Las torturas y mentiras en la noche más larga de “Lucía”

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Por diario ‘El Tucumano’.

Una niña de 11 años embarazada por una violación fue obligada a parir en Tucumán. Dos meses después del revuelo social que generó el caso, Sol, su mamá, cuenta en primera persona las torturas a las que fue sometida “Lucía” durante casi 28 días por parte del sistema provincial de salud con el apoyo espiritual de la Iglesia.

Después de 25 días encerrada en un hospital, “Lucía” sólo tenía un sueño: volver a la escuela. Fue una de las razones que la sostuvo durante las largas noches que pasó entre médicos que la querían obligar a continuar con un embarazo que no deseaba, sacerdotes que la instaban a salvar “las dos vidas” y su mamá que no se despegaba de ella -salvo para ir al baño-. 

La  mañana del primer día de clases, dos semanas después del alta hospitalaria,  arrancó temprano. Desayunó café con leche, comió unas tortillas, se puso el jogging, la remera y el guardapolvo blanco. Se fue a la escuela caminando con su mamá, Sol,  y sus tíos. Entró al aula y se sentó junto a su nueva compañera de banco. Por primera vez en mucho tiempo, Sol vio que Lucía volvía a sonreír. La larga noche que concluyó con una microcesárea el 26 de febrero finalmente quedaba atrás.

Lucía tiene 11 años. Lucía vivía en 7 de Abril, un pueblo en el límite de Tucumán con Santiago del Estero y Salta. Lucía fue abusada por el novio de su abuela y quedó embarazada por una violación. Lucía pidió “que me saquen esto que me puso adentro el viejo”. Lucía fue obligada a parir. Lucía es una de las 137 niñas que -por año- dan a luz en Tucumán. Lucía no se llama Lucía. Ese fue el nombre elegido para resguardar su intimidad. No acorde a lo que marca la ley ni lo que piden las víctimas. El nombre de Lucía es el símbolo de la sordera ideológica que no respeta cuerpos ni voluntades. Sol tampoco se llama así pero es su seudónimo para proteger a su hija. Sentada en la punta de una mesa donde hay apenas tres vasos con agua del caño, un celular para grabar su testimonio y un par de servilletas de papel. Se la nota cansada pero firme, triste pero ya serena, abrumada pero con la claridad de quien intuye que lo peor ya pasó. Durante las próximas horas, repasará casi en orden cronológico lo que sucedió entre el 29 de enero, día que se enteró de que Lucía estaba embarazada, y el 27 de febrero, cuando finalmente le hicieron la microcesárea en medio de una turbulencia mundial.

El inicio

En 15 días a partir de que Lucía quedó internada en el Hospital del Este, a Sol un médico le dijo que si su hija abortaba podía morirse y que ella sería la culpable. Un sacerdote le dijo que Dios no quería muerte. Vio como afuera del Hospital donde estaba internada Lucía esperando que le practiquen la Interrupción Legal del Embarazo (ILE) un grupo de gente se juntaba para gritarle asesina. Y sostuvo la mano de su hija que le rogaba que no la deje: en lo único que podía pensar en ese momento era en aquellas palabras del doctor cuando le dijo que en su conciencia pesaría la muerte de su hija. Pero cuando terminó la intervención médica, lloró. De la alegría. Del alivio. De saber que su hija estaba bien y con vida. Lucía estaba con vida.

Sol mueve las manos, se las agarra, se las cubre. Se toca un tatuaje de un círculo formado con los nombres de sus hijos. Sonríe, frunce el ceño y se prepara para hablar sin parar durante tres horas.

