Por Ezequiel Kosak*
¿Qué medida sería más épica para un gobierno nacional y popular necesitado de dólares? ¿Suspender los pagos de una deuda fraudulenta hasta aclarar en qué usamos esos préstamos, nacionalizar el comercio exterior controlando la evasión fiscal de los sectores productivos más concentrados, o despotricar contra quienes compran doscientos dólares para guardar bajo el colchón?
Alberto respondió a ese interrogante ni bien asumió: “hay que terminar con cierta cultura argentina de que hay una suerte de derecho humano a comprar dólares”. Una cultura: como quien refiere a un capricho ridículo que una tribu inculta se niega a abandonar, temerosa de cambiar sus costumbres y perder su identidad.
¿No será más bien un instinto de supervivencia monetaria, por cierto bastante efectivo? “El que apuesta al dólar pierde” declaró un ministro de economía de la dictadura y a los días impuso tremenda devaluación. En nuestra historia reciente, su frase célebre parece más la regla que una excepción.
Es que si los multimillonarios nacionales se dedican básicamente a comprar dólares para esconderlos en cuentas ilegales en el exterior, tan mal negocio no debe ser. Si hasta los mismos representantes del gobierno en sus declaraciones juradas admiten que tienen dólares –y viendo los montos uno calcula que no los juntaron de a doscientos-, no debiera resultarles tan inexplicable esa “pulsión argentina” por cuidar de la inflación lo poco que se gana.
Y no es que imitar el comportamiento de los ricos y funcionarios sea racional o moralmente aceptable, a veces hacen exactamente lo contrario al interés general. Lo cuestionable es que los laburantes recibamos las reprimendas por aspirar a eso mismo que a la casta dirigente siempre se le perdona. ¿O usted podría nombrarme algún preso importante por tenencia ilegal de dólares? Bastante más fácil es encontrar el listado del último blanqueo oficial…
“Le hicieron creer a un empleado medio que podía mirar netflí”, explicaría un tal Fernández Fraga. Vamos acostumbrándonos a tal nivel de precarización de la vida que tener garantizado algún derecho laboral se siente como un privilegio. Y darse un gustito, ni te digo: prácticamente un lujo.
Sabiendo que al cuarenta por ciento de la población no sólo que no le alcanza para ahorrar sino que hasta le falta para comer entiendo que en el gobierno tengan otras prioridades, podemos ser solidarios. El tema es que los dólares se los regalan a los especuladores, que no parecen ni muy hambrientos ni tan productivos.
Para el gobierno el problema es que en el banco falten reservas, por lo tanto sus asesores nos recomiendan “que gastemos todo en chucherías para prender la economía” o, en su defecto, “ahorrar en pesos”.
Vaya consejo. Se parece a esos que en las marchas les gritan a los desocupados “vayan a laburar”. ¿No son soluciones brillantes? Seguro que a nadie se le ha ocurrido intentarlo. Está claro que quienes compran dólares se complotan para vaciar el central, en nada influye que los pesos de un año para el otro valgan la mitad.
Señalar como un problema la compra de dólares sin ofrecer alternativas de ahorro convincentes tan sólo sirve para aumentar el fastidio. Es lógico que a quien le sobre algo de lo que gana laburando busque mantener su valor, quienes ahorran no lo hacen de vicio.
En esa plata que se va juntando suele haber proyectos, anhelos. Deseo de viajes, de estudios, de experiencias. Expectativa de emprendimientos, de tener tu casita. Tranquilidad de que algo tenés guardado ante cualquier imprevisto: un despido, una enfermedad.
Meterse con quienes ahorran es como meterse con quienes estudian, quienes trabajan por un salario, en sus sentidos más tradicionales de ascenso social individual, de progreso a través del esfuerzo personal.
Que son modos de acomodarse al sistema, de aprovechar oportunidades que no están disponibles para todes, de darle un sentido utilitario al sacrificio en trabajos que detestamos, probablemente. ¿Pero quién podría tirar la primera piedra?
El encanto de los discursos “meritocráticos” se funda en el diálogo con estas aspiraciones clasemedieras, que tienen mayor arraigo social de lo que a las convicciones militantes nos gustaría admitir.
Que ahorrar no califique como compromiso revolucionario no significa empero que no sea una estrategia extendida y válida de la clase laburante, obligada a rebuscárselas en un sistema que no organizan. ¿Cuál sería la lucha de ahorristas con conciencia de clase?
Seguramente pase por afirmar que la posibilidad de ahorrar no depende de la “libertad” para comprar dólares (la catástrofe macrista basta para entender que eso sólo le sirve a una minoría privilegiada), sino de mejorar las condiciones de vida colectivas, redistribuyendo la riqueza socialmente producida.
La patria socialista no puede únicamente prometer pan sin glufosinato de amonio para todes. También la inspira aquello que se aspira conseguir mediante la estrategia del ahorro: la posibilidad de conocer el mundo, de estudiar gratuitamente, de atención médica para no morir por enfermedades curables, de acceder a tu vivienda, de consumir lo que ganás en lo que te guste, de zafar de la explotación y tener más tiempo libre.
La verdad es que podrían estar contentos quienes administran el estado burgués mientras las masas sigan ansiosas rezándole a san dólar en lugar de sumarse a la lucha de clases.
Mirá si exigiéramos retribuciones adecuadas por todas las actividades socialmente necesarias: hay cientos de ellas que no sólo no se pagan, sino que ni siquiera se consideran trabajo. Si no luchamos juntos por aumentar los salarios de toda la clase, ¿cómo vamos a poder ahorrar?
Mirá si prohibieran en el congreso fugar la riqueza producida en el país, y por ley obligaran a repartir todo el PBI acá, entre quienes lo producimos. Alguno se quejará: ¡pero no todos aportan! Pues bien, que aporten: distribuyamos el trabajo que existe, trabajemos menos y trabajemos todes.
Si ideas así suenan descabelladas y no convocan, fijate la utopía que nos impone el capitalismo para la próxima década: incendiar el país para luego regar con veneno más campos de soja; dinamitar montañas y el sub-suelo para llenarlos de químicos y extraerles un poco de oro o petróleo; instalar granjas de chanchos amontonados donde incubar las futuras pandemias; y las ganancias de todo esto obviamente sub-declararlas y transferirlas de inmediato a cuentas off-shore, mientras vos laburante seguís pagando el iva a la leche y un impuesto al salario.
La pucha, ¿por cuántas décadas seguiremos creyendo que el capitalismo es un modo virtuoso de organizar nuestra economía?
*Educador