VENCER EN LA GUERRA COGNITIVA

0
117

Nota: Texto elaborado a partir de la conferencia dada en La Universidad Internacional de las Comunicaciones, ciudad de Caracas, el pasado 7 de marzo de 2023, dentro del evento Gran Encuentro Mundial por la Vigencia del Pensamiento Bolivariano del Comandante Hugo Chávez en el Siglo XXI.

«La guerra cognitiva es un sádico experimento con humanos desplegado y comandado por el imperialismo capitalista/ psicópata en todo el mundo. Ha sido geopolíticamente concebido para afectar, de forma grave o irreversible nuestras capacidades cognitivas normales, incluyendo las operaciones complejas que nos permiten percibir, atender, memorizar y procesar de forma inteligente, sensible, humana, política y geopolítica nuestra realidad. La guerra cognitiva asimismo busca degradar nuestras capacidades humanas normales para expresar nuestra afectividad, para desarrollar praxis éticas, sociales y político comunales hasta para afectar o anular incluso nuestra voluntad a fin de imponer la dictadura de una nueva subjetividad líquida, fundamentalmente egoísta, egocéntrica y ególatra que se expresa como naturalización y hasta como celebración de los comportamientos típicos de las personalidades parasitarias/ oportunistas, narcisistas, maquiavélicas y psicopáticas.»[1].

1.- Los seres inhumanos, es decir la forma corporal del capital como relación social de explotación, necesitan hacernos creer que esa inmoralidad suma que es el pacifismo a ultranza[2] es la única vía para la «democracia» abstracta, hueca, que empero sirve para ocultar la miseria y legitimar la opresión durante un tiempo. Para alargar esa paz del cementerio, el imperialismo está adaptando su doctrina de dominación, el sistema en el que se plasma, la estrategia que exige para aplicarse y las tácticas adecuadas a cada situación. Lo está haciendo también mediante el «nuevo» campo de batalla en la guerra social mundial entre el capital y el trabajo, que denominan «guerra cognitiva».

Al entrecomillar «nuevo» queremos decir dos cosas: una, que efectivamente es nuevo porque aplica por primera vez en la historia del dolor humano las realmente nuevas técnicas de toda índole que la tecnociencia burguesa, sobre todo la militar[3], está desarrollando en los últimos tiempos para descargar los costos de la crisis sobre la humanidad explotada; y otra, porque como veremos se trata de multiplicar el poder alienador y represor en esencia tan «viejo» como la propiedad privada de las fuerzas productivas y reproductivas cuestión decisiva  –la lucha contra la propiedad privada–  que está presente en todo el texto para escarnio del reformismo en cualquiera de sus expresiones.

Como se ve, utilizamos la categoría dialéctica de  esencia y  fenómeno, permanente,  viejo y nuevo, categoría siempre necesaria para que nuestra praxis no esté encadenada por la lógica formal y por el sentido común, incapaces de saltar de la cantidad a la cualidad, o en palabras de Corsino Vela tanto más apropiadas para nuestro tema:

«El conflicto social es un proceso histórico que evoluciona con la relación social que es el capital. Por eso, acumulación de capital y acumulación de la experiencia histórica de la conflictividad van unidas en un mismo proceso, aunque formalmente se expresen con formas y ritmos diferentes. Mientras que la acumulación de capital se cifra en términos contables (amortización de inversiones y beneficios), la acumulación de la conflictividad se expresa en términos sociales, igualmente tangibles –aunque no meramente estadísticos: desempleo y empobrecimiento–  y en la tradición política de resistencia al capital»[4].

Los análisis reformistas de la guerra cognitiva se limitan a lo cuantitativo, negándose a entrar hasta la raíz de este «nuevo» frente de batalla de la guerra social que el imperialismo está extendiendo mundialmente. La crítica revolucionaria profundiza hasta lo cualitativo, que en nuestro tema se extiende más allá del modo de producción capitalista hasta llegar a la destrucción violenta de los restos de los modos comunales de producción, que siempre nos remiten al comunismo primitivo. Sólo escarbando hasta ahí podemos comprender la inhumanidad de la guerra cognitiva.

2.-

Conforme avanzaba la década de 2010 el imperialismo iba comprendiendo que la humanidad estaba derrotando su entera doctrina de guerra, es decir, esa totalidad productiva y reproductiva, material y simbólica, inseparable del Estado como forma político-militar del capital, que es  la industria de la matanza humana sin la cual el poder burgués es incapaz de salir de sus crisis. El reformismo en su totalidad y buena parte de las izquierdas se han tragado el anzuelo conceptual oculto en el término «complejo industrial-militar» creado por la oficina de propaganda electoral del general Eisenhower durante su campaña en las presidenciales para la Casa Blanca en 1953.

Había que ocultar o negar la inhumanidad del capitalismo, del Pentágono y la OTAN, y del descarado pro-imperialismo de la ONU, creando un término «neutral» compatible con la ideología desarrollista y consumista de las llamadas «clases medias» que defendían el «modo de vida norteamericano», para que votasen al general, y a la vez había que legitimar el reforzamiento intensivo del criminal keynesianismo militar yanqui muy mal parado tras su impotencia en la guerra contra Corea de 1950-1953, como se vio cuando Eisenhower amenazó con el holocausto nuclear[5] para salir de la guerra sin reconocer públicamente la derrota imperialista. Era necesario, por tanto, manipular el lenguaje para manipular las conciencias y obtener votos, empleando los «delicados eufemismos culturales de las agencias de inteligencia»[6] que se manejaban desde el final de la IIGM, cuyo objetivo no era otro que perfeccionar el control manipulador de una «sociedad enferma de alienación»[7] para enfermarla aún más, hasta lo irracional.

Los «delicados eufemismos» de la CIA y otros servicios para aumentar la alienación social eran uno de los primeros indicios de que la OTAN empezaba a ver la necesidad de mejorar su terrorismo múltiple, y uno de sus objetivos inmediatos era ganar la «guerra por el sentido» para lo que tenía que, entre otras urgencias, desprestigiar el marxismo, derrotar al antiimperialismo creciente y pulverizar a los pueblos que avanzaban al socialismo. En el primer paso había que ocultar el imparable efecto concienciador que tenía la bomba heurística del concepto marxista de «industria de la matanza de hombre», infinitamente más potente incluso en la ontología del capitalismo que el anzuelo venenoso de «complejo industrial-militar». Marx escribió a Engels en 1866 que:

«No cabe duda de que nuestra teoría de la determinación de la organización del trabajo mediante la producción no puede encontrar mejor refrendo del que ofrece la industria de la matanza de hombres. Realmente merecería la pena que tú escribieras algo acerca de este tema –a mí me faltan los conocimientos necesarios–, algo que yo pudiese incorporar a mi libro como apéndice y que apareciera con tu nombre. Piensa en ello. Si te decides, ha de ser para el primer volumen, en el que toco expresamente este tema. ¡No puedes imaginarte lo que me alegraría que tu nombre figurara en mi obra fundamental (lo que he hecho hasta ahora no son más que pequeñeces) como colaborador y no sólo en las citas!»[8].

Basta comparar el potencial científico-crítico de los dos términos para comprender que el concepto marxista es inaceptable por la burguesía pero que, a la vez, es el que mejor nos explica por qué la OTAN ha tenido que desarrollar la nueva táctica llamada «guerra cognitiva»: dado que es una industria de bienes de destrucción, de mercancías de la muerte, le interesa potenciar todo conflicto que exija un aumento de la violencia y con ello del gasto militar en cualquiera de sus formas. La guerra cognitiva, bien planteada, puede convencer a un Estado para que se lance a una guerra muy costosa para su población pero muy rentable para en un primer momento para la burguesía: este es el caso de guerra psicopolítica y propagandística que EEUU está aplicando en Australia[9] para que su pueblo acepte ser carne de cañón en la guerra que el imperialismo organiza contra China Popular.

Antes de la industria de la matanza humana, el desarrollo de los reinos, Estados e imperios exigía el desarrollo paralelo de aparatos militares cada vez más complejos con creciente impacto en sus sociedades. En el plano de la abstracción del concepto de modo de producción, cada uno de ellos ha tenido su correspondiente método de manipulación de masas que utilizaba planificadamente todos los recursos disponibles en su época al estilo de la actual guerra cognitiva. Desde su origen en el –III milenio y con altibajos, Asiria construyó  una doctrina, un sistema, una estrategia y unas tácticas sobre este tema: «Asiria se distinguió como la primera sociedad militar en el mundo. La organización jerárquica de la sociedad era el ejército. En efecto, las propias cargas administrativas fueron designadas en términos militares»[10].

La religión asiria cumplía el papel de muchos de los componentes de la actual guerra cognitiva: «en todas las guerras en las que luchó Asiria desde el siglo XIII AC en adelante, es posible apreciar este imperativo teológico reforzando el impulso expansionista.»[11], con un muy efectivo sistema de espionaje[12] o Inteligencia, que es una clave de la guerra cognitiva actual.  Siglos después, Roma practicaba una forma de lo que se hoy denomina guerra cultural, inserta en la guerra cognitiva: «toleraba las religiones ajenas mientras no supusieran una amenaza para su dominio, pero no vacilaba en aplastar las costumbres religiosas que fortalecían la identidad local de sus súbditos más revoltosos»[13]. La Biblia y en especial el cristianismo, jugaron el mismo papel:

«Hasta finales del siglo II ni siquiera se planteó la cuestión de si un cristiano podía ser soldado. En el siglo IV era ya algo incuestionable. Mientras que en el siglo tres los cristianos hacían sólo excepcionalmente el servicio militar, en el siglo IV eso se convirtió en norma para ellos. Si hasta el año 313, los obispos excluían del seno de la Iglesia a los soldados que no desertaban en caso de guerra, con posterioridad a esa fecha los excomulgados eran los desertores. Si anteriormente hubo objetores de conciencia que sufrieron el martirio, ahora sus nombres fueron rápidamente tachados de martirologio. Había pasado la era de los soldados mártires y llegaba la de los obispos castrenses. Viviendo aún Constantino salían ya en campaña con entusiasmo»[14].