“Cuando me enteré que mi hija estaba embarazada, tiritaba de los nervios, de miedo. Al principio pensé que me podía hacer cargo de esa bebé. Pero después mi hija me dijo que no, que no quería saber nada y yo me terminé de convencer. Ella en ningún momento lo ha querido. Y yo no quería criar una niña en medio de un odio, de un desprecio, no me iba a sentir bien a cargo de una criatura que no haya sido querida, que no haya sido deseada y que sea odiada por su madre que es mi hija de 11 años. Apenas llegué al hospital del Este se lo dije a la doctora Tatiana (Obeib, jefa del Servicio de Tocoginecología). Ella me explicó que había una ley que a la chiquita la amparaba, que podía hacer un aborto y que iba a hacer todo lo posible para que se haga. Nos mandó a la casa cuatro días. Cuando me reuní con la fiscal Reuter le pregunto si había esa ley y me dice que sí, que existía y que la amparaba. Cuando la vuelvo a internar, hablo con el doctor Gustavo (Vigliocco) que porque  quería que le hagan un aborto, que la chiquita corría riesgo de muerte. Todo el tiempo me insistía con que corría riesgo de morir. Había cosas que me decían que yo no entendía. Me explica de la matriz de ella, me dice que tenía que firmar la operación y que si mi hija moría la única responsable iba a ser yo. Me daba miedo firmar por eso”.

El 7 de febrero, en un nuevo control en el Hospital, una de las dos instituciones que realizaInterrupciones Legales del Embarazo (ILEs) en la provincia, Sol pidió por primera vez que le realicen un aborto. “’Llevala a la chiquita y pensalo’”, le respondieron.

Cuatro días después, el 11 de febrero, fue ante María del Carmen Reuter, a cargo de la Fiscalía Especializada en Delitos Contra la Integridad Sexual. En el hospital le habían dicho que tenía que denunciar el abuso sexual antes de solicitar el aborto, cosa que no exige la ley. A las mujeres pobres, a las que tienen menos recursos simbólicos y materiales, les ponen obstáculos innecesarios para acceder a sus derechos.

Cuando Sol ingresó al despacho de Reuter,  le pidió quedarse con Lucía. Creía que había perdido la responsabilidad parental porque la niña estaba siendo criada por su abuela. Así fue desde que supo que su ex pareja había abusado de las hermanas de la Lucía. Esta es la historia de una familia atravesada por la violencia contra las mujeres.

Ese 11 de febrero, en Cámara Gesell, Lucía despejó cualquier duda sobre su verdadera intención: “quiero que me saquen de adentro lo que me puso el viejo”, rogó.

Esa noche Lucía quedó internada. Sol, otra vez, pidió que le practiquen la Interrupción Legal del Embarazo (ILE). “Necesito que le saquen este bebé”, le rogó a Tatiana Obeid, jefa del Servicio de Tocoginecología del Hospital del Este.

El pedido de Sol, una madre desesperada, que recibía informaciones contradictorias y poco claras, no tuvo respuesta. Obeid le respondió que tenía que pensarlo, le repitió supuestos riesgos de muerte y le informó que necesitaba dos donantes de sangre como requisito para practicarle la ILE. Le sumaron obstáculos innecesarios y le acrecentaron la frustración: Sol no puede donar sangre porque tiene tatuajes. Eso le dijeron en el Hospital aunque no la frenó. Consiguió uno: un policía que custodiaba el Hospital se ofreció. Pero le faltaba uno más.

A pesar de los obstáculos, en ese mismo momento firmó el consentimiento para la práctica de la ILE. Este papel existe, lo tuvo guardado durante toda su estadía en el hospital esperando que lo retiren. Otra forma de pisotearle y negarle sus derechos. Pasaron los días, nadie retiró el documento y tomó protagonismo un personaje clave de la larga noche de Lucía: Gustavo Vigliocco.

Vigliocco es el Secretario Ejecutivo del Sistema Provincial de Salud (Siprosa) de Tucumán, el segundo en orden jerárquico dentro del Ministerio de Salud.  Tiene canas, anteojos solo con marco superior y una voz firme que transmite confianza. Sol ya lo había conocido los primeros días que llegó al hospital.  Pero esa fue la primera vez que le habló sobre el estado de Lucía. “Me dijo que estaba llena de coágulos, con la matriz a la altura del abdomen y que podía morir desangrada si le hacían una cirugía. Según él, la única opción para que Lucía no se muera era esperar cuatro semanas más en el hospital para que el embarazo sea de 7 meses y una semana”, contó Sol. Con el miedo del diagnóstico y las perspectivas planteadas, decidió que lo mejor era esperar. No dejó de llorar en toda la noche.

