La incorporación geográfica y política de la región al Estado-Nación Argentina es, en términos históricos, tan reciente como su designación. Antes, otros nombres y otras libertades cobijaban a los pueblos originarios.
Por Adrián Moyano. Publicada originalmente en el sitio rionegrino «En estos días». Ilustración de la imagen de portada: Rocío Griffin.
Cinco siglos atrás, la expedición que lideraba Fernando de Magallanes procuraba avanzar por el tortuoso estrecho que después, recibió su nombre. Varios meses antes, los navíos habían fondeado frente a la costa de la actual Santa Cruz para afrontar el invierno, acontecimiento que para Occidente determinó otro descubrimiento. Es que si antes de 1492 América no figuraba en ningún mapa, la Patagonia tampoco.
Los pueblos que por entonces por aquí vivían no pensaban en términos patagónicos. Cruzaban las montañas desde el este hacia el oeste y viceversa, vadeaban los ríos Limay, Negro o Colorado y se asomaban al mar, pero no consideraron sus espacios territoriales en referencia a los contornos posteriores de la región. Fueron los españoles quienes después de bautizar al continente que intentaban conquistar denominaron Patagonia a los dominios mapuche, gününa küna y aonik‘enk. La identificación recién comenzó a difundirse en el siglo XVI aunque exclusivamente entre los wingka.
Quizá resulte difícil aceptar la conclusión pero ni mapuches ni tehuelches (del norte o del sur) vivieron en Patagonia. El territorio existía y sus habitantes también, pero éstos daban sus propios nombres a los espacios donde residían.
Katrülaf contaba con 16 años, aproximadamente, cuando se desencadenó sobre su pueblo la Campaña al Desierto. Al compartir sus recuerdos con el alemán Robert Lehmann-Nitsche en 1902, revivió el éxodo que los ataques de 1878 y 1879 habían provocado. Relató que su hogar recibía el nombre de Willimapu (Territorio del Sur), al que ubicó al sur del río Limay. Su ñuke (madre) había nacido en el Manzanamapu (Territorio de las Manzanas), al norte del mismo.
Ambos espacios se convirtieron en transitorio refugio para los fugitivos que provenían del Mamülmapu (Territorio de la Leña, por los caldenes); el Lelfünmapu (Territorio de los Campos, por La Pampa y provincia de Buenos Aires) y el Rankülmapu (Territorio de los Carrizales, también en La Pampa). Otros grupos buscaron cobijo en el Waizufmapu (Territorio del Borde o cordillera) y en el Pikunmapu (Territorio del Norte, alrededor del río Neuquén). Como salta a simple vista, Katrülaf no hizo referencia alguna a la Patagonia y ni siquiera a la Pampa. Eran otras las categorizaciones.
Triunfo europeo
Las primeras naciones no pensaron la región que se designa bajo nombre tan mágico, pero tampoco tuvieron mayores problemas en traspasar sus hipotéticos límites, ya que las llanuras de la pampa bonaerense también fueron parte del territorio mapuche libre hasta los últimos tramos del siglo XIX. El occidente cordillerano también. Sólo en el caso de los aonik’enk podría afirmarse que tuvieron cierta noción de Patagonia, ya que con sus inverosímiles caravanas solían cruzarla en sentido longitudinal para comerciar con los manzaneros en Neuquén y luego seguir a Carmen de Patagones, para después volver hacia el sur. Pero ni siquiera ellos le adjudicaron un sentido político, cultural y menos geopolítico.
En Europa nadie sabía de la existencia del territorio que a partir del siglo XVI los navegantes así llamaron. Menos aún, de los pueblos que aquí habitaban, quienes serían patagones, pampas, araucanos, poyas, manzaneros o tehuelches, entre muchas otras denominaciones impuestas. Indios todos ellos.
Curioso es que para el sentido común, pareciera que la Patagonia se llama así desde siempre. Al igual que América, la región nunca reclamó su conquista por parte de los europeos y menos aún, su población por parte de hispano-criollos o argentinos. Más bien y al igual que la idea de continente, Patagonia es una invención que se elaboró durante el avance colonial español. Pero a diferencia de los sucesos que tuvieron lugar más al norte, recién fue la Argentina la que remató la faena colonial europeísta.