Aceptar, propagar e imponer el militarismo imperial demuestra el giro de ciento ochenta grados del cristianismo de la época no solo en el mantenimiento del esclavismo como veremos más adelante, sino su apoyo práctico a la opresión nacional-esclavista. Aunque sea hacer un salto espacio-temporal de la Roma del siglo IV al México precolombino del siglo XV, aquí descubrimos en el mismo método: la intervención directa del poder manipulando a las clases explotadas al borrar de un plumazo la anterior historia colectiva y escribir otra nueva en beneficio de la clase dominante.

Según A. Cruz García: «Ciertamente, resulta muy difícil establecer una historia rigurosa desde sus orígenes hasta el reinado de Itzcoatl en 1427, pues los mismos mexicas se encargaron de quemar sus propios archivos y de reelaborar su historia»[15], tras la conquista de la independencia, cuando se asentaron las separaciones sociales internas entre ‘pipiltin’ o señores y los ‘macehualtin’ o gente del común. Fue en este contexto cuando fueron destruidas todas las referencias pasadas sobre episodios que podían resultar vergonzosos, o sobre el origen humilde de la nación azteca, etc., a la vez que también se buscaba «reinventar la tradición para justificar la división de la sociedad en señores y vasallos»[16]. Además, los jóvenes ricos iban a escuelas selectas donde aprendían a escribir y la lengua culta; los pobres iban a las escuelas comunes o ‘telpochcalli’[17]. La nueva historia sancionaba la explotación interna y la opresión externa, y su ferocidad en la guerra.

Al poco, la expansión del colonialismo y del mercantilismo europeo forzó una especie de «revolución militar» impulsada desde la alianza empresarial y el Estado, que  hizo que se creara una mentalidad militar obediente, mecánica y hasta suicida, en defensa de la clase dominante. Los militares europeos estudiaron con rigor a los militares grecorromanos y aprendieron de ellos la utilidad de la disciplina mental y psicológica antes incluso que la física: «la aceptación de las reglas establecidas desde arriba se hizo normal, no sólo porque los hombres temían los duros castigos por las infracciones de la disciplina, sino también porque los soldados rasos encontraban una satisfacción psicológica real en una obediencia ciega e irreflexiva, así como con los rituales de la rutina militar […] La creación de semejante Nuevo Leviatán  –quizás casi inadvertida–  fue ciertamente uno de los mayores logros del siglo XVII, tan notable como el nacimiento de la ciencia moderna o cualquiera de los grandes avances de la época»[18].

Desde finales del siglo XVIII se sentaban las bases para el desarrollo imparable de la industria de la matanza humana, desarrollo acelerado desde la segunda mitad del siglo XIX, en un contexto de «temor a la revolución»[19], y definitivo con la IGM. Se trataba de una estrecha colaboración entre ciencia, técnica, plusvalía y guerra, todo ello unido a la disciplinarización cuasi-militar del trabajo explotado sometido al dictado del reloj y de la jerarquía de mando estratégicamente centralizado para ganar la «batalla de la producción». La «obediencia ciega e irreflexiva» surgida en el siglo XVII ayudó al avance de la disciplina cuasi-militar, que es inherente a la explotación capitalista que empezó siendo «disciplina de la miseria»[20] para ser ahora disciplina de la degradación humana. En el orden del capital, el adoctrinamiento infantil, la mala educación pública y la educación privada, la disciplina militar y laboral, más la permanente fetichización, sostienen la castración mental sin la cual se hundiría la industria de la matanza humana.

En 1878 Engels profundizó aún más en el contenido de esta la industria inhumana al mostrar que «La moderna nave de combate no es sólo un producto de la gran industria moderna, sino hasta una muestra de la misma; es una fábrica flotante –aunque, ciertamente, una fábrica destinada sobre todo a dilapidar dinero»[21]. La fábrica flotante de muerte rinde al máximo cuando su disciplina militar es la adecuación de la disciplina laboral de industria civil al contexto de guerra. Sin ambas disciplinas, aquellos barcos no hubieran podido  bombardear Alejandría en 1882, por ejemplo, engordando así las rentas de la industria de la matanza. Pero Engels hace muy bien al advertir que la fábrica flotante queda obsoleta muy rápidamente porque enseguida se crean otros barcos mejores que el anterior: dinero desperdiciado a la larga que frena o dificulta la acumulación ampliada.

Engels y Marx sabían que la obsolescencia de la industria de la matanza humana venía impulsada, además, por las victoriosas y tenaces resistencias de las clases y pueblos explotados, lo que dificultaba la obtención de plusvalía media y retrasaba la salida de la crisis si la burguesía no intensificaba la guerra social contra ellos. La historia ha confirmado esta unidad y lucha de contrarios entre la industria de la matanza humana y la humanidad explotada. De este modo, la fusión entre lo «civil» y lo «militar» se fue haciendo total abarcando todas las áreas en las que podía haber lucha de clases que frenara la ganancia: la «pacificación del cerebro»[22] de los y las explotadas para reprimir sus resistencias ya se estaba aplicando en el otoño de 1967 «marcado por estallidos de violencia y desorden en los ghettos de muchas ciudades» yanquis. Para 1973 la «represión suave»[23] investigada por la OTAN manipulaba los deseos, miedos, frustraciones y ansias en el comportamiento «agresivo en los niños, los adolescentes y los adultos».

Debemos insistir en que tamaño esfuerzo venía exigido por las enormes dificultades que el imperialismo, cuando no derrotas aplastantes, que el imperialismo encontraba en los pueblos a los que pretendía expoliar. D. Rushkoff escribió a inicios del siglo XXI que:

«En la década de los ochenta, todas estas técnicas de guerra psicológica fueron reunidas en un volumen de la CIA bajo el nombre de Counter Intelligence Study Manual, utilizado principalmente en los conflictos de América Central […] Para reunir información sobre una determinada población, los agentes se mezclan entre la gente y asisten a “actividades pastorales, fiestas, cumpleaños e incluso velatorios y entierros” con el fin de estudiar sus creencias y aspiraciones. También organizan grupos de discusión para medir el apoyo local a las acciones planeadas. El proceso de manipulación se pone en marcha y los agentes identifican y reclutan a “ciudadanos bien situados” para que sirvan como modelo de cooperación, ofreciéndoles trabajos inocuos aparentemente importantes. A continuación, transmiten conceptos difíciles o irracionales a través de eslóganes simples […] En los casos en que los intereses de la CIA se oponen de modo irreconciliable a los de la población, el manual sugiere la creación de una organización que actúe como tapadera, con una serie de objetivos muy diferentes a sus verdaderas intenciones. Finalmente, todos los esfuerzos por garantizar la conversión deben adaptarse a las tendencias preexistentes de la población seleccionada: “Debemos inculcar a la gente toda esta información de forma sutil, para que esos sentimientos parezcan haber nacido por sí mismos, espontáneamente”»[24].

3.-

Desde aquí, y de más atrás como veremos, hasta la actual guerra cognitiva solo faltaba que el imperialismo sufriera derrotas y descalabros profundos para que no tuviera más remedio que ir innovando partes o la totalidad de sus doctrinas, sistemas, estrategias y tácticas de guerra social contra el proletariado, a la vez que impulsaba una nueva revolución tecnocientífica aplicable a la «pacificación del cerebro», a la «represión suave», a la planificada manipulación imperceptible en el interior de la vida colectiva e individual, afectiva e inconsciente de las clases y pueblos explotados. Según D. Rushkoff:

«El fundamento histórico de la comunicación de masas se encuentra en siglos de coerción cultural imperialista. Financiados principalmente por sus gobiernos, antropólogos bien intencionados  –y unos cuantos no tan bienintencionados—desarrollaron métodos de análisis y dirección mientras estudiaban pueblos primitivos con culturas extrañas. Conscientes o no de las intenciones de sus patrocinadores, estos antropólogos prepararon el terreno a las posteriores invasiones militares […] Invariablemente, el proceso de dominación cultural seguía los tres mismos pasos que hoy utilizan los especialistas en relaciones públicas: primero, descubrir los mitos dominantes de la población y, durante el proceso, conseguir su confianza; segundo, encontrar supersticiones o lagunas en sus creencias; y tercero, reemplazar la supersticiones o incrementarlas con hechos que modifiquen las percepciones o lealtad del grupo»[25].

Desde inicios del siglo XXI, acompañando estos métodos e impulsados por ellos, se creaban ejércitos «privados»[26] tan importantes en la contrainsurgencia y en el momento crítico de las «revoluciones naranjas», cuando el terror fascista intenta quemar sindicatos, parlamentos, periódicos y hasta personas. Un salto decisivo fue la militarización[27] de grandes corporaciones que intervendrán activamente en la guerra cognitiva, destacando la factoría Disney por su omnipresente industria de la manipulación de masas. A la vez se intensificó la guerra cultural con la interacción entre servicios de inteligencia y presión cultural es innegable, como ha demostrado J. Petras en su estudio sobre las estrechas conexiones entre la CIA y la Fundación Ford[28], que como es sabido tiene una especial incidencia en la evolución de las modas culturales burguesas. Según E. Acosta Matos, debe ser entendida de forma amplia, a escala mundial, y no meramente restringida a escala estatal, entre diversos componentes de la »cultura” de un país, porque es el conjunto de presiones ideológicas, culturales, artísticas, científicas, etcétera, que el imperialismo realiza contra los pueblos que se niegan a plegarse a sus exigencias:

«Las guerras culturales forman y formarán parte destacada en las estrategias mundiales de dominación y expansión imperialistas en el Siglo XXI, de hecho su originalidad radica, precisamente, en que son las que mejor expresan, y de manera más concentrada, los cambios sufridos por los mecanismos de penetración, dominación y reconquista del imperialismo en nuestros días, que a su vez reflejan, a fin de cuentas, los cambios experimentados en la profundidad de su sistema productivo y reproductivo. No son las fronteras terrestres, aéreas o marítimas las que deberán ser vulneradas para implantar el dominio universal del capital; no son ejércitos enemigos a los que hay que derrotar en el campo de batalla para izar sobre territorio ocupado las banderas de las metrópolis ni obligar a las naciones vencidas a abrirse a su insaciable sed de mercados y ganancias. Hoy los arrolladores avances en las ciencias, las telecomunicaciones y las tecnologías hacen de la esfera cultural y de la mente de los hombres el campo de batalla definitivo, la última frontera a conquistar, el último reducto enemigo a asaltar»[29].