Sol

“En esos días le han hecho cita al padre de ella para que venga a firmar la autorización para que la operen. Con la firma de los dos decían que la podían operar. Según ellos, estaba en riesgo, estaba anémica, tenía que esperar hasta el 7 (de marzo) para que la operen (le practiquen la interrupción legal del embarazo). Me decían que le iban a dar una pastilla por la boca y que se iba a morir la criatura y que se la iban a sacar por la vagina. Y yo les he dicho que no por lo que ella estaba sufriendo, no iba a dejar que sufra más. Ellas me decían que era la única opción, con menos peligro, que le iba a doler la cintura y que iba a sentir todo lo que se siente al parir, que iba a romper bolsa.

Esas eran las únicas opciones que me daban. Pero han tardado un montón, un montón. El que tiene toda la culpa de que las cosas no han seguido los tiempos que tienen es el Doctor Gustavo (Vigliocco).  Me decía que espere hasta que mi hija cumpla los 7 meses (de embarazo) para ver si se la podía operar. Que ahí ya no había tanto riesgo y que yo iba a salvar las dos vidas: la de mi hija y la de esa criatura. Yo le respondía que no quería esperar y él me repetía que yo iba a llevar una carga de conciencia con la muerte de mi hija y de mi nieta.

El iba todos los días los días a vernos. Si yo le decía a las 12 de la noche ‘doctor, tengo que hablar con usted, necesito que me explique una cosa’, él se venía al hospital. Por mensaje me preguntaba cómo estaba Lucía, qué necesitaba. Le mandó una tablet de regalo y se la hizo cambiar porque andaba mal.

Me llegó a decir que si estaba preocupada porque la bebé vaya a una casa hogar o adopción, que no me preocupe porque él la iba a hacer reconocer, la iba a criar como a su hija y que me iba a ayudar para que ella estudie. Que le iba a construir una casa a Lucía para que esté bien. De hecho fue a 7 de Abril, hizo destechar cuatro habitaciones de mi casa. Supuestamente iba a tirarla abajo para construirla de nuevo. Nunca volvió y mi casa quedó sin esos techos. Nunca pensé que estaba como comprando a la criatura. Yo pensé que lo hacía por amor.

Cuando se ha enterado que yo he pedido que le hagan el aborto a la chiquita, se desapareció”.

Tucumán

Tucumán es la única provincia del país que no está adherida a la a la ley nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable (25.673) que tiene como objetivo “alcanzar para la población el nivel más elevado de salud sexual y procreación responsable, reducir la morbimortalidad materno-infantil, promover la participación femenina en la toma de decisiones relativas a su salud sexual y procreación responsable, entre otros objetivos”. Según la Agencia de Prensa Alternativa (APA!), “las tucumanas pagan con sus cuerpos y proyectos de vida la falta de políticas públicas que garanticen la vigencia efectiva de los derechos sexuales y reproductivos. Tucumán tiene una de las tasas más alta del país de embarazo adolescente; el 17,8% de los embarazos son de menores de 19 años. El promedio nacional es del 15% aproximadamente”.

Tampoco está adherida al Programa Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable (parte de la misma ley 25.673). Cuando la Legislatura provincial intentó abordar el tema, la Iglesia Católica, principalmente, obstaculizó e impidió el debate. De hecho, existe una agrupación denominada “Padres con Derecho a Decidir” que se proclama autoconvocada, pero es apoyada por más de 20 instituciones. Entre ellas: Abogados por la Vida, Movimiento Familiar Cristiano, Fundación Eco Vida, Fundación Padre Richard, Fundación Creando Familias Sanas, Epasi, Médicos por la Vida y muchas otras que se enmarcan en el movimiento denominado “Con mis hijos no te metas”.

Durante 2017 hubo en la provincia 4.231 embarazos de adolescentes entre 15 y 19 años. Además, hubo 137 partos de niñas menores de 15 años, la mayoría son embarazos infantiles forzados como consecuencia de situaciones de abuso sexual y violencia. Debido a estos alarmantes índices, Tucumán ha sido declarada provincia prioritaria por la intervención del Plan Nacional de Prevención y Reducción del Embarazo no Intencional en la Adolescencia (ENIA), lanzado por el Estado Nacional.

