Por decisión del autor, el artículo contiene lenguaje inclusivo.
En unos pocos días se cumplen veinte años de aquella jornada sangrienta en la que el aparato represivo estatal desató sus bestias en la ciudad de Avellaneda para aleccionar al pueblo hambreado, con frío, sin trabajo pero organizado y dispuesto a la lucha contra un gobierno de transición decidido a vender la pacificación por las pantallas a costa de silenciar la insubordinación con gases y balas, respondiendo a favor de los reclamos reaccionarios e insensibles.
El 26 de junio de 2002, en un país convulsionado y sumido en la miseria garrafal, agrupaciones de desocupados se disponían a llevar adelante un corte del acceso a Capital Federal en reclamo de incremento de las asignaciones sociales, libertad a los militantes detenidos, solidaridad con les obreres de Zanón quienes estaban en riesgo de desalojo. Cerca del mediodía la situación en las inmediaciones del puente Pueyrredón estaba en extrema tensión. Con evidente determinación represiva las fuerzas de seguridad avanzaron sobre la militancia librando una cacería a cielo abierto en las calles de la ciudad.
El resultado del operativo dio con el saldo de dos compañeros muertos por las balas policiales, Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, más de 20 herides con balas de plomo, centenar de herides, 200 detenides, persecuciones por las calles de la ciudad, allanamiento a locales partidarios. Todo con la cobertura cómplice de los medios de manipulación: desde el titular, ejemplar en materia de canallismo, que fue tomado para nombrar el documental de Patricio Escobar La crisis causó dos nuevas muertes, hasta los banquetes televisivos en los que sin vergüenza ni decoro balaban en coro teorías de traición.
Para hacer memoria y seguir exigiendo justicia respecto a los responsables políticos de la masacre de Avellaneda, cuestión importantísima ya que entre la oleada de privilegios de prisión domiciliaria a genocidas se baraja la posibilidad de otorgarle el mismo beneficio a los policías asesinos Alfredo Franchiotti (comisario jefe del operativo) y Alejandro Acosta, quienes solicitaron la libertad condicional; para recordar a los jóvenes caídos, compañeros solidarios que pensaban que el arte y la belleza también le pertenece a los pueblos y es una herramienta de transformación social, traemos la voz del Maestro Vicente Zito Lema en su obra La Pasión del piquetero.
La Pasión del piquetero ¡Hay que matar a los pobres!, publicada por la editorial independiente El colectivo, se estrenó frente a los tribunales de Lomas de Zamora el 9 de enero de 2006, mismo día que se lograra la condena a los autores materiales del crimen, junto a las actividades realizadas por las organizaciones sociales, organismos de derechos humanos, agrupaciones de desocupados y estudiantiles. La obra, creada mediante la Antropología Teatral Poética conjuga la belleza más pura nacida en la voz del poeta popular con la excelencia grotesca. En las palabras del verdugo y los bufones, la más creativa fealdad brota como ha brotado la sangre con la que regaron la estación que ahora lleva un nombre orgullosamente nuestro: Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.
Citamos a Vicente y la belleza para enfrentar a la crueldad, la barbarie, la hipocresía y la promiscuidad de miserias que empantanan la historia de los pueblos, citamos a Vicente en la constelación de Rodolfo Walsh y Operación Masacre, de Paco Urondo y La patria fusilada.
Escenas con un padre, a quien mataron su hijo…
1. El padre está allí, ante el cuerpo yacente de su hijo…
En la morgue del hospital le han quitado el barro y la sangre.
Es ahora un muerto limpio.
La bóveda celeste, con su belleza de estatua eterna, también está allí, y
seguirá allí, como la infancia en el paraíso, superiora, aunque ya nadie
la mire, y al fin nos espante, sin llantos, ni dolor, ni
palabras, ni siquiera un suspiro…
Es que los cielos y los dioses jamás suspiran,
desnudan una esencia sin pasiones, una perfección alada,
perfectísima, que sería la absoluta exclusión de la precariedad
humana, si no existiera -más que la piedad- la rebeldía que revive
con el fuego que roba en la noche cada nuevo Prometeo…
2. Los cielos y los dioses no pueden socorrer el alma
de un hombre conmovido. Ese hombre, apenas hoja de pobreza
amarillada en las garras del viento,
pero capaz de abrir las puertas del infierno
y llevar hasta allí al asesino de su hijo…
…Hubo un cuerpo vejado y era su hijo.