Desde 2014, mientras la OTAN perfilaba en secreto lo que sería la guerra cognitiva, ya funcionaba al máximo «la ciencia de la contrainsurgencia»[30] que golpeaba duramente a las izquierdas revolucionarias. Hemos insistido siempre que la «izquierda del capital», o «de su majestad» ni quiere, ni sabe ni puede plantar cara a estos ataques. Sí lo hace la praxis revolucionaria: en agosto de 2018 Aram Aharonian advertía que: «Una inmensa gama de organismos gubernamentales y partidos políticos, sobre todo en Occidente, explotan las plataformas y redes sociales para difundir desinformación»[31]. El autor presta especial atención a Apple, Google, Microsoft, Amazon y Facebook como empresas muy especializadas en crear y divulgar mentiras, versiones ambiguas y rumores con finalidad sociopolítica y socioeconómica. Poco antes, en febrero de ese 2018, Cuba divulgó un muy riguroso informe sobre cómo el Pentágono había creado una «Fuerza de tarea en Internet»[32] para desestabilizar y hundir la Isla Heroica y agredir a los pueblos del mundo.

En junio de 2020, J. Gómez Sánchez resumió así la esencia de la nueva táctica de guerra cognitiva recién diseñada por la OTAN: «Las acciones mediáticas que despiertan la emotividad e inhiben la racionalidad de cada segmento se modifican y amplifican desde espacios comunes o diferentes. La acción de páginas webs y youtubers orientados a la población más amplia, se combina con espacios digitales «alternativos» pensados para un sector con desenvolvimiento social y profesional en las artes, las universidades y el propio mundo periodístico o del sistema de la cultura. […] Secuestrar causas sociales y temas como el racismo, los derechos sexuales y los roles de género, cuyos logros educativos y legislativos han sido llevados adelante precisamente por su integración con las instituciones como parte de la agenda gubernamental y de la transformación que la Revolución ha producido, es otro de los objetivos. Trastocar la sensibilidad en fanatismos irracionales, para lograr que aquellos que antes fueron discriminados ahora se muestren tan o más intolerantes, en contra de las propias instituciones que defienden tales derechos»[33]

En octubre de 2021 Ben Norton avisó de la «batalla por tu cerebro» que estaba iniciando la OTAN como nueva táctica de control y teledirección psicopolítica de masas que se suma a la guerra híbrida, informativa, propagandística, cibernética, de cuarta y hasta de quinta generación, etc. Según el autor: «La OTAN está desarrollando un tipo de combate completamente nuevo que ha calificado como «guerra cognitiva». Descrita como «armarse con las ciencias del cerebro», el nuevo método implica «piratear al individuo» explotando «las vulnerabilidades del cerebro humano» [principalmente sesgos, filias y fobias] para implementar una «ingeniería social» [aún] más sofisticada»[34].

En noviembre de 2021 Leonid Savin denunció cómo la  OTAN utilizaba como cobayas humanas a los pueblos de Canadá explotando esa vulnerabilidad del cerebro humano. El autor resume el proyecto Innovation for Defence Excellence and Security (IDEaS), también conocido como Innovation Hub. Para el objetivo de este texto –cómo vencer a esta nueva táctica militar–  lo más importante es saber que la OTAN manipula fríamente la estructura psicosomática de nuestra especie en base a las debilidades de nuestro cerebro: Incapacidad de determinar si una información concreta es correcta o incorrecta; imposibilidad para verificar rápidamente la validez de los mensajes en caso de que se produzca una sobrecarga de información; tendencia a creer que ciertas afirmaciones o mensajes anteriores son verdaderos, aunque sean falsos, y aceptar afirmaciones como verdaderas en caso de que estén respaldadas con pruebas, sin tener en cuenta tampoco la autenticidad de las mismas[35].

En febrero de 2022 Ricardo Chang se preguntaba en una revista online con nombre muy apropiado para nuestro tema de reflexión –www.puebloenarmas.com–  si una de las más recientes tácticas de guerra, llamada «guerra cognitiva», sería una «nueva amenaza para Venezuela»[36]. Pensamos que sí es una amenaza nueva que se suma a la larga guerra que el imperialismo y sus lacayos internos hacen  al  pueblo venezolano. Para vencer a esta nueva modalidad de guerra imperialista debemos estudiar críticamente las lecciones que aporta la historia de la lucha de clases y en especial en su forma de lucha por la independencia socialista de las naciones trabajadoras.

En agosto de 2022 Alejandro Kirk investigó cómo la OTAN adaptaba los puntos básicos de la guerra cognitiva contra el pueblo de la republicas populares del Donbass y contra Rusia, explicando así esos puntos básicos: «La «guerra cognitiva» consiste en desarticular el raciocinio cartesiano y reemplazarlo por uno que «parece» lógico, pero en realidad es una representación manipulada de la realidad. Se planta una idea matriz en el colectivo, asimilada en cada persona, que pasa a ser la premisa desde donde se juzga todo lo que ocurre. Esto hace que personas con educación formal y un elevado nivel intelectual comiencen a aceptar incondicionalmente información dirigida y arbitraria de múltiples fuentes -formales e informales-, para elaborar conclusiones que en su mente aparecen como reflexión propia»[37].

En diciembre de 2022 Jonás Tögel desarrolló los principales puntos de la guerra «por la mente de la gente» que practicaba la OTAN, terminando su aportación refiriéndose a la guerra cognitiva que desarrolla la OTAN en Ucrania y mostrando la urgencia de estudiar esta nueva agresión, y combatirla:

«Para salir victorioso en la guerra, hay que ganar también la batalla por la opinión pública. Esto se viene haciendo desde hace más de 100 años con herramientas cada vez más modernas, las llamadas técnicas de poder blando. […] La desconfianza en los gobiernos y los militares va en aumento, mientras que la OTAN intensifica sus esfuerzos para utilizar una guerra psicológica cada vez más sofisticada en la batalla por las mentes y los corazones de la población. […] las técnicas convencionales de poder blando ya no son suficientes, lo que se necesita es una guerra cognitiva, es decir, relacionada con la mente, una «propaganda participativa» en la que «todos tomen parte». […] la neurociencia como arma […] Los estrategas rara vez admiten abiertamente que estas técnicas pueden utilizarse no sólo en poblaciones enemigas sino también dentro de los países de la OTAN. Las declaraciones al respecto suelen ser vagas. Sin embargo, hay indicios de que la OTAN también tiene como objetivo a su propia población. […] Teniendo en cuenta que la guerra cognitiva ya está en marcha y que las últimas técnicas de manipulación se están utilizando actualmente en la guerra de Ucrania para dirigir los pensamientos y sentimientos de las poblaciones de todas las naciones implicadas en la guerra, la aclaración sobre las técnicas de poder blando de la guerra cognitiva sería apreciada y debería ser más urgente que nunca»[38].

«Son incapaces de razonar con evidencias (de hecho las excluyen o las tergiversan). Son incapaces (literalmente) de pensar de manera «compleja», considerando la integración dinámica de cinco o más variables, cada una de ellas portadora de vectores de clase en pugna, de historia, de matices y de identidades no subordinadas a la estrechez de la ideología mercantil, lineal y rígida como los intereses de la acumulación del capital. Sus razonamientos más humanos son refritos del vocabulario filantrópico más banal, difundido en seminarios de autoayuda o coaching empresarial.»[39].

En enero de 2023 Fernando Buen Abad expuso así los efectos destructores que causa la manipulación cognitiva en sus víctima, en las personas que se resisten al imperialismo: «Son incapaces de razonar con evidencias (de hecho las excluyen o las tergiversan). Son incapaces (literalmente) de pensar de manera «compleja», considerando la integración dinámica de cinco o más variables, cada una de ellas portadora de vectores de clase en pugna, de historia, de matices y de identidades no subordinadas a la estrechez de la ideología mercantil, lineal y rígida como los intereses de la acumulación del capital. Sus razonamientos más humanos son refritos del vocabulario filantrópico más banal, difundido en seminarios de autoayuda o coaching empresarial.»[40].

En marzo de 2023 Southfront destripa con estilete la que probablemente sea ahora mismo la experimentación más sofisticada de las revoluciones naranjas y de la guerra cognitiva en sus plasmación práctica: «la derecha dirigida por EEUU busca el derrocamiento del gobierno legítimo en Georgia. Se inspira en los beneficios personales que les ofrecen en caso de derrota de Rusia en su lucha contra la OTAN, supuestamente factible tras el estallido de una nueva ola de hostilidades en sus fronteras del sur»[41]. Los «beneficios personales» siempre han sido anzuelos de cooptación, colaboración con el invasor y traición al propio pueblo. Las agresiones a Venezuela, Nicaragua, Cuba y una infinidad de naciones también han intentado sostenerse en los traidores comprados con dólares, libras, francos, ducados…, en definitiva por aquél «oro persa» con el que tantos griegos fueron sobornados para destrozar desde dentro a su país hace 2500 años, por no retroceder más en el tiempo.

4.-

¿Cuál es el secreto de la efectividad que tiene el «oro persa» para corromper ideales y comprar voluntades? De la respuesta a esta pregunta depende en buena medida la praxis contra la guerra cognitiva, y para entender mejor lo que sigue nos adelantamos un poco leyendo esto: «La política actual se encadena a los vicios electorales puestos en práctica por griegos y romanos: el soborno del voto, no sólo en dinero, sino en especie. Alimentos, despensas familiares, vales de mercancías diversas, ropa, plumas, herramientas de trabajo, rifas. El merchandising es arma política que funciona en una gran variedad de artículos gratificantes, que se entregan en convenciones y concentraciones; en actos y juntas, incluso en visitas domiciliarias. El ciudadano tratado como consumidor, el consumidor atraído como votante; el votante, subsidiado y su voluntad objeto de canje»[42].