Sol II

“Iba el cura ese, entraba a la habitación con el teléfono en la mano, le hacía la cruz en la frente a mi hija y le decía que Dios no quería que haya muertes, que porque yo le quería hacer el aborto si podía seguir con la criatura. Lucía no dejaba que el cura le haga la cruz, no permitía que se le acerque ningún hombre. Pero iba todos los días. Es el capellán del Hospital, Roque Olea. Iba con ropa normal, nunca fue vestido de cura. Por ahí iba con un cosito blanco en el cuello. Me preguntaba qué iba a pasar con la bebé, si la iba a dar en adopción o si la iba a criar. No iba a rezar. Solo a preguntar cosas. A mi me parecía raro porque solo preguntaba sobre el bebé. A veces venía mañana y tarde. Me molestaba que él vaya. Si es un cura, ¿por qué nunca nos llevó ni una estampita de la Virgen? Yo soy católica”.

El 25 de febrero, Sol llamó a su prima para que la ayude. No aguantaba más en el hospital y Lucía tampoco. Todo el tiempo le pedía irse. “Buscá los pañuelos verdes, no aguanto más”, le dijo a una prima que la acompañó durante todo el proceso. La familia se puso en contacto con el Colectivo Ni Una Menos. Las organizaciones Andhes y Cladem, que pertenecen a ese colectivo, asumieron el compromiso con el caso. Casi 24 horas después, y luego de 27 días de dilación, se hizo la microcesárea en medio de una provincia convulsionada.

“A mi hija la tuvieron desde el mediodía hasta la noche sin comer ni tomar nada.  Ya lloraba de hambre. Me pedía algo para comer y no me autorizaban. El día anterior viene la doctora Tatiana (Obeid) y me dice que le tenían que poner un inyectable para la anemia. Cuando vienen con la segunda inyección el día que le hicieron la operación, mi prima les vuelve a preguntar para qué era y la enfermera le dice que era para la maduración de los pulmones del bebé y que era la segunda dosis. Después la doctora Obeid  me dijo que tenía que firmar el acta para que la lleven a un sanatorio para que le hagan el aborto porque en el hospital no había ningún médico que lo pueda hacer. Nadie la quería operar supuestamente porque corría riesgo de muerte. Decía que había un remise esperando para que la lleve pero yo no quería firmar el alta. Ahí me dijeron que iban a buscar unos médicos para que la operen. Lucía seguía con hambre. Yo la hacía jugar y le pasaba un algodón con agua por la boca porque no podía tomar ni comer nada. En eso llegan una doctora y un doctor a quién les tengo que agradecer porque por ellos tengo a mi hija con vida (Cecilia Ousset y José Gijena). Me dicen que la iban a operar a mi hija. Le pido que la salven, tenía miedo que se me muera. Me autorizan para que pase al quirófano. Yo viví todo lo que ella vivió.

Le pusieron seis inyectables en la columna. Estaba semidormida y gritaba cuando le ponían las agujas. Yo quería que no la hagan sufrir más, que la hagan dormir. Me pilló la mano y me dijo “mamá, no me dejes”. Yo le hice escuchar una alabanza porque ella va a la iglesia. Cuando la veo, estaba morada. Pensé lo peor, que la perdía. Era que le había subido la presión cuando la estaban operando. La vi con 170 de presión. Por suerte estaban esos doctores que le salvaron la vida. Cuando mi hija se despertó, los miró y les dijo ‘gracias’. Lucía nunca quiso que esta criatura nazca.

Ella pedía que se la saquen”.

 El amanecer

Lucía no sabe que le sacaron un bebé. O al menos eso dice su madre.  Cree que la herida que tiene es de una operación de apéndice. Se saca fotos de la cicatriz. Ya terminó el primer día de clases y los anteojos nuevos le permiten ver bien. Se siente libre. Ya no está en el hospital, ya no hay médicos ni médicas que le toquen la panza ni le hablen de un bebé de verdad. Ella solo quiere jugar. Construye casas de tierra, con piedras y arena. Le gusta que le dé el sol en la cara, fuerte y radiante.   En unos meses podrá cumplir un sueño: tiene un viaje de estudio con sus compañeros y compañeras. Y podrá ir. Porque la larga noche terminó y en el amanecer vuelve a ser niña.

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