Se perdió. No se pudo. Y el país amaneció un poco más rancio. En el Senado prevalecieron los argumentos pseudo científicos. Las mentiras burdas para justificar lo injustificable. Los que votan sin leer. Las “buenas costumbres” de principio del siglo pasado. La hipocresía y los “tecnicismos” frente a la muerte. El dogma que considera a la mujer un apéndice del hombre. Hay que decirlo, prevaleció el tutelaje patriarcal sobre el cuerpo de la mujer. Primer y último reducto de libertad. Y el país amaneció un poco más rancio.
Después de 16 horas de debate, el Senado de la Nación rechazó el proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo por 38 votos en contra, 31 a favor y 2 abstenciones. Una votación bastante ajustada si tenemos en cuenta que no se llega a ser senador sin asumir fuertes compromisos, no con “la gente”, no con “las provincias” pero si con los que cierran las listas, y sobre todo, con quienes los financian.
Ese poder colegiado que surgió como un intento de balancear el peso del poder concentrado del puerto de Buenos Aires en favor un federalismo republicano, hoy solo representa a los poderes enquistados de nuestro sistema electoral. Y los poderes enquistado siempre son conservadores.
Por eso no es menor, que casi la mitad de la Cámara Alta se haya pronunciado a favor de restituir un derecho negado hace tantos años. Manifestación directa del peso que el movimiento de mujeres organizadas ha construido en el escenario político local.
La imagen más patente del cambio que se está gestando quizás sea la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, que durante años impidió personalmente siquiera la posibilidad de debate del tema en el recinto, y que ayer se rindió ante las presiones que pusieron en agenda nacional que las mujeres aún no tienen plenos derechos sobre su existencia.
O como el senador de La Pampa, Daniel Lovero, que admitió que “no se sentía cómodo con el debate” y que personalmente “estaba en contra de la legalización”, pero que había cambiado de postura en un consenso dentro del debate en el PJ pampeano, donde el Gobernador Carlos Verna y la senadora Norma Durango cumplieron un rol decisivo en la decisión de apoyar la Ley.
No ocurrió lo mismo con nuestro tercer Senador, el radical Juan Carlos Marino, que se llamó a silencio en el recinto y solo esgrimió por lo bajo, el argumento de los que especularon históricamente con sus mandatos. “Hay que buscar los consensos que un tema de esta ´naturaleza´ se merece”. O quizás, de aquellos que les cuesta admitir donde realmente se originan sus “mandatos”.
“La ventaja en el rechazo a la iniciativa se encuentra entre los senadores hombres y de más de 50 años”, anticipó apenas se inició el debate el periodista legislativo Gabriel Sued. Entre las mujeres y menores de 50 ganó el si.
Dentro de los bloques la UCR aportó el 73 % de sus votos contra el derecho a la mujer a decidir sobre su cuerpo. Superó al PRO con 60 % de sus bancas en contra, y al Justicialismo con 50 %.
Las provincias del norte del país aportaron un consenso unánime por el rechazo. Salta, Jujuy, Santiago del Estero, San Juan, La Rioja. Por su parte, Catamarca, Formosa, Tucumán, Corrientes, Misiones San Luis, y la Ciudad de Buenos Aires sumaron 2 de sus 3 votos.
Solo Córdoba y Chubut pusieron sus tres bancas a favor de acabar con las muertes por abortos clandestinos. Porque negar la realidad no la transforma. Y la muerte seguirá siendo un peligro real para todas las mujeres sin recursos que se vean ante la decisión o la necesidad de abortar.
“¡Vamos todavía!”, se escuchó decir con el resultado puesto a la vice presidenta Gabriela Michetti, que no pudo ocultar un rictus de desagrado durante toda la sesión. Seguramente la Gobernadora de la provincia de Buenos Aires, Maria Eugenia Vidal, hoy despertó “más aliviada”. Y Mauricio Macri pudo hacer valer su promesa a Elisa Carrió, cuando confesó que habilitó el debate porque “me dijeron que no pasaba”.
Y el país amaneció más rancio. Seguimos igual, pero amaneció más rancio. Porque cuando se niegan derechos tan fuertemente exigidos, como históricamente relegados siempre es un retroceso. Hoy vivimos en el ayer, pero un ayer que quedó expuesto como realmente es: opresivo, patriarcal, hipócrita, cínico, ignorante, decadente y sin futuro.
Vivimos un retroceso, pero un retroceso que evidencia la necesidad de transformación, la potencia de las mujeres organizadas, la rabia y la indignación ante tantas injusticias, y una voluntad libertaria que hace tiempo no se vivía en nuestra sociedad, que hace tiempo no colmaba las calles de nuestro país. “¡Vamos todavía!”.