Entre otros factores, la construcción del Estado argentino se expresó con la inmigración de origen europeo, una vez que se agotó la resistencia armada mapuche. Así, una cantidad considerable de las ciudades o localidades patagónicas se piensan a sí mismas como productos de la cultura alemana, suiza, italiana o galesa. Los relatos que ensalzan la abnegación de los pioneros, las penurias de los primeros en llegar o la extrañeza ante la ruda belleza de tantos parajes salvajes, no pertenecen a los mapuche sino a quienes usufructuaron la colonización. Tuvieron que transcurrir más de 100 años para que esas maneras de pensar las geografías recibieran un profundo cuestionamiento.
Recién alrededor de 1990 comenzaron a extrañarse los medios de comunicación de alcance regional, los dirigentes políticos, las cámaras empresariales y el resto de la sociedad, ante el florecimiento de un discurso que no sólo desmentía aquella noción de desierto, sino también la supuesta extranjería mapuche. Mayor fue el asombro cuando a las proclamas o documentos les siguieron las recuperaciones concretas de campos, las movilizaciones frente a las sedes de petroleras u organismos estatales, junto con los reclamos de adecuaciones legislativas.
Es que si bien nunca hubo una fundación de Patagonia, la elaboración de sus narrativas fundacionales se abstuvo de tener en cuenta a los indígenas, salvo para su deshumanización o ridiculización.
Incorporación tardía
Fue la victoria militar la que transformó la geografía en relación con la Patagonia. Curiosamente, hasta décadas tardías del siglo XIX, los argentinos tampoco pensaban a estas mesetas, cordilleras, valles y costas acantiladas como parte integrante de la Confederación o de la República. Nos dice Diana Lenton que “la idea de una Nación argentina herida en su territorialidad por bárbaros que le impiden gozar de lo que le pertenece es un tópico del discurso político impuesto a posteriori de la conquista militar de los territorios indios”.
Según los estudios de la geógrafa Carla Lois, la cartografía oficial recién incluyó a la Patagonia en jurisdicción argentina a partir de 1875. Además, los libros escolares que se utilizaron entre 1856 y 1871 admitían que Patagonia “era un país aparte”. Recién en 1874, en el manual “Elementos de Geografía” que se utilizaba en las escuelas de primeras letras, aparecen como límites sur de la Argentina “el océano Atlántico y el Estrecho de Magallanes”. Con anterioridad, los libros escolares admitían que más allá de la frontera sur de la Confederación Argentina se alzaba un espacio ajeno a su soberanía
La invención de la dupla Pampa-Patagonia implicó la apropiación de la región y su integración al ideario nacional a partir de las operaciones intelectuales que se dispusieron desde el Estado, autoría del sector que se arrogó su representación a partir de 1861. Si bien fueron los españoles los primeros intrusos que reclamaron para sí tan vasto territorio, la primera organización institucional de origen europeo que se instaló aquí fue responsabilidad de Buenos Aires.
Afirma Lenton que “el giro político que llevó a presentar a la Patagonia como parte del país argentino, como si su integración territorial fuese ya un hecho y no un mero voluntarismo, coincide con los años que van entre el fin de la guerra de la Triple Alianza (1864-1870), que consolida el poder de cierta elite social en nuestro país, y la Guerra del Pacífico (1879-1884) que despeja el camino para las aventuras bélicas en la Patagonia y realimenta el conflicto de límites entre Chile y la Argentina, cuando los dos Estados hacen de la expansión territorial un elemento esencial de su construcción soberana”.
El concepto “Campaña al Desierto”, es decir, la usurpación militar por parte de la Argentina de la Pampa y la Patagonia, puede equipararse en su significado político al que alcanzó el “Descubrimiento de América”. Éste se acuñó desde la perspectiva imperialista de una historia mundial que se escribió con clamores triunfales desde Europa. Aquél se concibió a partir de la mirada conquistadora de las elites argentinas que concibieron a su proyecto político como momento culminante de la construcción de la Nación.
No se trata solamente de cuestiones terminológicas sin importancia porque aseverar que América o la Patagonia son invenciones, tiene que ver con el punto de vista crítico de quienes quedaron a un lado o, inclusive, atrás de su historia. De los pueblos indígenas se espera todavía hoy que se incorporen al ritmo continuo de un progreso que siempre es para otros, en el marco de unas narraciones que no les pertenecen. Ni siquiera Magallanes pudo preverlas.
Bibliografía
Lenton, Diana (2010): “La ‘cuestión de los indios’ y el genocidio en tiempos de Roca: sus repercusiones en la prensa y en la política”. En Bayer, Osvaldo (coordinador): “Historia de la crueldad argentina. Julio A. Roca y el genocidio de los Pueblos Originarios”. Ediciones El Tugurio. Buenos Aires.