Llegamos así el punto crítico de la guerra cognitiva como parte de la guerra imperialista: la mercantilización de la política, la ley del valor aplicada al precio del voto electoral, el trabajo abstracto y el valor como las relaciones sociales imperceptibles a simple vista que sin embargo dirigen las estrategias y tácticas de manipulación de la estructura psíquica para generar revoluciones naranjas mediante la excitación de la irracionalidad con las tecnologías más recientes que crean traidores prometiéndoles todas las formas materiales e ideales, posibles e imposibles del «oro persa»,  sobre todo de las inaccesibles en sí mismas para que creen frustración, rabia y odio, fuerzas reaccionarias que sostienen las violencias fascistas que cohesionan las «democráticas» revoluciones naranjas y las guarimbas.

Hemos visto y veremos a lo largo del texto la omnipresencia de la corrupción, del soborno y de la traición colaboracionista por dinero o por prebendas de cualquier tipo. No hay duda alguna que la guerra cognitiva también se basa en y a la vez propaga la venta del «alma», o mejor de la dignidad, al opresor por las inhumanas treinta monedas. Siempre debemos insistir en que la conciencia sociopolítica es central en la lucha contra el «oro persa», pero también lo es la coherencia ética, especialmente en la praxis comunicacional ya que es central para que el pueblo venza en la permanente guerra cognitiva. Carlos Sierra tiene toda la razón cuando insiste en la ética comunicacional como vacuna contra la manipulación reaccionaria inserta en las redes del capital:

«Las redes sociales digitales no sobreviven sin el chisme, las mentiras, la rapidez que no da lugar a la verificación de la información, la inmediatez que reclama la adhesión ipso facto, la repetición o viralización que integra a millones de personas en la falsedad. En estas redes lo más importante no es la calidad o verdad del contenido, sino la rapidez con que es transmitido […] se viola la privacidad e intimidad de las personas, se montan videos que comprometen reputación, se estafa, se amenaza, y se acosa. Es muy difícil controlar estas prácticas antiéticas. Algunos Estados han avanzado en disposiciones jurídicas al respecto, pero falta mucho por hacer»[43].

Vemos la importancia crítica que tiene la cuestión del poder del Estado en manos del pueblo obrero para controlar las redes sociales reaccionarias que son parte de la guerra cognitiva. Uno de entre los millones de ejemplos lo tenemos ahora mismo en Georgia: en marzo de 2023 Fabricio Cesari informa que « Al fin y al cabo, la indisoluble cadena que une a USAID, NED y las ONG golpistas ubicadas en países “hostiles” a EEUU está sobradamente probada y documentada. Y no hace falta ningún talento especial para el periodismo de investigación, ya que los desembolsos de sus fondos a los golpistas en sus respectivos países son públicos, dada la exigencia de rendición de cuentas debida a la recepción de fondos públicos. En cualquier caso, como dijo su vicepresidente, “USAID hace el trabajo que la CIA ya no puede hacer” […] Los disturbios callejeros fueron organizados y dirigidos por miembros de ONG financiadas por Estados Unidos y la UE. El objetivo es la caída del gobierno»[44].

Exacto: la caída de los gobiernos que no obedecen al imperialismo, su derrocamiento si es posible desde dentro o mediante una combinación de «presión democrática» interna reforzada con presiones externas de las «comunidad internacional». En caso de fallar estas vías, que pueden ser apoyas por golpes judiciales o «golpes blandos» en los que la manipulación psicopolítica en todos sus niveles juega un papel central[45] desde hace al menos una década, puede lanzarse una invasión si el imperialismo tiene superioridad militar. Pero, como hemos visto, la guerra cognitiva también se aplica contra la propia clase trabajadora para mantenerla atada e inmóvil con las invisibles cadenas mentales:

«Teniendo en cuenta que la tecnología de los medios audiovisuales modernos crea un desfase en la capacidad de análisis consciente del ser humano, gran parte del mensaje se percibe directamente desde un plano subconsciente (el hábito cotidiano de su contemplación, modifica nuestros estados perceptivos y por tanto nuestra relación con la realidad). McLuhan, Eco, estudiosos del fenómeno comunicativo lo calificaron como narcótico o hipnótico, genera respuestas de las que ni siquiera nos damos cuenta. Nos encontramos pues, ante una relación de sumisión con los medios que nos absorben y dominan, imponiéndonos una dictadura que exige la obediencia ante los parámetros creados por la realidad mediática teledirigida desde los centros manipuladores del poder»[46].

La aceptación acrítica de «verdad» creada por los medios del capital se sostiene en varios pilares irracionales, entre los que destacamos el miedo según veremos, pero sobre todo en el efecto de inseguridad ante lo desconocido que es una de las consecuencias del fetichismo de la mercancías. Tampoco debemos olvidar la plomiza dependencia que nos han hecho tener del miope sentido común y del vuelo corto de la lógica formal. El dogma se chulea prepotente y autoritario allí donde el la dialéctica no puede desplegar su potencia crítica devastadora:

«El pensamiento dialéctico se distingue por la noción de que el análisis y la exposición teóricos no son extrínsecos al objeto de conocimiento. Frente a la «cognición externa», que impone un método predeterminado a aquello que busca comprender, la dialéctica procede a través de una crítica inmanente y aspira a dibujar el movimiento y la estructura interna de su objeto de estudio. Más que atraer el fenómeno a sus propias exigencias, las investigaciones dialécticas adquieren su forma a partir de las características del objeto que está siendo explorado. Esto hace de los análisis dialécticos ejercicios que son literalmente fenomenológicos a la hora de explicar la lógica interna de los fenómenos»[47].

Descubrir la lógica interna de la guerra cognitiva es la precondición inexcusable para vencer en ese frente concreto de la guerra social entre el capital y el trabajo, y sobre todo en esa guerra misma en su total extensión mundializada, como veremos al final.

5.-

La guerra cognitiva también golpea a las clases trabajadoras de los Estados miembros de la OTAN. J. Tögel nos remite al comienzo del siglo XX como el momento en el que se inventan los rudimentos de esta nueva forma de guerra, aunque veremos que en realidad son mucho más antiguos. El impacto de la IGM fue decisivo en este sentido porque inauguró la fase de la «destrucción absoluta» que caracteriza desde entonces a la guerra como recurso último para salir de las crisis del capital que entonces era la segunda Gran Depresión, mediante la «gran aceleración»[48] de la identidad producción/destrucción capitalista,  La velocidad acelerada de la unidad productivo/destructiva del Estado-capital es la que explica cómo y por qué se ha llegado a la guerra cognitiva pocos años después de estallar la tercera Gran Depresión.

Es incuestionable que el Estado como forma político-militar del capital juega un papel clave en crear las condiciones necesarias para el triunfo de la guerra cognitiva tanto contra sus explotados como contra los pueblos que pretende oprimir. Volviendo a la IGM como momento de salto de una fase a otra, en 1915 Freud impactado por su brutalidad, escribió: «El Estado exige a sus ciudadanos un máximo de obediencia y de abnegación, pero les incapacita con un exceso de ocultación de la verdad y una censura de la intercomunicación y de la libre expresión de sus opiniones, que dejan indefenso el ánimo de los individuos así sometidos intelectualmente, frente a toda situación desfavorable y todo rumor desastroso»[49]. Es cierto que, entre otras carencias, Freud no prestó la atención debida al papel del Estado, de la lucha de clases, de la represión burguesa, etc.,[50] y es por estas limitaciones que tiene tanto valor el texto de él que estamos analizando.

Debemos profundizar  un poco más en esta tesis cierta porque es una de las puertas de entrada a la fase de modernización capitalista de lo que ahora se llama guerra cognitiva. En efecto, Freud había reconocido en  una página anterior su sorpresa y «terrible decepción»[51]  por la IGM, como le sucedió también a Lenin. Pero desde 1916 la moral de combate de los ejércitos enfrentados empezó a debilitarse surgiendo negativas, desobediencias, motines y hasta sublevaciones[52]. Aprendiendo de aquella y de otras idénticas posteriores, un objetivo de la actual guerra cognitiva en el  propio Estado es preparar mentalmente a su población explotada para que no se decepcione por la guerra que inicia su burguesía, sino para que la apoye con fanatismo hasta el final.

Freud comprendió que la «indefensión de ánimo» creada por el Estado incapacita a los ciudadanos a reaccionar frente a las situaciones desfavorables. Precisamente es en esas cuando se constata el peso reaccionario de la obediencia individual y colectiva, y la extrema debilidad de las personas obedientes ante la manipulación estatal, que les impide desarrollar una crítica que analice cuantitativamente y sintetice cualitativamente los problemas a los que se enfrentan. Freud sostuvo que nunca ceja la presión coercitiva global sobre la persona, contra ella y dentro de ella, asegurando que: «durante la vida individual se produce una transformación constante de esta coerción exterior en coerción interior»[53].

Freud constató que: «La aparición de estos productos de la reacción es favorecida por las circunstancias de que algunos impulsos instintivos surgen casi desde el principio, formando parejas de elementos antitéticos, circunstancia singularísima y poco conocida, a la que se ha dado el nombre de ambivalencia de los sentimientos […] la frecuente coexistencia de un intenso amor y un odio intenso en la misma persona […] el carácter de un hombre […] sólo muy insuficientemente puede ser clasificado con el criterio de bueno o malo. El hombre es raras veces completamente bueno o malo; por lo general, es bueno en unas circunstancias y malo en otras, o bueno en unas condiciones exteriores y decididamente malo en otras”[54].

Manipular la ambivalencia de los sentimientos es una prioridad de las clases explotadoras para introyectar en las masas oprimidas la creencia de que lo bueno es la obediencia y la sumisión, y lo malo es la libertad y la subversión. Es una guerra por el sentido, que ha sido desde siempre una de las tareas centrales de la guerra ideológica, pedagógica, psicológica, propagandística… o cognitiva desde su origen. Es cierto que hay diferencias entre estas formas específicas de guerra; es cierto que la cognitiva tiene, como veremos, letalidades nuevas inherentes a los avances de la tecnociencia burguesa y a su industria de la matanza de seres humanos, para utilizar la terminología de Marx y Engels, pero primero debemos tener una perspectiva histórica que precisamente empieza en la fase imperialista del capitalismo.

