor como dolorosa su vigencia, aquí y ahora. Decía Hernández sobre aquel niño: “Carne de yugo, ha nacido más
humillado que bello, con el cuello perseguido por el yugo para el cuello”.

Bien puede aquel niño yuntero ser esa niña humillada que la semana pasada fue noticia por
querer ir a la escuela. Así es, su único “delito” es necesitar lapices y hojas para aprender.
Siendo muy pequeña, las desigualdades de la vida ya le obstaculizan acceder a sus derechos. A muy temprana edad se la empuja a la resignación. Sin embargo decide (seguramente no sin culpa, sabiendo que esta haciendo algo que no corresponde) tomar sin permiso algo ajeno. ¿Porque sera que a tantos niños/as se los condena a la culpa de robar o tener que mendigar por lo que les corresponde?

Ocurre que para cualquier pibito/a ir a la escuela sin lápices y hojas da mucha vergüenza. En estos tiempos de consumismo, tener las zapatillas rotas incomoda mucho. Cuando la maestra ordena ir al frente para dar la lección, hace menos traumático el asunto decir: “no estudie señorita”. Muchas veces esa respuesta es preferible a la vergüenza de tener que exponer  los dedos asomándose delante de sus compañeritos.

A pesar de las carencias, la niña no se resigna y quiere ejercer su derecho a ir a la escuela
para que le enseñen, quiere interactuar con niños de su edad, necesita desarrollar su carácter y emociones. Pero su familia como tantísimas otras no tiene el mínimo recurso, y tampoco tuvo la suerte de acceder a las tantas colectas que se generan para paliar crisis sociales acrecentadas con el tiempo.

Concurrir a la escuela es su derecho arrebatado por este sistema político, que la empuja a no tener más opciones que la de robar o mendigar. Pero a ella le sobra dignidad para querer aprender y entiende que simplemente necesita para comenzar las clases algunos lápices para ella y sus hermanas.
El mismo sistema político que la victimiza, como si no le alcanzara arrebatar sus derechos, la humilla con el peso de la ley: patrulleros y uniformados que ante el “delito” salen en defensa de la propiedad privada. No importo que se tratara de una menor de edad y que fueran lápices los que tomo sin permiso. Es que solo necesita contar con materiales escolares para poder ir a la escuela sin avergonzarse como sus compañeras lo hacen.

Si hablamos del Estado que vulnera derechos y el sistema capitalista cada vez más injusto en el que vivimos, no podemos dejar de nombrar a la sociedad. En este caso un comerciante, sin ninguna sensibilidad, arroja a la criatura sobre los brazos de una justicia que castiga a los más vulnerados. La escena nos devuelve como espejo la imagen de una parte de esta sociedad insensible y autoritaria, incapaz de ver y entender que en su accionar la niña y las infancias están pidiendo a gritos nuestra atención. ¿Tanto cuesta comprender que ella (en representación de muchísimas niñas/os) y nadie más que ella es la victima de esta historia? Mientras nos limitemos a apiadarnos en el mejor de los casos, o pedir escarmiento para las niñeces vulneradas, seguiremos construyendo un presente y futuro de exclusión y violencia.

Lo ocurrido en General Pico sirve como caso testigo de lo que viene sucediendo en las
infancias y adolescencias desde hace años. Se ha naturalizado la existencia de comedores,
hemos naturalizado la educación desigual entre escuelas públicas del centro/periferia y entre públicas/privadas, naturalizamos el crecimiento de chiquitos sin los alimentos adecuados para su desarrollo y aprendizaje. También nos acostumbramos a la destrucción de sus entornos afectivos y de protección.

Sin dudas los gobiernos son los principales responsables, pero esta realidad también debe
interpelarnos como sociedad. Naturalizar significa que evidentemente no estamos haciendo lo suficiente para que los derechos vulnerados de la infancia deje de crecer como viene
ocurriendo hace tiempo. Lo muestran aquellas niñas que hoy son madres y crían a sus hijos en condiciones más duras todavía que las que ellas conocieron.

El rol de quienes gobiernan no es asistir permanentemente las inequidades que generan. Por el contrario es el Estado quien debe erradicar esas desigualdades. Tal vez la niña de los lápices y el niño yuntero del poema, nos involucren como pueblo para construir no solo redes de contención social, sino también una sociedad mas justa que no tolere continuar vulnerando los derechos de las infancias.

# Medico Generalista

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