Con el tiempo las cárceles se fueron llenando de mujeres que frente a la ausencia de trabajos legales elegían convertirse en vendedoras de sustancias prohibidas para empatarle a las necesidades diarias. Hay razones y respuestas que aún no fueron encontradas.
Cuatro helicópteros sobrevolaron el Gran Rosario en un húmedo, pesado y extremadamente caluroso mediodía en la primera quincena de abril de 2014.
Era la avanzada de casi tres mil integrantes de las fuerzas federales que llegaron de la mano de Sergio Berni para desbaratar 68 puntos alfas, curiosa denominación empleada por el gobierno nacional de entonces que buscaba desactivar el comercio en otros tantos kioscos de venta de drogas prohibidas.
Los 68 puntos estaban en las afueras del corazón de la ex ciudad obrera que se mantenía en el mapa desplegado en las oficinas de la Prefectura con un blanco inmaculado, como si el centro de Rosario fuera puro y casto.
-Son todos lugares en medio de villas miserias – dijo el entonces ministro de Seguridad provincial.
El mal parecía estar en la pobreza, según aquel despliegue.
Pero todo falló.
Pocas armas, poco dinero, poca droga secuestrada y pocas personas involucradas.
Una de ellas era una mujer embarazada de casi nueve meses.
Estaba en una casilla tratando de vender droga para alimentar a la personita que alumbraría en breve.
Fue toda una señal.
Con el tiempo las cárceles se llenaron de mujeres que frente a la ausencia de trabajos legales elegían convertirse en vendedoras de sustancias prohibidas para empatarle a las necesidades diarias.
Ocho años después, las preguntas sobre las mujeres en el submundo del narcotráfico vernáculo empiezan a buscar respuestas y razones que todavía no fueron encontradas.
Alejandra Paolini, abogada feminista integrante del Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de las Mujeres, sostuvo a fines de noviembre de 2022 que «lo que se investiga siempre es la periferia de los delitos, el menudeo, el caso de la mujer que vende en su casa y que tiene ahí un quiosquito porque no puede dejar sus tareas de cuidado, de su hijo, su hermano o su padre…Hay códigos que son de varones, que funcionan en red, que andan, se mueven y operan en el espacio público…Las mujeres tienen otras redes en otros espacios, pero en el ambiente del delito donde quedan solas y en esos contextos las matan».
Y se preguntaba: «¿Hasta dónde una piba asesinada como venganza en el marco de una trama delictiva es un femicidio? Eso lo estamos aún construyendo».
Pero los asesinatos de mujeres en el contexto narco empiezan a poblar las estadísticas.
Según el fiscal Matías Saldutti “en la muerte violenta de dos mujeres en un contexto de violencia de género, vimos la violencia y atrocidad con que fueron cometidos los hechos y también por la forma y lugar de descarte de los cuerpos…Estamos hablando de un caso de femicidio, un hecho violento dirigido y directo contra dos mujeres, en un contexto de vulnerabilidad clara».
Para otro fiscal, Alejandro Ferlazzo, “toda muerte de mujer debe investigarse con perspectiva de género, lo que no implica direccionar la investigación, pero sí investigar a los autores y al móvil, así como todos los extremos para determinar si existe un femicidio» y «está claro que no es necesario que haya una relación de pareja entre el autor y la víctima» y agregó que «el contexto de narcocriminalidad que existía era también una nota de violencia género».
Para la fiscal Georgina Pairola, «cada caso de muerte de una mujer enciende una alarma y te pone frente a la posibilidad de estar ante un femicidio” y que «si tenés una mujer atendiendo un bunker de drogas, viene alguien y le dispara, y se suma que esa mujer estaba en condiciones de extremas de vulnerabilidad dadas por el hecho de ser mujer (dependencia por consumo o ser considerada un objeto, por ejemplo), ese escenario hace a un contexto de violencia de género».
Agrega que las mujeres son objetos de venganza por ser madres o hermanas de determinada persona, lo mismo que sucede con los hijos. «Tocar a la «mujer de» es tocar una posesión…no hace más que reproducir lo que se da en el resto de las economías, las mujeres ocupan mayoritariamente los puestos de menor jerarquía e incluso son quienes asisten a los varones en las cárceles y desde allí muchas veces reciben órdenes de lo que deben hacer en relación a toda su vida; un control más allá del muro», sostuvo.
Observaciones que demuestran que el mundo narco repite y profundiza la doble explotación contra las mujeres.
Fuente: Pelota de trapo