Freud escribió lo que acabamos de leer en 1915.  Para 1921 existía el Instituto Tavistock que investigaba cómo utilizar la estructura psíquica deteriorada de los ex soldados que habían sufrido las conmociones de la guerra de 1914-18 para producir «generaciones de idiotas» obedientes al imperialismo, Instituto que recibió fuertes apoyos económicos de grandes capitalistas y Estados burgueses[55]. Otro estudioso de esta problemática descubrió en sus buceos en la historia lo que sigue: “Más allá del parecido entre las líneas ideológicas de la «guerra psicológica» y las del Congreso por la Libertad de la Cultura que muestran la coherencia relativa del plan concebido por Wisner y los dirigentes de la CIA, se puede notar que los especialistas de la «manipulación de masas» son frecuentemente marxistas arrepentidos. Un ejemplo de ello es la carrera de Paul Lazarsfeld. A fines de los años 20, el que será uno de los principales ideólogos de la «comunicación de masas» es un socialista activo. En Francia, tiene relaciones con la SFIO y con Leo Lagrange. En 1932, la Fundación Rockefeller le ofrece una beca de dos años para estudiar en Estados Unidos. Considerando que existe «una correspondencia metodológica entre la compra de jabón y el voto socialista», se da a conocer escribiendo artículos de marketing”[56].

Al fin y al cabo: «Fue un sobrino estadounidense del propio Freud, Edward Bernays, el primero en percatarse del incalculable potencial que las teorías de su tío ofrecían al capitalismo y su visión del mundo, de la economía y del papel que el individuo debe jugar en la nueva sociedad consumista-capitalista que estaba emergiendo. El razonamiento propuesto por este hombre, aunque con efectos devastadores para la libertad humana, fue sencillo: si es verdad eso de que el hombre está sometido por una serie de fuerzas, pulsiones, deseos y necesidades inconscientes que ni si quiera él mismo conoce, y que operando desde un oscuro lugar de la mente tienen capacidad para influir en la conducta del hombre, también lo será que, manipulando convenientemente estas pulsiones, deseos y necesidades ocultas, quien sea capaz de realizar tal manipulación será capaz también de influir directamente, sin que ellos lo sepan, en la conducta, el pensamiento y el comportamiento de estos sujetos, y todo ello, además, mientras que por la vía de los mecanismos conscientes habituales se les está diciendo que se hace justamente lo contrario»[57].

Edward Bernays tuvo una larga vida, entre 1891 y 1995, años dorados de la expansión yanqui, pese a sus muchas derrotas y problemas. Además de sus pioneras investigaciones sobre la utilización de algunos principios del psicoanálisis para manipular los deseos inconscientes de los consumidores, creando la llamada ciencia del márquetin, también volcó sus conocimientos en mejorar las relaciones empresariales y políticas del capitalismo. Fue consejero de varios presidentes estadounidenses pudiéndose decir que la Casa Blanca era casi su segunda vivienda. De este modo, se fue fusionando el márquetin comercial y las relaciones empresariales y políticas del imperialismo en una sola metodología que al fusionarse cada vez más desde finales de la IGM con los intereses militares, fue mejorando los métodos de la manipulación de masas hasta llegar, como veremos, a la actual guerra cognitiva.

Si la IGM abrió la fase de la aceleración bélica imperialista y con ella la aceleración de la lucha de clases y de liberación nacional, con la IIGM se dio otro salto que, para nuestro objetivo en este texto, es muy importante saber cómo su ferocidad racista, su irracionalidad violenta y fanática en extremo, sus genocidios, etc., dieron pie a serias investigaciones sobre la «personalidad autoritaria»[58], sobre la manipulación de la agresividad[59] orientándola hacia el terror planificado, sin poder extendernos más. Aunque más adelante la guerra cognitiva explorará otros campos de batalla más individualizados, buscando que las frustraciones consumistas previamente creadas mediante el bombardeo «inmaterial» a personas y grupos seleccionados, se transformen además de en actos violentos contrarrevolucionarios, también en movilizaciones «democráticas» de las revoluciones naranjas organizadas por el imperialismo, siendo esto cierto, no lo es menos que por debajo de semejante «pacifismo» presiona en nuestro inconsciente lo que se llama la «función de Führer»[60] o dicho en otros términos: la «figura del Amo»[61].

Tiene razón M. Brinton cuando explica cómo en los momentos angustiosos, quienes no han desarrollado suficiente independencia psicológica, afectiva y emocional, crítica y autocrítica, teórica y política, ética y moral, tienden a adoptar «actitudes infantiles cuando se ponen frente a frente con los que simbolizan la autoridad, con los que representan en la escala de la sociedad la imagen de sus padres (es decir, los dirigentes del Estado, los jefes de las fábricas, los curas, los políticos consagrados, etc.)»[62].

Como ha afirmado D. Rushkoff al estudiar los mecanismos de coerción y de obediencia en la sociedad y en las sectas, grupos y colectivos: «La CIA recomienda utilizar las recompensas y los castigos al azar, de forma ilógica, para que los sujetos regresen a un estado de dependencia infantil. De esta manera, el confundido adepto acaba experimentando un estado de regresión y transfiere la autoridad paterna al líder. Por esta razón, muchos líderes insisten en ser llamados padre madre»[63]. Pero esta producción de miedo social no se limita a espacios concretos y relativamente reducidos, sino que busca plasmarse en toda la sociedad siguiendo un modelo ya activado y minuciosamente investigado en el marketing de ventas y en el diseño de los grandes hipermercados: la aplicación de la “coerción pasiva” estudiada al detalle por especialistas que llegaron a la conclusión de que “el truco consiste en crear la sensación de que no existe  –ni hace falta– ninguna alternativa. La atmósfera coercitiva definitiva es aquella que no se parece a una atmósfera porque recrea un mundo entero: el mundo real»[64].

La guerra cognitiva incrementa su efectividad cuando previamente el Estado de la clase explotadora fabrica una estructura psíquica de masas sumisa e indefensa ante los posteriores desarrollos de la psicopolítica militarizada. Se trata, en  suma, de lograr lo que R. Osborn expresó así estudiando el proceso educativo: «Hacer de la obediencia una virtud es socavar la autonomía individual»[65]. Sin embargo, la autonomía individual es una de las precondiciones para vencer a la guerra cognitiva, aunque nosotros preferimos decir independencia personal antagónica a la «máquina de la obediencia» estatal, definida así por Portinaro:

«Para un análisis de la trayectoria de los Estados, es ineludible considerar las técnicas, las prácticas y las ideologías en acción a los efectos de producir obediencia. Los Estados son aparatos para producir obediencia o para persuadir a la obediencia […] Miedo, interés, honor son los resortes que en cada coyuntura histórica resultan activados para conseguir un comportamiento adecuado: a través del monopolio de la coerción, el Estado atemoriza; recurriendo a los discursos a su disposición, dispensa ventajas materiales y honorabilidad social (ya para Bodin, como se ha visto, un imprescindible requisito de la soberanía). Pero el temor, el interés material, la consideración social no bastan para garantizar la estabilidad del poder. Existe un factor ulterior: la creencia en su legitimidad, entendida como cualidad peculiar, de carácter personal, del poseedor del poder, o bien como validez de un ordenamiento impersonal […] Una vez más, el modelo de esta evolución está constituido por la Iglesia, que durante siglos había dado pruebas de su capacidad disciplinadora y de su virtuosismo para conjugar el elemento activo del mando con el pasivo de la obediencia, educando para el autocontrol a los pastores y para la obediencia a la grey»[66].

6.-

Efectivamente, la Iglesia y en general las burocracias religiosas han sido muy efectivos medios de guerra cognitiva aunque entonces no se la calificase así. Luego volveremos al importante papel de la mayoría inmensa de las iglesias en lo que ha sido la historia de la teledirección del pensamiento desde la primera infancia, pero ahora preguntémonos desde cuándo y por qué es tan efectivo ese «oro persa».

En el neolítico, antesala del modo tributario de producción, sucedió algo que va más allá del desarrollo agrícola, textil, cerámico, armamentístico, de domesticación de animales, etc., para avanzar en una nueva forma de orden social inherente a la propiedad privada: la obediencia disciplinada y mansa a las órdenes de la jefatura. Entre el -10.000 y el -2.500 se domesticó el perro, la oveja, la cabra, el cerdo, la vaca, el caballo, el asno, el búfalo acuático, la llama y la alpaca, el camello y el dromedario[67]. Los animales gregarios tienen una estructura social que ha permitido su domesticación y su explotación por la especie humana. No faltan estudios que sugieren que las minorías sociales que se iban enriqueciendo porque eran propietarias de ganado domesticado aprendieron a manipular, «domesticar» y mandar a otros congéneres adaptando las lecciones aprendidas en la domesticación de esos animales:

«Esta estructura social es ideal para la domesticación, porque en realidad los humanos asumen la jerarquía de dominación. Los caballos domésticos de una recua siguen al líder humano como seguirían normalmente a la yegua que ocupa el primer lugar. Las manadas o rebaños de ovejas, cabras, vacas y perros ancestrales (lobos) tienen una jerarquía semejante. A medida que los animales jóvenes crecen en un grupo de esas características, aprenden de los animales que habitualmente ven cerca de ellos. En condiciones naturales, se trata de miembros de su misma especie, pero los animales jóvenes de manadas que están en cautividad también ven a los humanos cerca y también los siguen.

Estos animales sociales se prestan a ir en manada. Dado que son tolerantes con los otros miembros del grupo, pueden ser agrupados, dado que instintivamente siguen a un líder dominante y toman a los humanos como líderes, pueden ser conducidos fácilmente por un pastor o un perro pastor. Los animales gregarios se comportan bien cuando están encerrados en condiciones de hacinamiento, porque están acostumbrados a vivir en grupos densamente atestados en la naturaleza»[68].

