Pilar Galende: Reflexiones sobre el riesgo en tiempos de pandemia.

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Por  Pilar Galende*

La sociedad del riesgo ha llegado ¿para quedarse? No me refiero a la posibilidad permanente de enfermar, sufrir o morir, que es una cuestión propia de nuestra frágil condición humana, sino a esta dimensión subjetiva de “sentirnos en riesgo de”. El momento invita a pensar colectivamente, para que no vuelva todo a la tan ansiada “normalidad”. Ojalá estas palabras puedan contribuir en ese sentido.

El término riesgo, ampliamente utilizado en el campo sanitario para trazar nuestros perfiles de morbi-mortalidad, se inmiscuye además en nuestros comportamientos, distinguiendo aquellos considerados saludables y los que no lo son, y de alguna manera, desliza responsabilidades en las espaldas de cada  cual  acerca de las eventualidades que la vida le puede deparar.

“Si lo que quieres es vivir 100 años, no vivas como vivo yo”, cantó Sabina dándole un toque poético a la cuestión. Si fumas, tenés riesgo a sufrir EPOC y  cáncer en el pulmón. Si te gusta lo dulce,  te amenaza el fantasma de la diabetes y si preferís lo salado, te puede dañar el corazón. Los asados del domingo atentan contra los niveles de colesterol en sangre, si rechazás el látex  quedarás a la merced de unos cuantos organismos microscópicos que pueden aventajarte en el placer y enfermarte para siempre. Y  si el fitness y las abdominales te dan fiaca,  irán por cuenta propia los kilos encima y todas las desgracias anunciadas de la obesidad. Tenés todas las fichas compradas y deberás hacerte cargo de tu fatal destino. Si te gusta el durazno, bancate la pelusa, dice el refrán. Parece una simplificación, pero algo de esto hay en el discurso médico hegemónico.

No deja de resultarme  llamativa la penetración que este lenguaje tiene entre la sociedad, una adherencia ingenua en algún sentido, y una reverencia infinita al mundo y el poder de las ciencias duras y su indiscutida (no indiscutible) capacidad de ponerle nombre a todo. “Soy población de riesgo”, pueden manifestar muchas personas, asumiendo no sólo las consecuencias sino también a veces detentando esa identidad. Pero el concepto de riesgo también genera estigmas. Creo que por eso nunca me gustó. Desconfío de  la costumbre de clasificar la vida, ponerle etiquetas, construir escalas y más aún, creer que los números pueden dar cuenta de toda nuestra complejidad.  ¿Qué pasa entonces con los femicidios?¿Cómo lo pensaríamos? ¿Las mujeres deberíamos bajo esa óptica disminuir nuestro riesgo relativo a ser una víctima más cambiando algunas de nuestras conductas? Decimos que el hacinamiento es riesgoso para algunas enfermedades. ¿Qué hacemos si somos un montón en la familia y el corazón es grande pero la casa es chica? ¿Quién será responsable de un brote de tuberculosis? Mudarse a otro lado no pareciera ser una opción factible para la mayoría.

En la facultad me enseñaron a repetir que ser pobre es un factor de riesgo para casi toda patología. ¿Factor de riesgo? Nadie puede ser responsable por sus condiciones objetivas de existencia. Ese sí que es un  mito de la meritocracia capitalista. Por eso, otros enfoques, como la epidemiología crítica, cuestionan fuertemente el paradigma del riesgo y toda la construcción fenomenal alrededor de los estilos de vida. Vaya, ¡Cómo si unx pudiera elegir dónde nacer! Estas perspectivas, más necesarias que nunca, nos invitan a pensar lo social como determinación en nuestra salud, corriendo el velo de las responsabilidades individuales y mostrando la desigualdad en la que vivimos, enfermamos y morimos.

Poniendo en contexto, tengo la sensación de que algo de lo que está haciendo crisis en esta experiencia de vivir la pandemia es justamente esta percepción de los riesgos. Creo que hay allí un núcleo de sentido muy fuerte que sería interesante desentramar. Quiero decir, existe un trasfondo cotidiano de preocupante alivio de saberse en un NO riesgo. Lxs desplazadxs ahogadxs en medio del océano, la comunidad wichi víctima del hambre y la desnutrición, las muertes por dengue y paludismo, y muchas otras calamidades, pareciera que no nos hacen entrar en pánico ni movilizan las muchísimas muestras de solidaridad que hoy estamos viendo. Sin embargo, miles y miles de personas en el mundo viven y mueren por estas y otras muchas causas evitables. ¿Lo llamaríamos falta de empatía o será que la sensación de riesgo es una construcción falaz que toma forma en nuestro sentido común?

Me viene a la memoria esa vieja publicidad de los años 90 que apelaba a sensibilizarnos frente al rápido avance del HIV/SIDA, parece que como el mal se llevaba a los homosexuales nadie se preocupaba mucho. Nadie que no fuera homosexual. En cambio ahora nos están golpeando la puerta a todxs. Y la posibilidad de poner bajo control quién soy, cómo vivo, a quiénes frecuento, qué como, a quién toco, por dónde me muevo, no nos pondrá en resguardo con total certeza esta vez, aún cuando nos lavemos las manos doscientas veces por día.

Ahora no. Más allá de todas las prevenciones, sentimos que estamos unidxs en la misma desgracia, aunque en los hechos no estemos en condiciones reales de igualdad. Sin dudas, la idea de un “enemigo invisible” y la elevada contagiosidad de este virus contribuyen enormemente a esta percepción. No quiero de ningún modo relativizar el malestar que todxs estamos viviendo ni minimizar el daño de escenas tan espantosas como fosas comunes o pérdidas de seres queridos sin un adiós. Pero no dejo de pensar en que tal vez sea esta una gran oportunidad para pensarnos en el mundo con menos indiferencia, hacia el planeta y hacia la humanidad toda. Pensar el riesgo en que vivimos todos los días por habitar una injusticia tan enorme y  que cuelga de un hilo tan pero tan fino que puede ponernos a todxs patas para arriba en el momento menos pensado.

Mucho hay escrito sobre la sociedad en riesgo en este mundo global. La sociedad de consumo es una sociedad en riesgo aunque a veces sintamos lo contrario. Claro que el mercado tiene sus estrategias para anestesiarnos bastante y darnos algunas seguridades. Cómo sentirse en riesgo en un mundo en el que se puede pedir una pizza a las 3 de la mañana y un pibe  la trae a casa con solo mandar un mensaje ¿no? Paradojas de la modernidad. Tal vez sea momento de imaginar  una sociedad que se arriesga, que se anima a decir lo que duele en esta tierra y a ponerle el cuerpo para volver a acomodar los tantos con un poco más de dignidad y respeto a la vida. Como dijo alguna vez el poeta y dramaturgo Bertolt Brecht, en tiempos de desorden, de confusión organizada y de humanidad deshumanizada nada, pero  nada debe parecer imposible de cambiar.

*Médica Generalista y Presidenta de la Asociación Pampeana de Medicina General, Familiar y Equipos de Salud.

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