Por Ezequiel Kosak

Mejor prevenir que curar

Dicen los que saben que vendrán más pandemias”, plantea la vice-presidenta al inicio de su reciente discurso. Y que por eso debiéramos insistir en lo de unificar y federalizar nuestro sistema de salud, que está concentrado en capital, y que está segmentado en circuitos públicos, privados y de obras sociales. Como orientación me parece muy interesante.
Lo que convendría preguntarle también a “los que saben” es qué estaría pasando con el planeta que se multiplican tantas enfermedades desconocidas. Seguramente se trate de una pregunta incómoda, teniendo en cuenta que regar de agrotóxicos toda la pampa o amontonar chanchos dopados en granjas chinas tiene bastante que ver con el desastre sanitario de la época. Y eso es básicamente todo lo que hacemos o pretendemos hacer en este país para juntar los dólares con los cuales pagar las interminables deudas truchas, principal meta de nuestro plan económico.
Por más camas que instalemos en tecnópolis, no habrá sistema de salud que aguante el ritmo demencial de destrucción del ambiente y la vida en nuestras comunidades que nos impone el extractivismo, solo interesado en incrementar sus ganancias, que además ni reparten (salvo con legisladores coimeros como el de Chubut).

Si seguimos así no nos vota ni el gato

Luego hace una autocrítica a este año de gobierno, con dos frases muy duras que no sé bien a quiénes estarían dirigidas. Quizás a todes menos a sí misma.
La primera frase fuerte: “si uno no sabe cómo llegó tampoco sabrá a dónde ir”. Plantea que en los doce años y medio que gobernó el kirchnerismo la gente vivió bien, y que en 2015 perdieron la elección porque no hubo unidad.
Que por eso la unidad es importante, pero que además la gente tiene que vivir bien para que después quieran votarte (supongo que casi medio país comiendo polenta bajo la línea de pobreza estaría alejándolos de ese objetivo). Eso se haría alineando salarios y jubilaciones con los precios de alimentos y tarifas, incrementando la demanda que es lo que mueve nuestra economía.
“Ya lo hicimos y lo volveremos a hacer”, cierra. Por su uso de los tiempos verbales se infiere que, tal como lo percibe, por el momento no lo estarían haciendo.

No sean cobardes

La segunda frase picante: “Los ministros/as y legisladores/as que tienen miedo o no se animan a hacer lo que tienen que hacer, vayan a buscar otro laburo”.
Acá explica que cuando desde los poderes democráticamente electos (el ejecutivo, el legislativo) toman medidas que afectan intereses de los grupos económicos concentrados, la estrategia de estos últimos es acudir a tribunales, donde casualmente solo se acusa a políticos ¿combativos? pero nunca se los juzga a ellos, que están en todos esos chanchullos y más. Y que esto lo hacen para condicionar a la política, pero que no hay que dejarse amedrentar.
Si esto mismo lo dijera cualquiera, es probable que una parte no despreciable de la militancia oficialista saltaría al cuello acusando de hacerle el juego a la derecha y todas esas giladas conservadoras. Pero como lo dice Cristina, se habilita la crítica desde el interior del frente, intentando recuperar una épica transformadora y un bienestar perdido que siempre tuvo mucho de chamuyo pero bueno, comparado con el desastre planificado del macrismo no es difícil admitir que se trató de un período mejor para los sectores empobrecidos, los que laburan. Y los que siempre la levantan en pala, por supuesto.

Pero, ¿y si «volver mejores» fuera esto y no otra cosa?

