Una basta llanura se despliega en gran parte de este territorio, pero no es todo o que esta hermosa provincia tiene aparte de un olvidado mar tiene muchos paisajes coloridos, irregulares, pintorescos paisajes que a tantos artistas han inspirados, en sus prosas o pinceles, en algún instrumentos, o alguna escultura, paisajes de contemplación, de introspección, de serenidad, de reflexión humana, todo esto es la Provincia aparte de todo lo que avanzo de lo prospero de hoy, muchas veces con una mala información o desinformación de lo que éramos el país nos ha tratado de un lugar inhóspito, insípido, quizás estas cuestiones se dan a propósito para poder encontrarse con esta grata sorpresa de aquella persona que nos conoce sin querer y se enamora sin dudar.
Entre las numerosas tribus aborígenes que habitaron en un principio la región pampeana se encontraba la comunidad puelche (‘gente del este’, siendo puel: ‘este’ y che: ‘gente’). Los puelches eran comerciantes truequistas por naturaleza. vendían o cambiaban a los pueblos picunches, huiliches o pehuenches, sal en piedras, caballos y vacunos por piñones (especie de fruto de la araucaria o pehuén), ponchos, matras, canas colihues y manzanas. Su área de acción iba desde la cordillera hasta lo que hoy es la ciudad de Azul (en la provincia de Buenos Aires) y zonas aledañas. Formaban tolderías de vados grupos humanos dirigidos por un cacique.
Otros vivían de manera desperdigada a cargo de capitanejos, una jerarquía inferior a la del cacique. La categoría más baja era la del indio de pelea, cuya importancia dependía de que tuviera o no caballo, así como de la cantidad de mujeres bajo su posesión (estas también constituían un bien de cambio). La «cautiva» (por lo general una mujer blanca secuestrada durante un malón) era considerada superior, sobre todo si tenía hijos con el indio. Se vendía o se cambiaba por otros objetos de valor, pero su contacto con los aborígenes le impedía regresar con los de su raza, quienes la consideraban «contaminada» e irrecuperable.
Desde los comienzos de la colonización se intentó dominar al indio; civilizado, según el concepto de los blancos, y cristianizarlo. Poco se logró, excepto someterlo a explotación y malos tratos, o poner a prueba su fiereza en el terreno de la guerra. A principios del siglo XIX comenzaron a aparecer grandes jefes guerreros, Como Namuncurá o Calfulcurá, creador este último de una especie de -imperio’ en la región de las salinas Grandes.
A principios de 1833 se organizó la primera «campaña al desierto» comandada por el entonces brigadier general Juan Manuel de Rosas. Como el Ministerio de Guerra comunicara que la provincia no estaba en condiciones de solventar la expedición, Rosas y Juan Nepomuceno Terrero ofrecieron suministrar ganado vacuno y caballar para el abastecimiento, y los Anchorena, el entonces coronel Tomás Guido, el doctor Miguel Mariano de Villegas y el rico hacendado Victorio García de Zúñiga terminaron por donar el dinero en efectivo para que pudieran iniciarla, por lo cual partirían en marzo del mismo año.
Entre 1834 y 1873, provenientes de Chile, arribaron grupos mapuches o araucanos que realizaron la araucanización de los habitantes autóctonos, hacía el ano 1834 el poder de Calfulcurá estaba firmemente consolidado.
En la primera mitad del siglo XIX el estado argentino se fue organizando en un complejo proceso que incluyó la formación de una serie de entidades autogobernadas que tomaron el nombre de provincias que, luego de violentas guerras terminaron pactando entre ellas la constitución de una confederación en 1853-1860. Los territorios indígenas de la región pampeana y la Patagonia no se organizaron como provincia y no formaron parte del acuerdo constitucional.
Por el lado de los blancos, en 1869 Lucio V. Mansilla realizó una excursión a los indios ranqueles, en el sur de Córdoba, y consiguió ampliar el dominio blanco.
Las campañas militares realizadas por el general Julio A. Roca en 1879, durante la Conquista del Desierto, pusieron fin al período indígena, llevando a unos a la extinción y marginando a otros.
En 1882, por la llamada «Ley de Remate», tres millones de hectáreas fueron entregadas a manos privadas; desde entonces, y hasta 1890, se establecieron en la región importantes estancias. En 1884, La Pampa fue nombrada Territorio Nacional por Ley n.º 1532.
Su primera capital fue General Acha, pero a partir del 29 de marzo de 1900 se trasladó a Santa Rosa de Toay. Siete años después se suprimió la segunda parte del nombre: quedó desde entonces solamente Santa Rosa y se denominó Toay a una localidad vecina.
Ocho años más tarde, Tomás Mason fundó la villa de Santa Rosa, que luego sería declarada capital de la provincia.
Después de estos acontecimientos, los primeros pobladores del territorio fueron habitantes de las ciudades vecinas e inmigrantes españoles. Hacia comienzos del Siglo XX se inició la época de oro de la colonización agraria, referida al ingreso de inmigrantes europeos que llegaron a estas tierras huyendo del hambre, la miseria y la persecución.
Entre 1900 y 1911 tuvo lugar el auge de la colonización agrícola y la inmigración; de las fundaciones y del tendido de ferrocarriles. La Pampa se convirtió en provincia el 20 de julio de 1951, por Ley Nacional 14.037.
Martin Sim – A