Un estilo inconfundiblemente negro y a la vez tan personal que era imposible no sentirse persuadido por su extravagante aspecto o su desmedida energía, a veces tierna, otras descarnadamente sexual. Así era Jimi Hendrix, según una letanía viva 50 años después de su muerte, el mejor guitarrista de la historia.
Esa idea, refrendada por la revista Rolling Stone en una emblemática portada de 1992, se reafirma estos días gracias a obras publicadas con motivo del redondo aniversario de su fallecimiento, como «Vida y muerte de Jimi Hendrix» (Alianza), de Mick Wall, o «Stone Free. Los nueve meses que cambiaron la historia del rock» (Libros Cúpula), de Jas Obrecht.
«En muchos aspectos, modificó el sonido del rock mucho más profundamente que los Beatles. Sin duda, ellos aportaron composición al género, pero Jimi cambió el sonido de la guitarra», afirma Pete Townshend, miembro de The Who, en declaraciones recogidas en las primeras páginas de este segundo libro, que revisa las razones que llevaron a su protagonista al éxito y, más aún, a la posteridad.
A través de testimonios, documentos recuperados recientemente y el profundo conocimiento de su autor, «Stone Free» se centra en el período en el que un anónimo Hendrix viajó al Londres efervescente de la minifalda, los Stones y los «Fab Four» para regresar a EE.UU. como realidad chispeante capaz de epatar en 1967 a los asistentes al Festival de Monterrey, gran precursor de los festivales de rock.
Como Townshend, practicamente todos los que aparecen en estas páginas coinciden en que Hendrix cambió la forma en que escuchamos la guitarra. «Según su estado de ánimo podía ser tierno, elegante, salvaje o sexual; a veces todo en una misma canción», escribe Obrecht, que le atribuye una personalidad, imaginación, disciplina y destreza «incomparables».
Criado en el seno de una familia muy modesta, Hendrix aprendió a tocar intentando emular o tocar por encima de los discos de R&B de su padre, como Bobby Womack o Curtis Mayfield, estilo del que mostró un gran conocimiento así como de todas las músicas negras, de B.B. King al «preblues» y las melodías góspel.
En los albores de su carrera, ejerció de músico de acompañamiento y, aunque adaptarse a la marcialidad de un conjunto musical no era lo suyo, tocó junto a leyendas como los Isley Brothers, Sam Cooke o Little Richard, quien le terminó despidiendo por no llegar a la hora al autobús de la gira, no sin antes haberle mostrado cómo conseguir la atención total del público durante una actuación.
Como él, Hendrix se convirtió en un animal de escenario, no solo por sus extravagantes vestuarios (de él dicen por ejemplo que fue «hippy» en Londres cuando el malogrado vocalista de los Stones Brian Jones aún vestía trajes), sino también por su manera de tocar y retorcerse.
En sus actuaciones, no solo era capaz de conseguir un volumen endiablado, sino de tocar las cuerdas con los dientes, por detrás de la espalda o entre las piernas.
Cuando saltó a la palestra, la guitarra eléctrica era algo relativamente nuevo. Contribuyó a arrancarle nuevos sonidos y poner en práctica técnicas inéditas, con resultados llenos de filigranas como las de «Little Wings» o «Angel» o con su dominio del «bending» (tocar una cuerda y tirar de ella hacia arriba o abajo cuando comienza a emitir la nota para obtener un sonido más agudo).
«Pero lo más importante sobre su forma de tocar era el alma que le ponía. Era como si estuviese en contacto con el cosmos. Muchos guitarristas actuales tocan muy rápido para impresionarte, pero cuando intentas recordar lo que han tocado, no puedes. Con él, lo mejor era que siempre podías tararear sus solos en la cabeza, porque eran muy melódicos», destacaba Randy Wolfe, alias Randy California, miembro en 1966 de su banda Jimmy James And The Blue Flames.
Como curiosidad, pese a ser zurdo tocaba siempre con guitarras para diestros (normalmente del modelo Stratocaster) a las que daba la vuelta, invirtiendo la cejilla y reordenando las cuerdas a la manera habitual, con las más finas en la parte inferior.
«Hay un montón de guitarras solistas ahí fuera, pero lo esencial que hay que aprender es el tempo, el ritmo», solía decir este músico excepcional que mostró debilidad por la guitarra rítmica. En el mismo sentido, inseguro siempre de su voz, llegó a decir: «La gente no quiere que cantes bien; prefieren que cantes de cualquier manera y que tus canciones tengan ritmo».
A eso, obviamente, se suman una colección de canciones inéditas y versiones a las que dio un toque tan efervescente que se convirtieron en históricas, véase el clásico «Hey, Joe», el éxito de Bob Dylan «Like A Rolling Stone» o el himno americano, «The Star-Splangled Banner», con la que cerró de manera brutal el festival de Woodstock de 1969.
Solo un año después, un 18 de septiembre de 1970, sobrevino su muerte accidental por sobredosis, lo cual no deja de subrayar la excepcionalidad de su carrera, que en poco más de tres años de atención mediática y actividad discográfica lo convirtió en un icono para la eternidad.