La especie humana es social, pero hay seres humanos que por la educación que han sufrido han sido reducidos a gregarios necesitados de la protección del rebaño dirigido por una autoridad y por sus perros; personas sin conciencia crítica devenidas en objetos pasivos y no en sujetos activos. La aparición de cacicazgos, castas y clases dominantes fue simultánea a la domesticación animal siendo muy probable que esas minorías  propietarias de los rebaños, también aprendieran a «domesticar» humanos contando con la ayuda de las primeras religiones burocráticas que ya para el -2850[69] eran capaces de alienar a personas para que se dejasen matar con el fin acompañar a reyes en su vida de ultratumba, creyendo que en ella serían felices.

La primera obra escrita conocida hasta ahora y destinada a la idiotización de los y las esclavas para reprimir el malestar social creciente, reforzando la dominación de la minoría sobre la mayoría, es el Poema de Gilgamesh de aproximadamente el -2100. Es la primera referencia escrita disponible sobre la lucha de clases y contra la explotación patriarcal en su forma más salvaje previa al asesinato, la violación sexual. Se trata de la escrituración de un mito religioso transmitido oralmente durante siglos antes, cuya figura principal, Gilgamesh, tenía dos tercios de dios y un tercio de humano. Era soberbio, vanidoso, autoritario, explotador y violaba a todas las mujeres… Todo ello provocó la reacción de los hombres que piden al dios Aruru que cree a Enkidu, parecido a Gilgamesh para que lo destruya[70].

En la Tablilla XII del Poema se cita dos veces a Lilith la mujer mítica símbolo de la libertad, de la rebeldía…, peligrosa referencia que el patriarcado ha perseguido siempre: «En la edición católica de la Biblia la palabra Lilith está escamoteada […] Cuando las mujeres cayeron en la esclavitud del varón y se las obligó a parir en beneficio de aquél, es probable que algunas se resistieran bien a entregar los hijos, bien a tenerlos para perderlos después. Todo indica que Lilith estaría entre esta clase de mujeres»[71].

El Poema cuenta que, antes de los humanos, existían los semidioses agigi explotados por los dioses anunakis: Los agigis se rebelan, son derrotados y uno de sus dirigentes, We, es apresado y descuartizado. Los anunakis comprenden que tienen que conceder alguna reforma para aplacar la lucha de clases, y crean a los humanos como lumpen proletarios para que hagan los peores trabajos, pero también se sublevan. La astuta diosa Ea[72] dice a los humanos que hagan un barco gigantesco –el Arca– para salvarse de la muerte porque los dioses quieren destruirlos con un Diluvio Universal. La astuta Ea se pregunta: ¿Quién trabajará para nosotros si exterminamos a los humanos?: hay que salvar a unos pocos y a algunos animales en un gran barco para reproducir el lumpemproletariado.

Aunque Gilgamesh sea un mito, es innegable el trasfondo de explotación social generalizada, de resistencias, rebeliones y masacres, así como de tácticas divisionistas y hasta de promesas de solución –crear el Arca salvadora- por parte de facciones de las clases dominantes. Debajo de todo mito cargado socialmente, subyace una realidad que el poder quería negar, ocultar o tergiversar en su beneficio, más aún cuando ese mito, como el de Gilgamesh, fue tomando cuerpo en medio de la incipiente rotura de la unidad colectiva bajo las presiones sísmicas de la incipiente propiedad privada en la fase de tránsito del comunismo primitivo al modo tributario de producción.

De hecho el Poema fue escrito en la misma época en la que el rey del Estado de Lagash llamado Uruinimgina  –«un hombre del pueblo»[73]— realizó importantes «reformas sociales»[74] para aplacar el malestar de los «grupos sociales intermedios», proteger a viudas y huérfanos, suprimir impuestos, controlar la  usura, reprimir el robo, atraerse a la casta sacerdotal, etc. Fue durante esta larga fase cuando, según ciertas investigaciones, se produjo la «derrota de la diosa»,  su expulsión del panteón politeísta, o su degradación a un segundo nivel, por no hablar de su desaparición. Esta «derrota» de produjo tras una «guerra» larga: entre el -3000 y el -1000 en Medio Oriente cuando vencieron definitivamente los dioses guerreros y crueles, que dominaban sobre diosas reducidas a la obediencia o esclavizadas[75].

No hace falta decir que lo esencial y permanente, el núcleo, de las técnicas de manipulación y represión se creó en estos decisivos milenios en los que el poder de una minoría domesticó animales no humanos y humanos, explotó a la mujer, oprimió o exterminó pueblos, e impuso su propiedad privada destruyendo o reduciendo al máximo los modos comunales de producción. Así que avancemos un poco: En la China de -720 el mandarín Fuh-Tsien fundó la doctrina de la manipulación propagandística al sostener que «La repetición es la base del conocimiento, incluso si éste es falso»[76]. Goebbels no inventó nada nuevo, excepto la utilización sistemática de la radio, el cine, la imprenta, el teléfono, el telégrafo, el avión, etcétera, para controlar a mucho más millones de personas tecnologizando el método de Fuh-Tsien, del mismo modo que la guerra cognitiva actual recurre a nuevas tecnologías desconocidas por los nazis y mandarines para evitar el hundimiento del imperialismo.

En el siglo –IV Sun Tzu escribió en el Arte de la guerra: « Todo el arte de la guerra está basado en el engaño […] Ofrece un señuelo a tu enemigo para hacerle caer en una trampa […] Ponle en aprietos y acósale […] Si está unido, divídele […] Atácale donde no esté preparado»[77], o también «Impalpable e inmaterial, el experto no deja huellas; misterioso como una divinidad, es inaudible. Así pone al enemigo a su merced»[78]. Pero leamos esto que sigue porque nos da una idea exacta de cómo permanece lo esencial de las técnicas de control de masas, aprendiendo de las lecciones extraídas por el ejército opresor en su trato a los soldados de las clases explotadas:

«Si las tropas son castigadas antes de tener la seguridad de que son leales, serán desobedientes. Si no obedecen, resulta difícil emplearlas. Si las tropas han quedado ligadas con usted, pero no se puede imponer la disciplina, no pueden ser empleadas. Por ende, deles órdenes con cortesía pero manténgalas bajo control con una disciplina de hierro, y se puede decir que la victoria es segura. Si se cumplen firmemente las órdenes de instruir las tropas, obedecerán. Si no se cumplen en forma consecuente, desobedecerán […] Un general considera a sus hombres como infantes que marcharán con él por los valles más hondos. Los trata como hijos queridos, y ellos estarán a su lado hasta la muerte. Si un general tiene indulgencia con sus hombres pero es incapaz de utilizarlos, si los ama pero no puede imponer sus órdenes, si son desordenados y es incapaz de controlarlos, se pueden comparar con los hijos consentidos, que resultan inútiles»[79].

Trasladamos estas lecciones a la forma de control de las clases trabajadoras y vemos cómo la lógica militar no se diferencia en nada sustantivo de la lógica de control sociopolítico incluso de la burguesía «democrática». Pero lo que nos interesa es saber que la lucha de clases redujo tanto la efectividad del sistema de orden basado en la aplicación parcial del control militar al control sociopolítico que, desde final del siglo III,  el budismo mahayana fue impulsado por la burocracia china como «instrumento de cohesión social»[80], pasando de tener ciento ochenta centros y más de tres mil quinientos monjes a comienzos del siglo IV a tres mil monasterios y dos millones de monjes a comienzos del siglo VI. De este modo, la dureza militar más o menos subterránea o notoria según los momentos, tuvo que ser reforzada por el pacifismo colaboracionista con el poder del budismo mahayana. Recordemos que esta creencia religiosa surgió en el mismo país, India, en el que en -273 en los Nueve Desconocidos se lee: «De todas las ciencias la más peligrosa es la del control del pensamiento de las multitudes, pues es la que permite gobernar el mundo entero»[81].

Vamos a saltarnos varios siglos y detengámonos en Gengis Khan, uno de los maestros de la manipulación en todas sus formas y muy probablemente el mejor militar de la historia. Redactó la famosa Yassa[82] o código de leyes del que no tenemos una versión completa. La hizo gravar en piedras que colocó en todas las vías y cruces de caminos, y en las puertas de ciudades y pueblos. Este implacable conquistador conocía los efectos de la propaganda en cualquiera de sus formas sobre todo la que azuzaba el egoísmo disolvente,  de la guerra psicológica aplicada contra los pueblos que iba a invadir y del terror controlado que los paralizaba. Sabía que la corrupción y el debilitamiento de las costumbres podían hundir a su pueblo, y por eso hizo que el penúltimo artículo de la Yassa, el No 21, condenase a muerte a los espías, a los falsos testigos, a los hechiceros y a todos los hombres con «vicios infames»[83].

Si nos fijamos, hay tres cosas en común que recorren a estas categorías de seres: Una, obtener información importante sobre el pueblo al que van a atacar para conocer sus debilidades; dos,  propagar falsa información y creencias infundadas para romper su unidad, infundir terror, reforzar a la oposición para que se subleve a favor de los atacantes; y tres, propiciar la corrupción de las costumbres para aumentar los colaboradores, corruptos  y saboteadores internos a sueldo del invasor. Las tres mantienen hoy, en el capitalismo, la misma o más importancia que hace casi 800 años pero en otra sociedad precapitalista. Además, para mantener la firme unidad y conciencia colectiva interna, los soldados mongoles que retrocedían o abandonaban su unidad podían ser ejecutados por sus compañeros. Gengis Khan «favoreció el ascenso de jefes guerreros capacitados, de origen humilde y que, en consecuencia, estaban en deuda con él»[84], con lo que reforzaba la unidad basada en lazos de agradecimiento personal.

