18SEP22 Por DANIEL CAMPIONE

Allá por fines de la década de 1960, quien escribe estas líneas entró en contacto primigenio con los grandes poetas de la tradición española. Me los traía un hombre solo con su guitarra y su amor por unos versos que sabían a gloria.

“Va a estar por televisión un cantante valenciano” anunció mi mamá. La mención de  su tierra de origen no era ociosa: Mi abuelo era de Valencia, nacido en una aldea de la provincia de Alicante. Que un paisano viniera por estos lares a mostrar su arte era un suceso auspicioso, algo que despertaba simpatías en mi casa.

Se agregaba la información de que lo que interpretaba eran musicalizaciones de poemas hispanos de diferentes épocas, desde el Arcipreste de Hita hasta contemporáneos que aún estaban en plena creación.

Mi familia ya estaba al tanto de que ese intérprete venía de una trayectoria antifranquista, con exilio familiar incluido, de resultas de la militancia anarcosindicalista de su padre. Y todo aquel que estuviera en contra del nefasto “Caudillo”, que hubiera sufrido las censuras del aparato dictatorial, invitaba a una amable acogida.

Yo era todavía un niño y ya me eran familiares al menos tres nombres de la pléyade de poetas que Paco Ibañez, que de él se trataba, había llevado a la canción. Me refiero a Antonio Machado y Rafael Alberti, ambos también musicalizados por Joan Manuel Serrat, cuyos primeros LP andaban por mi casa y la de mi abuelo.

Y asimismo a Federico García Lorca, de cuyo teatro me había hablado mi mamá, mientras que mi abuelo había hecho referencia a su bárbaro fusilamiento por el franquismo.

En la noche en la que estaba anunciada la actuación televisiva del valenciano, los tres miembros de nuestro pequeño núcleo familiar nos plantamos frente al televisor. Nos encontramos con un rostro que mi mamá enseguida encontró parecido al de su padre. La cara de un hombre flaco que no tenía otro acompañamiento que su guitarra.

Ibañez comenzó a entonar una canción tras otra, en las que melodías modestas pero agradables y adecuadas a su espíritu acompañaban los versos de genios de la poesía española.

Cuatro poemas con su música.

Recuerdo la fuerte impresión que me produjo su canto. En particular cuatro canciones que en seguida se pegaron a mi piel y cuyas notas tararee durante años y de algún modo me acompañan hasta ahora.

Entre ellas A galopar de Rafael Alberti, a la que Paco había adosado unas notas que hacían resonar en el pecho la exhortación “hasta enterrarlos en el mar”. No necesité a nadie que me explicara que estaba hablando de la guerra civil. Y de quienes apostaron a vencer a los rebeldes y salvar a la república española para la causa de la humanidad de pie contra el fascismo.

A corazón, suenan, suenan, resuenan
las tierras de España en las herraduras
galopa caballo cuatralbo, jinete del pueblo
que la tierra es tuya

A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar…

De otro siglo y otra sensibilidad, Y ríase la gente sobre versos de Luis de Góngora me resultaba muy simpática a través de un narrador desenfadado que proclamaba su desprecio por príncipes y otras autoridades. Sobre todo me llamaba la atención la estrofa en la que se decía:

Busque muy en hora buena, el príncipe mil cuidados
Como píldoras dorados, que yo en mi pobre mesilla
Quiero más a una morcilla que en el asador reviente
Y rijiji y rijija y y ríase la gente

Otra combinación de versos y música me estremeció y trajo a mi mente imágenes de opresión e injusticia de las que me había hablado mi padre:

Andaluces de Jaén
Aceituneros altivos
Decidme en el alma quién
Quién levantó los olivos
Andaluces de Jaén

No los levantó la nada
Ni el dinero ni el señor
Sino la tierra callada
El trabajo y el sudor

 

No sabía yo por entonces que, medio siglo después, seguiría emocionándome cada vez que escuchara la evocación a esos campesinos pobres que no por la estrechez en que vivían dejaban de ser altivos ante el poder. Los había homenajeado Miguel Hernández, el gran poeta que murió en las cárceles de Franco.

Con todo, resultó mi favorita una que pertenecía a la vena satírica de un poeta lejano en el tiempo pero universal y atemporal en su aguda captación de las pasiones humanas. Y que había sido dotada por Paco de una melodía que, desde mi escaso entendimiento musical, siempre me pareció una de sus mejores creaciones.

Yo ya había hojeado una novela llamada La vida del buscón llamado Don Pablos. Y ahora venía a enterarme que su autor no era tanto novelista como eximio poeta. Me refiero a Don Francisco de Quevedo y a su burla algo sombría al “vil metal” que ya en la España del “siglo de oro” lo podía casi todo, y al que personificó como Don dinero.

Nace en las Indias honrado,
donde el mundo le acompaña;
viene a morir en España,
y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
es hermoso aunque sea fiero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Una deuda poética.

El tiempo y los cambios en el mundo y en mi alma me llevaron por otros senderos musicales. El hecho es que nunca fui a un recital de Paco Ibáñez. Y tampoco jamás compré un disco suyo.

Sin embargo sus creaciones quedaron en mi mente, y los comentarios maternos y paternos sobre aquellas poesías inmortales se enclavaron en mi memoria hasta hoy.

A partir de estos recuerdos lejanos, sigo agradeciendo al artista valenciano haberme hecho conocer una muestra de cinco siglos de poesía española.

Cada vez que repaso las páginas de Machado, de Hernández, de Lorca o de los clásicos del “siglo de oro”, me transporto a aquella noche en que, frente al televisor en blanco y negro, entré en contacto con esos testimonios imperecederos de belleza. Entre ellos los mismos que habían servido para denostar a una dictadura sanguinaria de cuatro décadas.

Y en mí produjeron el efecto de despertar el amor a España, a su gente, a su historia de glorias y dolores. Y a los obreros y campesinos que resistieron durante casi tres años al avance de un ejército implacable, al que por desgracia no pudieron enterrar en el mar.

Daniel Campione en Facebook.

@DanielCampione5 en Twitter.

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