…Un hijo en la cruz de los martirios y él era el padre…
3. El padre está ahora en una sala de tribunales. Es el final
del juicio y el comienzo del estío.
Frente a frente, durante un año, estuvo el padre con el hombre
que mató a su hijo. Oyó con detalles de su boca y de otras bocas
cómo fue la fusilación y también el remate.
Si diera unos pasos podría tocar el cuerpo
que trajo la muerte en el nefasto día…
Pero él no desea lo que está vivo de la muerte. El necesita
el dulce cuerpo de su hijo. (Cierra los ojos y sueña: su niño corre
hacia el destino, como si el destino fuera el espejo de agua que
atraviesa un niño…)
4. El asesino ha sido juzgado y condenado.
Se escucha la sentencia del encierro. Será al final
por tantos años como la suma de los dedos de los pies
y de las manos del cuerpo de mi hijo muerto,
piensa el padre que ve como las moscas extienden sus alas
por la sala del juicio
y promete llevar flores el domingo a la tumba que sigue abierta…
5. El asesino se mantiene en un silencio inquieto y sueña: un
ángel con los ojos devorados por los malos sueños,
se le acerca esgrimiendo un cuchillo y grita: ¡necesito tus
ojos! ¡Necesito los ojos de un asesino para poder
ver el cielo!
El asesino se estremece y nadie se da cuenta: bien se sabe
que los asesinos tienen perdida su alma en la eternidad.
El alma de los asesinos se degrada hasta convertirse
en la llama que tortura el cuerpo de los demás
pecadores, dice, y es apenas un murmullo, la anciana
que vende café por los pasillos, y lleva con aire majestuoso
en su cabeza un pañuelo negro… Para que el sol
no me vea… Para que el sol no tenga más maldad,
que ya abunda en las salas de los juicios…, dice, y se va
con su murmullo, áspero, diríase, o tal vez como el agua
de un pequeño río que igual golpea contra las piedras…
6. Por la ventana de la Sala de Justicia se puede ver
la bóveda celeste, más perfecta y más lejana todavía…
También se puede oir la voz de una mujer que canta,
dulce y dolorosa… mientras las nubes se convierten en lluvia
de mariposas…
En realidad la voz de la mujer, que parece venir
del fondo de la niebla,
sólo la escuchan el padre y los compañeros del muerto,
que han cortado otra vez los puentes y las calles,
como mañana cortarían los ríos y los mares
para que la peste humana no avanzara,
aguas abajo o aguas arriba…
La voz del dolor y la belleza no la escuchan
los jueces y los guardianes, menos aún el asesino,
espantados por los feroces ladridos
con que los perros de ojos rojos reciben a la muerte,
que se pasea por los cielos y por la tierra
como si fuera la dueña del mundo
y de todo lo que está vivo…
Post Scriptum
Una escena más. Siempre habrá en el reino de la vida
una escena más,
aunque su misterio nos perturbe igual que el fluir de las olas…
Es la hora del alba y el cielo es un incendio.
Los muertos en sus tumbas están muy solos y están muy quietos…
Los cuerpos en la cama, en el sueño sin amor, también están
muy solos y muy quietos… Y las músicas pasan de largo
con la misma tristeza que los trenes por las estaciones cerradas…
Se ve al asesino en el camino que llega hasta la cárcel…
Se ve al padre del hijo muerto en el medio de la calle, detenido sobre
sus pies, como si el tiempo ya no existiera…
El juicio ha terminado y alguien le pregunta:
cómo se siente, qué es lo que piensa…
(simples y eternas son las preguntas.)
El hombre puede ver las llamas en el cielo y ver también las llamas
en su alma. Y dice, con voz gruesa:
Mi hijo está muerto y el que apretó el gatillo está preso y quedará
preso, así como mi hijo seguirá muerto…
Brilla por un instante el silencio.
¿Qué opina de los jueces y de la justicia?, también preguntan.
(Simples y eternas son las preguntas.)
La justicia está más lejos y más muerta que mi hijo, quien no
morirá en los olvidos de los cementerios…
De los jueces aún espero la última sentencia… Alguien
llenó de muerte el alma del verdugo, alguien movió
con muerte su mano… ¡Que pague el verdugo, pero más el titiritero!
El cielo en la noche es apenas un desierto –ni siquiera
un infierno- para que dancen sonámbulas y gratuitas
las estrellas.
(Vicente Zito Lema, La Pasión del piquetero)