Gengis Khan conocía el poder disolvente y desmoralizador de estas tácticas y métodos que hoy denominaríamos de guerra cognitiva y de represión atroz, y los usaba sin piedad  contra los pueblos que iba a invadir, para debilitarlos y dividirlos, o que ya dominaba para mantenerlos impotentes, si es que les había le perdonado la vida, Por eso mismo, fue tajante en la represión de tales métodos cuando se descubrían contra los mongoles o entre ellos. Por ejemplo, «Los mongoles instituyeron, pues, en China una estricta compartimentación social prohibiendo los matrimonios entre los grupos étnicos definidos por ellos. Pero esta compartimentación es general: sirve tanto para la aristocracia mongola, cuyas funciones son hereditarias, como para las clases inferiores a las que se mantiene por fuerza en su condición»[85]. La efectividad normativa de la Yassa era tal que las clases «inferiores» tenían asumido el destino impuesto por la clase dominante que no se conocen por ahora revueltas ni sublevaciones contra él.

7.-

Habiendo visto rápidamente algunos métodos de manipulación que adelantaban componentes significativos de la presente guerra cognitiva, vamos ahora a ver un poco la importancia del cristianismo en expresión nuclear resumida así Pablo en su carta A los colonenses, 3.22-4: «Esclavos, obedeced en todo a vuestros amos según la carne, no con obediencia externa, como para complacer a los hombres, sino con sencillez de corazón y temor a Dios… sabiendo que recibiréis del Señor la herencia por  galardón: a Cristo Señor servís»[86]. Aunque Pablo se dirigía aquí a los esclavos en la Roma del siglo I, es cierto que el mandato divino es aplicable por siempre a todos los cristianos y cristianas.

Pero lo que nos interesa es la mezcla de sumisión obediente y temerosa de dios, con la promesa de una buena vida eterna por el haber aceptado con sencillez de corazón la explotación esclavista. Como no era posible gozar de una vida libre según el concepto de libertad en la Roma de entonces  –ni siquiera en el sentido marxista de libertad como emancipación[87]–, el amo esclavista por boca de Pablo y recurriendo a todos los métodos disponibles en la época, hacía creer al esclavo que, si aceptaba su dolor, sería recompensado tras la muerte. La guerra cognitiva se basa en la misma promesa de salir de un mundo pobre, oscuro y helado, creando con todas las tecnologías actuales una realidad que no existe excepto en la irrealidad introyectada en la mente atemorizada, necesitada de la figura del Amo, sea dios, el Führer o Guaidó.

Pablo y el Pentágono hacen creer que la esperanza es factible si se reinstauran los valores del capital aunque sea por la violencia más atroz, la esclavista de entonces y la fascista de ahora, como muy bien advierte Luís Delgado Arría: « La guerra cognitiva es un sádico experimento con humanos desplegado y comandado por el imperialismo capitalista/ psicópata en todo el mundo. […] En un nivel geopolítico, la guerra cognitiva necesita naturalizar e imponer a nivel global la ética y la política nazi/ fascista, funcional a la reconfiguración del imperialismo financiero y la contracultura de la modernidad. Para lograrlo necesita suprimir las soberanías nacionales, la historia y las culturas endógenas nacionales, éticas y locales.»[88].

Tiene plena razón L. Delgado Arria, tanta que nos abre el camino a la crítica de las relaciones entre fascismo y cristianismo –«cristofascismo»[89]— que tanto explota ahora la contrainsurgencia imperialista y su guerra cognitiva, pero que viene de mucho antes:  las relaciones de Roma con Hitler premonitoriamente denunciadas por Henry Laconte en 1933, en un texto demoledor en el que, además, bucea hasta algunas prácticas extremadamente crueles y asesinas de la política interna del Estado Vaticano:

Por ejemplo: Constantino I (siglo VIII) hizo clavar cuchillos candentes en los ojos del arzobispo de Rávena por desobediencia. Gregorio V (s. X) hizo cortar los pies, las manos, la nariz, la lengua y las orejas al cónsul Crescentius y su compañero Juan por no complacerle, y después los llevó en procesión por Roma antes de ahorcarlos. Inocencio III (s. XIII) mando quemar, saquear e incendiar la ciudad de Béziers asesinando a 60.000 personas, y un día ordenó arrojar por las ventanas del palacio papal a 11 personas que discrepaban de sus opiniones. Sixto VI (s. XV) ordenó acuchillar a Laurent y Julien de Medici en una misa, durante la consagración de la hostia. Alejandro Borgia o Alejandro VI (s. XV, inicio del XVI) incestuoso, fratricida, asesino, usurero, experto en venenos, obseso sexual y padre de bastardos. Gregorio XIII (s. XVI) exultaba de gozo al recibir en un lujoso cofre la cabeza decapitada del almirante francés Coligny, regalo de Catalina de Médicis, asesinado con otros miles de hugonotes durante la Matanza de San Bartolomé en verano-otoño de 1572 en el reino de Francia…[90].

En 1980 Juan Pablo II canonizó al Padre Anchieta, jesuita que dirigió la cristianización de zonas de Brasil en la segunda mitad del siglo XVI asegurando que «La espada y la vara de hierro son los mejores predicadores»[91].  Si a esta violencia descarnada le sumamos las buenas promesas de la Biblia sobre un mundo mejor si se obedece a dios, tenemos una prefiguración de la actual guerra cognitiva perfeccionada con las «revoluciones naranjas» que unen las manifestaciones fascistas más sanguinarias y las promesas de una arcadia capitalista.

Partiendo del hecho de que «La conquista de México fue una cruzada religiosa»[92], como así lo demuestra Rosaura Hernández, lo que explica la práctica inquisitorial de quemar vivos a quienes se resistieran a la cristianización, hasta 1540, salvajismo que no logró destrozar la tenaz resistencia religioso-identitaria de los invadidos. Para lograrlo, la Iglesia optó por intentar subsumir parte de la identidad étnico-religiosa mexicana en la nueva identidad de los invasores, recurriendo a tácticas que anunciaba de algún modo lo que sería más adelante guerra cognitiva: los clásicos métodos europeos de construir basílicas e iglesias sobre templos paganos, integrar dioses y diosas mexicas en el catolicismo, etc., y crear milagros y apariciones de santos y vírgenes, como la de Guadalupe[93].

La «cruzada» para destruir México era parte del expolio español de Nuestramérica, extremadamente violenta, tuvo en el cristianismo una efectiva fuerza integradora porque  –releamos a Pablo–  prometía la vida eterna y a la vez la participación subsidiaria en una parte del tributo, pero sin poder ni economía del ocupante en esta vida terrenal. ¿Qué mayor ejemplo de las excelencias de aquella guerra cognitiva en  Nuestramérica que lo que nos explica R. E. Wolf?:

«A la alta nobleza india se le asimiló formalmente dentro de la nobleza española y se le confirmaron sus pretensiones a tributos, propiedades y pensiones, pero se le privó de todo al mando y al poder. Su conversión al cristianismo aseguró su rompimiento con las fuentes de influencia ideológica anteriores a la Conquista, y las integró a las actividades en curso en la Iglesia […] Al igual que los jefes africanos que tres siglos después los ingleses pusieron a mandar sobre las poblaciones africanas en “gobierno indirecto”, esta nobleza acabó mediando entre conquistadores y conquistados». Además, en la medida en que las exigencias económicas españolas permitían un aumento relativo de las riquezas de los miembros del “gobierno indirecto” mediador entre conquistados y conquistadores: «muchos se inclinaron a bajar el nivel de su celo como defensor del pueblo». Simultáneamente, esta dinámica se veía reforzada por la expansión de la lengua y cultura extranjera ya que «cuando lo que hablaba era el dinero, hablaba en español, no en náhuatl o quechua»[94].

L. Ugalde ha prestado especial importancia a la política educativa española como eficaz método de desnacionalización india y de imposición de una nueva identidad mediante un proceso educativo que, como mínimo, reunía tres características básicas: se ocultaban sus objetivos últimos, o sea, borrar la identidad propia e imponer la extranjera; se buscaba obtener el apoyo e implicación de los caciques como garantía del proceso, pues los indios desconfiaban inmediatamente de todos los españoles y de sus promesas; y, se recurría a regalos, premios, dinero y otras ganancias inmediatas para mostrar cuantas cosas se podían obtener aceptando la cultura española[95].

Reaparece el «oro persa» que hemos visto arriba pero ahora en forma del dinero de los invasores europeos del primer capitalismo de los siglos XVI-XVIII, y en forma de regalos, prebendas, baratijas…. Entramos en la fase de definitiva expansión del fetichismo de la mercancía bajo la fuerza imparable del capitalismo, que es una de las bases de la guerra cognitiva actual. Pero llegados a este punto, tenemos que hacer referencia al Concilio de Trento que supuso en varias cuestiones un salto cualitativo en el tema que tratamos, sobre todo para derrotar el avance de la Reforma Protestante que era el cemento ideológico de la burguesía ascendente de aquellos siglos.

La reacción católica pasó a la ofensiva con la Contrarreforma y con el Concilio de Trento (1545-1563). Fueron los luteranos[96] quienes primero hablaron de Contrarreforma como simple reacción, pero, con la visión que da el tiempo, este Concilio fue todo un intento de una solución global y nueva a la crisis de Roma de los siglos XV-XVI, aunque terminó fracasando porque la monarquía medieval que la dirigía iba contra el avance capitalista sin tener un modelo de explotación social generalizado alternativo y superior al burgués. Realmente, en vez de una Contrarreforma fue una contrarrevolución[97] internacional cuyo objetivo era derrotar el contenido interno de las revoluciones burguesas que se estaban librando bajo la forma religiosa externa. Fue la reacción desesperada del dios feudal ante el avance del dios burgués.

Además del empleo sistemático de la guerra, la contrarrevolución aplicó una estrategia global que combinaba además de la nueva tarea de los papas, también la de las órdenes religiosas, muy en especial la Compañía de Jesús: «Los Ejercicios espirituales, de San Ignacio, fueron uno de los más eficaces instrumentos de educación de la fe y el compromiso católico. Su atención especial a las élites, a las personalidades más fuertes y a las jóvenes generaciones les garantizaron una eficacia en su cuenta de resultados incomparable a lo logrado por otras instituciones»[98].

