Algunas historias sobre indios y negros que siendo blancos deberíamos conocer

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Toussaint L’Ouverture, luchador por la independencia de Haití

La mayoría de los africanos que llegaron a América lo hicieron en barcos, como nuestros bisabuelos. Solo que a ellos los cazaban para traerlos encadenados y venderlos como esclavos, ante la escasez de indios que quisieran trabajar de sol a sol en las minas y los campos de los blancos que trajeron “la civilización”. Ya lo explicaban los capataces españoles: esos indios vagos son capaces de suicidarse con tal de no trabajar.
En Brasil, muchos negros pudieron escapar a las selvas, donde formaban comunidades libres, a las que llamaron quilombos. Si a usted la palabra le suena fea, a ruido de tambores, a bailes desenfrenados, a tetas al aire que horrorizan a los curas, cuidado: puede que esté pensando como un esclavista, creyéndose dueño de vidas ajenas, con derecho a juzgarlas.
Cada vez que los negros se juntan para hacer quilombo, lo que buscan en realidad es vivir en libertad. Y de hecho, el primer país de Nuestramérica en lograr su independencia fue un país negro. Sin googlearlo, ¿sabría decir el nombre de ese país, o de sus libertadores más conocidos?
Tal vez le suene más la revolución francesa, ese hecho violento que da nacimiento a las instituciones republicanas que nos gobiernan, y que nombran más seguido en la escuela. Una asamblea general, en busca de la igualdad, la libertad y la fraternidad humanas, proclamó la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano.
Del hombre, no de la mujer. Olympe de Gouges, francesa que también participó de la revolución, escribió la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana: fue una de las razones por las que acabó guillotinada.
Esa famosa declaración, que no incluía a las mujeres, mucho menos consideraba “hombres” a los negros. Los franceses que hicieron una revolución en nombre de la libertad jamás imaginaron que en sus colonias americanas los negros que seguían esclavizando tomarían en serio su palabra.
Aquí, en el sur del continente, hay quienes creen que nuestra patria es hija de los contrabandistas porteños, que reclamaban libertad para comerciar con Inglaterra. Sin embargo, el ejército del libertador San Martín estaba lleno de negros como Cabral, para quienes oír el ruido de rotas cadenas significaba algo muy distinto.
Desde 1870 existe en nuestro país el diario racista La Nación. Uno de sus famosos titulares anunciaba un reparto de indios en la capital: hombres para tareas rurales, mujeres para servicio doméstico. Hasta se apropiaban de los niños, para que “les hagan mandados”. Hacía más de seis décadas que estaba abolida la esclavitud, aunque ya sabemos que a nuestras clases dominantes las únicas leyes que les interesa respetar son las de “su” propiedad.
Y entrecomillo el “su” porque para “comprar” esas tierras “desiertas” que habitaban los indios, los militares y terratenientes argentinos no dudaron en incendiar toldos y asesinar familias enteras: ese genocidio, que explica el origen de sus riquezas y nuestras penas, fue su único mérito.
Cincuenta años antes de que los nazis construyeran Auschwitz, cuando incluso Hitler aún no había nacido, existía ya un campo de concentración en Valcheta, Río Negro. Recordaban los sobrevivientes cómo los hicieron caminar durante kilómetros rumbo al puerto, mutilando a quienes no aguantaran la marcha. Renombrados “científicos”, como el Perito Moreno, los estudiaron y expusieron al público, aún vivos, en el museo de Ciencias Naturales de La Plata, tratándolos como tratarían a cualquier otro animal salvaje.
Aún hoy, el distrito en el que vivo, lleva el nombre de Adolfo Alsina, quien soñó con cavar una zanja que separe la Argentina del indio. En el centro de la plaza de la ciudad cabecera, se luce montado a su caballo el general Levalle, quien alentaba a sus soldados a cumplir con el deber patriótico (de robarle la tierra a los indios) aunque en el fortín ya no les quedara ni yerba. ¿Cómo no se nos revuelve el estómago sabiendo que con nuestros monumentos, con el nombre de ciudades y calles, todavía les rendimos honores a racistas y genocidas?
Si usted no quiere ser parte de eso, cuando exijan balas frente a las “amenazas mapuches” a la propiedad, cuando lamenten la “africanización del conurbano” que hace inviable la patria, cuando los patrones sermoneen sobre “la falta de cultura del trabajo”, cuando la tele porteña le hable de “libertad”, desconfíe.
Porque su libertad, y su propiedad, se basa históricamente en nuestra esclavitud, en el saqueo y la explotación a indios y negros, desde la sirvienta que les lava la ropa hasta el peón que por dos mangos le mantiene sus campos.
¿O vos te pensás que Roca llegó a presidente cortando cañas en las plantaciones de azúcar donde su familia esclavizaba indios? ¿O alguien cree que Rocca podría haber acumulado la fortuna más grande del país cobrando los salarios miserables que les paga a quienes emplea en sus fábricas?
Aunque es cierto que, soñando con un país libre de indios y negros, nuestros primeros gobernantes decidieron fomentar la inmigración europea, artículo racista que hasta el día de hoy continúa así redactado en nuestra Constitución.
A esa invitación acudieron unos cuántos tanos muertos de hambre, gallegos que no sabían leer, judíos desterrados, todes escapando de la guerra y la pobreza. Pero en el plan para “sacar el país adelante”, el destino elegido para toda esa gente fue el de romperse el lomo laburando, al igual que lo haría cualquier otro esclavo.
Para algunos, ese sigue siendo el único modo de que te consideren un “ciudadano decente”. Si te salís de esa regla, si te hacés mucho el loco pidiendo una patria socialista, o al menos un boleto estudiantil gratuito, son capaces de tirarte desde un avión al Río de La Plata, como lo hicieron ayer nomás, en la última dictadura.
Aunque seas educado, respetuoso o pretensioso, de piel blanca, con ingresos de una clase media que está en vías de extinción, para ellos siempre serás otro piojoso más del montón. Te conviene tenerlo claro cuando te quieran de aliado para propagar sus miedos y odios, que no son los nuestros.
Que no te llene la cabeza el patrón: los negros, los indios, son tus amigues. Y si querés ser libre, unirte al quilombo también es tu mejor opción.

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