La radio cumple 100 años. Desde sus comienzos con la radio a galena hasta los tiempos actuales de la era digital. A pesar del paso del tiempo y del avance tecnológico y digital, la radio sigue ocupando un lugar destacado en la vida cotidiana de las y los argentinos.
Fue un 27 de agosto de 1920, que se realizó la primera transmisión radial en Buenos Aires desde el Teatro Coliseo, cuando pasadas las 9 de la noche, Enrique Telémaco Susini anunció el festival sacro de Richard Wagner, Parsifal, acompañados por la orquesta del teatro Costanzi de Roma, dirigida por el maestro Félix von Weingarten.
En poco tiempo, el medio se arraigó en la población. Con los años, cada pueblo de la Argentina comenzó a experimentar una modalidad simplificada de la radiofonía. Una forma de contar con un medio local, aunque con algunas licencias estructurales: nacían las llamadas «propaladoras».
Susini con la ayuda de su sobrino Miguel Mugica y sus amigos César Guerrico y Luis Romero Carranza, formó un grupo que terminó por ser bautizado como «Los Locos de la Azotea», con el que concretó la hazaña con la tecnología de la época y no pocas dotes de acrobacia para instalar una antena horizontal, como las de los radioaficionados, en la terraza del teatro Coliseo porteño, que conectaba con un primitivo aparato de transmisión y llegaba a través de un cable a un micrófono disimulado en la sala.
La historia es muy conocida y agrega otro galardón de «pionero» a un país que gusta de vanagloriarse de inventos como el colectivo, el dulce de leche y el bolígrafo, aunque aquel teatro Coliseo de Marcelo T. de Alvear 1125, frente a la Plaza Libertad, no era el mismo de la actualidad, cuyo edificio data de 1971 e incluye el consulado de Italia y el Instituto Italiano de Cultura, sino que fue fundado durante el siglo XIX, modificado varias veces y finalmente demolido en 1938.
La aventura de aquellos «Locos», que transmitieron la ópera «Parsifal» de Richard Wagner -hay un registro grabado con la voz de Susini previo a la función que se puede oír en algunas recopilaciones- no solo deleitó a un puñado de poseedores de receptores «a galena», que obligaban al escucha al uso de auriculares, sino que inició el fin del silencio en la vida cotidiana de los porteños y luego de los argentinos en su totalidad.
En esos tiempos en Buenos Aires se editaban los diarios La Prensa, La Vanguardia, Crítica, La Nación, El Cronista, Comercial, además del decano La Capital (Rosario), La Gaceta (Tucumán) y El Diario (Paraná), que eran la única forma cotidiana de información masiva.
Antes de la aparición de la TV, de la que también Susini participó, y hasta fines de la década de 1950, escuchar la radio fue una de las ceremonias favoritas de la población, que aun en grupos familiares se reunía frente a aquellos receptores que con solo sonidos, música y palabras les permitían imaginar rostros, escenarios y lugares exóticos que de otro modo no iban a conocer.
Con el correr de los años la travesura quedó atrás y con el incentivo de la publicidad paga desaparecieron las espontáneas transmisiones con cantantes líricos, recitadores gauchescos, pianistas y otras variantes, y de la experiencia de 1920 surgió la pionera de habla hispana Radio Argentina, seguida por Radio Prieto, Radio Cultura, Radio Fénix, Radio Porteña, Radio Municipal, Radio La Voz del Aire, Radio Splendid, Radio Stentor.
En 1935 apareció Radio El Mundo, que pronto fue líder y funcionaba en Maipú 555, donde ahora está Radio Nacional, en cuyo suntuoso auditorio los oyentes se agolpaban para ver a sus ídolos en carne y hueso en programas que generalmente no duraban más de 15 o 30 minutos (el formato de una hora fue impuesto luego por la TV).
Allí, locutores e intérpretes actuaban de pie frente a los micrófonos y se vestían de etiqueta, mientras esa y otras emisoras tenían sus propias orquestas típicas y populares estables, además de recibir la visita de artistas y agrupaciones que reunían los nombres de Niní Marshall, Luis Sandrini, Olinda Bozán, Aníbal Troilo, Francisco Canaro, el locutor Julio César Barton, Alberto Castillo, en una larga lista.
Un fenómeno particular fue el del radioteatro: entre otros, el caso muy especial de «Chispazos de tradición», definido como «un churrasco criollo chorreando sangre gaucha», escrito y dirigido por el inmigrante español José Andrés González Pulido, que era denostado por los intelectuales pero lograba detener la ciudad a la hora de su transmisión, al punto de que muchos comerciantes del centro porteño instalaban receptores en sus tiendas para no perder clientes.
Hacia 1933, los elencos se multiplican y buscan su «target»: había romanticismo, unitarios y federales, bandidos rurales, nativismo, infantiles, misterio, aventuras en lugares remotos. Las compañías respondían a los nombres de Francisco Mastandrea, Héctor Bates, Manuel Domínguez y Manuel Ferradás Campos, quien en 1937 contrata a una desconocida llamada Eva Duarte para trabajar en «Oro blanco».
A partir de la década del ´40, la radio vivió una época gloriosa. Las programaciones contaban con las grandes estrellas de la música, las orquestas de tango más importantes, los ciclos de radioteatro paralizaban la vida cotidiana y los animadores se convertían en ídolos populares.
En paralelo con el peronismo y la cuestión del voto femenino aparecían autoras como Celia Alcántara («De mujer a mujer») y Nené Cascallar («Hogar de mujeres», «La chica de al lado», «Nosotras las mujeres»).
En la radio hubo de todo: libretos de hierro, publicidades en vivo, humor, fútbol, y desde que apareció la TV se la dio por muerta en numerosas oportunidades; desde las primeras transmisiones cuando nadie sabía que eran en AM, pasó por la FM, la onda corta y llegó a las plataformas digitales. Por el momento nadie puede aducir que no está viva.
Telam