Ezequiel Kosak: «Más falso que capitalismo con rostro humano».

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Por Ezequiel Kosak*

Está bien, lo confieso: no puedo dejar de pagar deudas truchas. Es una adicción que no logro controlar, sé que me hace mal pero es más fuerte que yo: los dólares se me escurren de las cuentas como el cianuro se fuga de los caños. Sueño con el día en que me feliciten Caputo y Cavallo, qué otra cosa puedo hacer.

Me despierto feliz cada vez que un magnate extranjero me da su bendición y permiso para pagarle todo lo que le pueda pagar. ¡Qué privilegio! Todavía no sé de dónde voy a sacar la plata que le prometí, pero ya con saber que lo haré me siento parte del mundo.  Pago toda deuda que se me cruce, no consigo evitarlo. Pago deudas que no sé bien de dónde vienen, pago intereses exagerados por préstamos que no recuerdo si alguna vez usé, les pago a los que en realidad tendrían que pagarme… pago lo que sea con tal de volver a endeudarme y así poder seguir pagando otra vez.

 Pago sin fines de lucro, de buena fe, sólo porque mi vocación es pagar. Pago deudas que ni siquiera son mías. Si hay que saldar la deuda del Citibank, del Banco Galicia, del Banco Francés, sólo a cambio de una sonrisa, soy yo el primero en ofrecer mi chequera. Si vienen los gerentes de Ford, de Ledesma, de Molinos o de Bunge y Born medio tristones con sus deudas dibujadas e infladas les digo “déjenlas en mi oficina, no se preocupen que yo se las pago, no me tienen que explicar nada más”.

Gobernar es pagar deudas. Pero con los que fugaron el último préstamo mejor ni me meto, ¡a ver si todavía me hacen otro banderazo! ¿Algún cartonero me querrá fiar? ¿Algún jubilado me hará la gamba? Si saben cómo la pongo, ¿para qué me votan?

 Madurar es comprender que si otro rompe yo pago: siempre les enseño eso a los niños, para que sean deudores de bien.

También les cuento mis hazañas, como cuando me puse de pie frente a un bravucón legendario: “por favor, dejame vivir, si me matás no te puedo pagar” vociferé con toda dignidad. Tendrías que ver la cara que puso cuando le grité “te prometo que vas a cobrar” jajaj. Ahora me río, pero hay que tener coraje para plantarse así.

La última anécdota también es buena. Al usurero le hice la cabeza con el verso de que había cosas mucho más importantes que pagarle a él, ponele hacer hospitales en plena pandemia. “Por eso ésta es mi última oferta, y si no te gusta, en quince días te traigo otra” le escupí en su cara, jajaj. Y bueno, así ahorré 33 mil millones de dólares, que es una banda. Sólo me resta pagar nueve veces esa cifra y estoy hecho.

Es que hace rato me vengo diciendo que no puedo seguir así, que esto alguna vez tiene que parar. Mi problema es que soy un tipo de palabra, que se toma muy en serio los compromisos asumidos, y cuando me pongo a pagar soy capaz de vender cualquier cosa con tal de cumplir.

Te remato un lago en el sur, la comida de mis hijes, los ahorros del abuelo. De un momento para otro pueden desaparecer las vías que tanto me costaron construir, la máquina de extraer petróleo, los granos de la huerta, los aportes patronales.

 No quiero pasarme la vida así, sintiendo angustia por haberme separado de mi querido rey. Es momento de demostrar que puedo ser independiente, que no vivo de arriba ni necesito pedirle plata prestada a nadie.

Y de a poco voy sanando: antes era capaz de pagar millones de bonos por semana, ahora sigo pagando, pero menos. Es un pequeño paso para el deudor, un gran paso para la liberación nacional. ¡Cómo no vamos a celebrarlo!

*Docente

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