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La pandemia ha provocado cambios en nuestros hábitos. Quedarnos en casa y el teletrabajo nos plantea nuevos comportamientos, nos libera de algunas exigencias sociales y nos trae nuevas preocupaciones sobre nuestra salud.
Parece indiscutible que la frecuencia de nuestros baños está mas asociado a cuestiones culturales y a exigencias sociales que a cuestiones de salud.
Pensando en nuestros ancestros se advierte mayor propensión al baño frecuente en nuestros antecesores originarios o afrodescendientes, que en nuestros abuelos europeos. La famosa carta de Napoleón Bonaparte a su amada esposa Josefina donde le dice: “Vuelvo en tres días, no te bañes” y también “No te bañes ni te perfumes … Porque al yo llegar quiero que tu aroma esté impregnado, fuerte pues quiero respirarlo todo después de tantas noches sin él”, da cuenta de la valoración que tenían los franceses del siglo XVIII por el baño frecuente. Las diferencias culturales se hacían más evidentes cuando diferentes civilizaciones convivían en un territorio común, como es el caso de la península ibérica a principios del siglo XV. Para los moros los baños públicos eran punto de encuentro de las gentes del lugar, y de todas las clases sociales.
La asistencia a estos edificios era obligatoria, puesto que estaba considerado como una actividad no solo higiénica, sino también religiosa. Esa importancia estaba valorada desde lo arquitectonico con bellos edificios en todas las ciudades. En otras zonas donde poblaban naturales de la península ibérica como castellanos y gallegos, los nobles usaban pequeñas letrinas apostadas en las paredes de los castillos, y los excrementos caían al vacío o quedaban embarrados en la paredes del edificio. Los pobres usaban bacinicas que vaciaban en la calle gritando «agua va» para alertar a los transeuntes. Las personas no se bañaban durante meses y existe la leyenda de que Isabel La Católica se bañó solo dos veces en su vida. Los baños públicos estaban asociados a la promiscuidad y al pecado.
Mas allá de estas cuestiones culturales heredadas, es evidente que la mayor disponibilidad de agua y las exigencias sociales han aportado a aumentar la frecuencia de los baños, y está bastante extendido el hábito del baño diario. Sin embargo, este tema no ha sido abordado desde la salud hasta que la pandemia metió la cola y palabras como “anticuerpos”, “defensas naturales”, “sistema inmunológico”, etc. empezaron a tomar relevancia poniendo en cuestión todos nuestros hábitos.
Según un artículo de la Harvard Medical School, un baño diario no mejora la salud, por el contrario puede perjudicarla. Esto es así porque la piel cuenta con una capa de aceite y mantiene un equilibrio de bacterias benéficas y otros microrganismos. Al someter diariamente a esas defensas naturales al uso del agua y jabón se rompe este equilibrio y no se da tiempo para que se recupere, con las consecuencias de la aparición de infecciones y alergias. Advierte ademas sobre el uso de jabones antibacteriales que afectando las bacterias benéficas pueden debilitar el sistema inmunológico.
John Oxford, profesor de virología en la Queen Mary´s School of Medicine and Dentistry afirma que: “Con tal de que la gente se lave las manos lo suficiente y preste atención al área del cuerpo por debajo del cinturón, ducharse o bañarse cada dos días no hace daño. Incluso dos veces a la semana no sería un problema si la gente usara el bidet a diario, pues la mayoría de los gérmenes se pasean por nuestros bajos fondos”.
Este y otros estudios realizados sobre el tema aseguran que las razones del baño diario son puramente estéticas y que desde el punto de vista sanitario bastan dos o tres duchas semanales, reservando el uso del jabón para las partes húmedas donde se producen más secreciones. En esos estudios las toallas y las esponjas han terminado en el banquillo de los acusados, sospechosas de ser receptorios de bacterias si no se cambian con frecuencia.
El tema de la frecuencia de los baños estaría incompleto si no toma en cuenta la disponibilidad de agua para higienizarse. La consigna de lavarse las manos varias veces por día para evitar los contagios se topó con la evidencia de que, en nuestro país, según los últimos indicadores de hogares del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), el 10% de los hogares en centros urbanos carece de acceso al agua de red. A estos números preocupantes debería agregarse que siete millones de personas no tienen servicio de agua potable, veinte millones de personas no cuentan con cloacas y el 80% de los residuos cloacales van a parar, sin tratamiento previo, a ríos y arroyos.
Mientras seguimos discutiendo cuál es la frecuencia en nuestros baños que permitan armonizar mejor salud y buena presencia, sería bueno exigir que la totalidad de quienes habitan nuestro país cuenten con los servicios básicos que garanticen la provisión de agua para consumo humano y la higiene personal.
foto. Eres mamá