Lo que me temo es que si los funcionarios/as “no defienden los intereses del pueblo” no sea por falta de coraje, o de ganas de jugársela, que también puede ser, sino porque lo que consideran que debe hacerse y que ya están haciendo es lo mejor si no lo único que podrían hacer desde sus cargos con altos salarios. O sea, no es que tienen un programa revolucionario, o tibiamente redistributivo, que no se animan a aplicar. Es que su plan de gobierno es el que están llevando adelante ya, y conviene hacerse esa idea cuanto antes.
Porque, ¿cómo podrían aumentarles en serio el ingreso a los jubilados y no estafarlos con la fórmula como hicieron sin enfrentarse al FMI? La mínima ni llega a los $20.000, incluso duplicándola no alcanza el monto de su canasta básica. Siete de cada diez niños/as del país crecen en hogares pobres.
¿No son motivos suficientes como para ir suspendiendo los pagos de la deuda fraudulenta, investigarla, y pagar exclusivamente lo que se usó para el pueblo, o cobrarle el préstamo con sus intereses de usura a quienes realmente se beneficiaron con ella, fugando la guita a cuentas extranjeras ilegales?
¿Cómo podrías evitar que “al crecimiento no se lo queden tres o cuatro vivos” sin políticas destinadas a desmontar los monopolios de producción, comerciales, de servicios públicos, financieros? ¡Gran parte de la plata de los laburantes, de los subsidios estatales, quedan en manos (para nada invisibles) de pocos bancos y empresas multinacionales, que pagan menos impuestos que cualquier señora yendo a un kiosko a comprar aceite y leche!
¿Por qué, además de una reforma tributaria progresiva, y en lugar de seguir bancando negocios privados que no invierten nada y se gastan todos los subsidios en la timba financiera, no promueven decididamente la organización popular?
Mediante cooperativas, emprendimientos familiares, con participación del Estado. Para que la producción, las tareas de cuidado, las decisiones sobre lo elemental para vivir bien, estén en manos de quienes disfrutan o sufren las consecuencias de las mismas, y no de quienes solo se fijan en los pronósticos de cuánto ganarán según sus fórmulas de Excel, desde sus cómodas oficinas con aire acondicionado.
No es una cuestión de coraje, sino de sentido, de para qué están ahí. ¿Será que se conforman con repartir bolsones de alimentos, alguna beca para estudio? ¿Debiéramos sentir orgullo por pagar deudas truchas, o festejar cuando hacen que pelean con los periodistas de Clarín (mientras le siguen pasando los sobres llenos de pauta estatal)?
¿Hasta cuándo vamos a aplaudir el show de Berni & cía, siempre listo para apalear las tomas de gente que vive en la calle o desalojar las comunidades mapuches que recuperan sus tierras ancestrales?

La tinta con la que escribe el gobernante la inventa el pueblo en la calle

¿Se puede esperar más de la dirigencia del peronismo partidario del siglo XXI? ¿Ni el impensado evento de una pandemia mundial modifica su intención de continuar con los viejos planes de gestión careta del capitalismo?
Allá por el 2019, cuando el dólar se volvió a disparar y Macri le pedía a un Alberto en campaña que hiciera algo, él le respondió: “soy un simple candidato, no tengo la lapicera de firmar decretos”.
Este año tuvo la lapicera, y siendo honestos, intentó usarla muchas veces. Esto de unificar el sistema de salud, por ejemplo, fue propuesto al inicio de la pandemia, sin resultados. De esos intentos, hay decenas.
Para mí el caso más emblemático es el de Vicentín. Alberto firmó un decreto para intervenir (en plan de expropiar) una empresa estratégica manejada por privados corruptos, que estafaron a miles de productores y se quedaron con dinero de la banca pública.
Bastó la tímida resolución de un juez coimeado del pago de chico de los ceos garcas, que ni se molestó en fundamentar demasiado su fallo (“no me corresponde hacerlo pero te lo impido igual”, fue su argumento), para frenar “republicanamente” la medida, y permitir el vaciamiento de la empresa, que aún continúa.
Claro que no fue esa maniobra la que realmente obstruyó la recuperación de la empresa, sino las movilizaciones y banderazos que “en defensa de la propiedad privada” convocó la oposición en plena cuarentena, ignorando el pedido de no salir a la calle para cuidarnos de contagiar y contagiarnos.
Pensé que saldrían a festejar” declaró Alberto, luego de pasearse por todos los canales aclarando que a él no le gustaba nada esto de expropiar y que por favor le propusieran cualquier otra cosa que solucionara la cuestión.
¿Cuál es pues la lección pues? Que la lapicera de nuestros gobernantes es una herramienta importante, pero para transformar nuestro país no va a alcanzar solo con eso: con votar, confiar y chuparle las medias a los candidatos menos peores.
Necesitamos agitar la movilización popular, por todas esas causas que cuestionen la desigualdad del sistema capitalista, patriarcal, ecocida. Y ojalá nuestras organizaciones tengan el coraje que Cristina supone que les falta a los funcionarios de su gobierno, para exigir desde las calles los cambios que nos permitan vivir mejor.
Vivir con más democracia en los lugares de trabajo y más tiempo libre para disfrutar de experiencias y compañías. Con menos violencias y ampliación de derechos para las mujeres y las diversidades sexuales. Con menos incendios intencionales, menos fumigaciones a cielo abierto, menos voladura de montañas, por una relación sana con la tierra, que como a todes nos pertenece, haríamos bien en desalambrar.

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