Además, desarrollaron cuatro medios de acción que la actual guerra cognitiva ha perfeccionado con la tecnociencia: nuevas formas de seducción propagandística; sistemática educación reaccionaria; potenciar el asociacionismo en forma de cofradías, hermandades, etc., para llegar a todos los rincones de la sociedad; y control social sobre todo en su forma individualizada mediante la confesión y masiva con la Inquisición[99].  La información así obtenida mediante sacerdotes, la Inquisición y «La terrible “Compañía de Jesús”»[100] era puesta a disposición de las clases dominantes, de sus Estados y fuerzas militares. Guerra secreta realizada por especialistas a cargo de los aparatos de Estado, y que siempre se sostuvo –y sostiene-  sobre la base de la lucha entre fracciones de las clases propietarias.

Recordemos que «En el siglo XVI la Compañía de Jesús proporciona un estilo de obediencia insólito hasta entonces en comunidad alguna, porque exige nada menos que el asentimiento del intelecto a cuanto a uno se le ordena hacer. Los miembros de la orden han de convertirse, mediante una violenta y costosa ascesis, en autómatas; las Constituciones de la Compañía equiparan literalmente a los jesuitas a muertos que caminan bajo la voz del superior, o a bastones en manos del anciano que hace con ellos lo que quiere. Nace así una obediencia que suprime la conciencia personal del bien y del mal ya que la salvación depende del ciego cumplimiento de las órdenes del Superior: el que obedece a éste jamás de equivoca, por cuanto sirve a la voluntad de Cristo encarnado en él»[101]. Dicho en otros términos, quien sirve a la voluntad del capital jamás se equivoca.

Nada más empezamos a leer la impresionante investigación de E. Paris sobre los jesuitas, nos encontramos con estas palabras: «Loyola escribió: «Estemos convencidos de que todo es bueno y correcto cuando lo ordena el superior». También declaró: «Incluso si Dios les diera un animal sin raciocinio como señor, no vacilarán en obedecerle como amo y guía, porque Dios ordenó que así fuera». Hay algo aún mejor: el jesuita debe ver en su superior, no a un hombre falible, sino a Cristo mismo. J, Huber, profesor de teología católica en Múnich y autor de una de las obras más importantes acerca de los jesuitas, escribió: «He aquí un hecho comprobado: las Constituciones repiten 500 veces que uno debe ver a Cristo en la persona del General».»[102].

La unidad Estado-capital, tiene un contenido de guerra y disciplina militar innegable, y ese contenido fue adelantado por la Compañía de Jesús, como quedó confirmado por las Encomiendas en Nuestramérica: Los jesuitas llegaron al Río de la Plata en 1585 con la orden de reducir a pueblos indígenas aún rebeldes como, entre otros, guaraníes, guaycurúes, matacos y pampas. Fracasaron en la mayoría de los casos porque eran pueblos nómadas e irreductibles que escapaban de un lugar a otro cuando se veían en inferioridad de condiciones. Antes de la invasión española, grupos de guaraníes atacaron incluso al imperio Inca en el altiplano, y algunos lograron establecerse en su interior resistiendo todos los ataques incas para expulsarlos. En un principio se llevaron bien con los españoles porque eran enemigos de sus enemigos, pero «las nuevas formas de vida trajeron la dominación, la explotación y el régimen de encomienda» debido a lo cual se sublevaron algunas tribus guaraníes[103].

En 1609 el cacique guaraní Arapisandú pidió ayuda a los jesuitas para cristianizar y reducir mediante la guerra a su propio pueblo[104]. Uno de los secretos de la efectividad jesuita fue la integración en el credo católico de partes de la religión guaraní. Bien pronto la efectividad jesuita hizo económicamente muy rentable la planificación del trabajo en las “encomiendas” guaraníes, lo que suscitó la envidia de portugueses y españoles,  y de los traficantes de esclavos, quienes entre 1612 y 1638 esclavizaron unos 300.000 indígenas[105].

Vamos a concluir haciendo una especie de resumen de la relación interna entre esclavitud,  servidumbre y aparición de la explotación asalariada en el desarrollo del capitalismo europeo, gracias a Y. Moulier-Boutang especialmente en lo que define como «formas deformes» refiriéndose a la «segunda servidumbre» en Europa central y oriental[106]. Las identidades aparecen también en este caso de la «segunda servidumbre» en las prácticas de los métodos de terror y de terrorismo cotidiano para maximizar los beneficios de la explotación. Por su parte, Zs. P. Pach detalla las torturas más salvajes para destrozar las resistencias de las masas campesinas reducidas a la servidumbre, mostrando la interacción entre las diferentes violencias opresoras: «Al margen de la violencia física había otro medio de presión extra-económica de gran importancia: la violencia moral, la doctrina de la fe, la resignación, el abandono y la obediencia incondicional al señor». Este autor hace especial hincapié en el papel de la Iglesia como instrumento de la clase propietaria de las fuerzas productivas y reproductivas[107].

8.-

La victoria obrera y popular en la guerra cognitiva nunca será definitiva mientras exista la dictadura del capital porque su férrea lógica de acumulación le exige sacrificar, vampirizar cada día más trabajo vivo para transformarlo en trabajo muerto, en mercancía y en ganancia burguesa. Es una lógica de muerte y fetichismo ante la que, tarde o temprano, se termina rebelando la humanidad explotada. Ahora mismo, por ejemplo, la lucha de clases que ha renacido en el interior de los Estados imperialistas empieza a superar el límite de la simple presión económico-salarial vehiculizada por el sindicalismo integrado en el orden del capital, para empezar a plantear reivindicaciones políticas. Lo que explica por qué la guerra cognitiva también empieza a golpear al proletariado de los países imperialistas: hay que alienar al proletariado antes de que se ponga en pie, o hay que aplastarlo con violencia extrema, lo cual exige una castración mental, cognitiva, previa que desmoralice y corrompa a sus sectores menos concienciados.

Decimos esto para mostrar que la guerra cognitiva no es invencible, de hecho encuentra muchas resistencias en los pueblos trabajadores y Estados a lo que ataca. No debemos subestimarla porque de vencer, su victoria sería arrasadora, pero sí debemos conocer sus debilidades para atacar por ellas hasta vencerla. Tras lo aquí expuesto, proponemos a debate estos puntos:

La principal causa de derrota de la guerra cognitiva, que es la misma que la de la civilización del capital pero a escala menor, es la propia naturaleza social, colectiva,  solidaria y comunal de la especie humana como «especie genérica». La antropogenia es comunista por esencia y la propiedad privada es individualista, es decir, inhumana. Por tanto, la lucha contra esta «nueva» forma de guerra debe partir de y volver siempre a este choque antagónico en todas las facetas de la vida.

Crear e impulsar organizaciones que luchen por la recuperación de lo comunal y colectivo en la vida social, en el trabajo, en las necesidades económicas y políticas, en la lucha cultural y mediática…, es prioritario, y más aún lo es plantear la necesidad de la toma del poder, de la creación de un Estado obrero que, con el apoyo de la democracia socialista, implemente leyes que faciliten la intercomunicación concienciadora horizontal, y a la vez regulen, controlen o prohíban la impunidad depredadora de las redes sociales burguesas.

Naturalmente, esta dinámica de liberación sólo puede sostenerse si se ha acabado con la propiedad privada de la industria de la alienación, de las redes reaccionarias, y se han  socializado los medios de pensamiento, creación intelectual y debate colectivo dentro del país propio y en alianza internacionalista con otros pueblos para una lucha mundial contra la mundial guerra cognitiva. Ello implica prohibir totalmente o restringir al máximo el llamado «libre mercado», que no es sino la libertad de mentira para el imperialismo.

A la vez la ética comunal y solidaria ha de estar presente en el interior de todos y cada uno de estos espacios críticos de liberación. La ética no es un «factor externo» que ayuda desde fuera, sino el cemento cohesionador en y desde las mismas entrañas de las mil facetas de la libertad como emancipación, como superación consciente de las necesidades impuestas tanto por el aún limitado desarrollo cualitativo de las fuerzas productivas y reproductivas, como por las relaciones sociales de explotación que son inherentes a la propiedad privada que, por serlo, es inconciliable con la ética humana.

Además, la emancipación será imposible y la guerra cognitiva se recuperará temprano o tarde de sus derrotas parciales si no se impulsa materialmente la derrota del machismo, de la esclavitud patriarcal, del racismo y de la xenofobia, de las dependencias de todas las lacras que conlleva la dictadura del mercado, del consumismo y de la envidia, del culto a Baal, al «oro persa». Aquí es vital otra pedagogía desde la primera infancia, que empiece en la familia y que se extienda y se mantenga durante toda la vida social. La pedagogía socialista es imprescindible.

Por último, la guerra cognitiva tiene un arma secreta que le ayuda a triunfar y que ya fue descubierta por Marx pero olvidada por las izquierdas: el mundo ideal, ilusorio, creado por el fetichismo de la mercancía. Malvivimos en un dimensión ficticia de relaciones sociales inexistentes pero que creemos que existen, lo que nos hace actuar como si existieran de hecho, aceptando sumisamente sus exigencias. Las tecnologías actuales, el márquetin global, conocen casi todas nuestras miserias, frustraciones y temores. A partir de esos datos masivos analizados con detalle elabora programas de manipulación para cada «segmento de consumo» en el templo de la adoración fetichista del mercado del deseo teledirigido.

Son deseos falsos, artificiales, creados por la industria de la fascinada subyugación consumista compulsiva y por ello insaciables, que nunca podrán ser plenamente satisfechos, que siempre exigen y exigirán más y más sacrificios y renuncias, más colaboracionismo y más traiciones, más egoísmo e indiferencia ante el dolor ajeno. El capital nos ha vampirizado y nos ha convertido en vampiros de los demás para convertirlos en esclavos de él, para engrandecerlo. Las redes sociales reaccionarias, las nuevas tecnologías de la manipulación inconsciente, los esfuerzos por controlar la vida cerebral, afectiva e intelectiva, la privatización de la vida en suma se sostienen en la adoración irracional al fetichismo de la mercancía. La derrota de la guerra cognitiva será irreversible cuando el trabajo abstracto y el valor, la propiedad de las fuerzas productivas y reproductivas hayan sido arrojadas al basurero de la historia.

IÑAKI  GIL DE SAN VICENTE

EUSKAL HERRIA  19 de marzo de 2023

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí