*Por Ezequiel Kosak

«No es desgraciada la tierra que no tiene héroes, sino que es desgraciada porque los necesita” Bertold Brecht, citado por Alfredo Grande

Capaz que diga una pavada, o una obviedad, pero el jueves me pareció entender que si habrá revolución en Argentina la hará ese pueblo que despidió a Maradona en las calles.
Con dolor, con sentimiento, con furia, con no querer creer que sea real aquello que afirman como verdad irremediable. Con alegría, con agite, como marea humana que mezcla pasiones y rebeldías en un abrazo común, que puede ser puño también.

Para muchos la escena transmitida por las pantallas no es más que otro episodio de la saga sobre una manga de salvajes sin ley, esa sombra terrible que recorre nuestra historia y se niega a desaparecer. Como si faltaran evidencias que lo comprueben: los negros son así, les gusta el quilombo.
Es notable cómo logran posar de mansos, educados, respetuosos, quienes desde el arranque de la cuarentena vienen organizando marchas por la libertad de mandarse cualquiera, con independencia del aguante de nuestro sistema de salud. Aunque digamos todo: esas concentraciones fueron motivadas por causas nobles, como por ejemplo, la de defender a los chorros de Vicentin.
Pero a ver, que la cuestión no es tan difícil de entender. Lo vas a despedir junto a un millón de personas, te comés seis horas de fila bajo el sol, y cuando estás por entrar te clavan un escudo policial en la frente. Y bue, se pudrió. ¿Tan difícil era de prever? Menos mal que al velorio lo organizaron los que saben gobernar, quienes mejor interpretan el sentir popular.
¿Qué pretendían, que la gente no cante, no grite ni se abrace? Era el funeral de Maradona, no de Nelson Castro. ¿Qué hubiera sido una actitud “decente”: que al cortarles el paso con una valla, la multitud dé media vuelta y se vaya cada cual a su rancho, agachando la cabeza? ¿Eso es la decencia, obedecer siempre a quienes mandan?

Ponele que así lo crean muchos, igualmente no suena una actitud muy de homenaje al diez. ¿Qué hubiera hecho Diego estando ahí? Y ojo, no digo que el bardo sea un momento piola. Habrá quienes lo busquen, lo disfruten, naden a gusto en él. Pero pocas veces se bardea por bardear nomás.
En general brota el bardo porque los funcionarios no funcionan, o cuando un dolor profundo no es atendido ni respetado, cuando califican como delito lo que no es otra cosa que una necesidad.
Que se arme bardo no prueba que por “provocarlo” la gente es desubicada, una mierda. En todo caso el mundo lo es, y contra él se reacciona. Me parece legítimo interpretarlo de esa forma también: muchas veces solo bardeando cambian para mejor la sociedad y sus reglas. Y en esos casos, oponerse al bardo sin siquiera intentar comprenderlo resulta conservador.

Por eso, si soñamos con subversiones futuras, no te digo que solo la harán quienes estuvieron ahí, pero sí que seguro estarán quienes estuvieron ahí. Y lo comprendo incluso a mi pesar, debo decir. Porque yo a la revolución la preferiría ordenada, racional, planificada al detalle.
La imagino, inspirado en teorías de otro siglo, protagonizada por la clase obrera industrial, consciente y harta de la explotación. Me cuesta verla dirigida por cooperativas cartoneras, o los comedores del barrio, por la gente que a la economía capitalista ni siquiera le es útil para aumentar sus ganancias, la que directamente descarta –y que es un montón. Aunque ni un problema que así sea.
En los momentos más álgidos de la lucha pienso en un profe de la UBA al frente, no te digo bien arreglado pero al menos hablando prolijo y sin muletillas, pasando diapositivas en la casa rosada, explicando ante un auditorio en atento silencio los beneficios que tendremos como trabajadores el día que seamos dueños de los medios de producción.
Es que soy más de escribir difícil que de andar tirando piedras y vallas. Mi aporte a la causa cuando a otros les pegan es más bien postear mi panfleto o una poesía sensible, pidiendo amablemente que eso no vuelva a pasar. No sé si esto será una competencia útil el día que nos decidamos a cambiarlo todo, tal vez debiera comenzar a deconstruir mi hippismo. Quién te dice una cosa no quite la otra.

Porque claro, me doy cuenta que es medio garca esperar que otres le pongan el cuerpo a la revolución que uno dice desear, pretender que al mundo nuevo nos lo sirvan en bandeja de plata. Ser tan solo espectador de la lucha de clases, si es que saltearse ese engorroso capítulo de heroicos sacrificios resulta imposible.
Podrán decir que soy un cagón, pero no soy el único. En algún momento de la historia trocamos ganas de revolución por miedo al garrote, y desde entonces nos conforma, hasta complace, este capitalismo careta.
Porque está muy bien sembrar una huerta en el patio, repartir más o menos bolsones de alimentos, pero el día que recuperemos para el pueblo lo que era de todes y nunca debió quedar entre alambrados, nos van a correr a los tiros.
Por más legal, institucional y de amplios consensos sea el proceso. A las clases dueñas del país la República les vale mientras sirva para proteger sus privilegios, si se da vuelta la taba olvidate que “la democracia” les importe. ¿Es que no lo han demostrado ya suficientes veces?

Aunque bueno, a quién le seguirá importando hacer la revolución en esta época. ¿A qué viene este refrito de espíritu aventurero, en nombre de un pueblo que ni nos da pelota? Si ahora vivimos bien, con celulares y asaditos de vez en cuando.
Más de la mitad de los pibes y pibas del país hundidos en la pobreza, pero sí, vivimos bien. Millones de familias y de jóvenes sin posibilidad de acceder a un pedacito de tierra, ni construir su vivienda, pero se entiende, son cosas que pasan.
Las mayorías laburando a lo pavote por dos mangos, cuando podríamos trabajar cada vez menos sin dejar de producir y garantizar lo deseado y necesario, tan solo distribuyendo el trabajo y la riqueza de formas más inteligentes y justas. Pero nada, si todo está más que bien, si el infierno de la precarización laboral es encantador. Qué me vienen a hablar de revolución.

Bueno ok, por ahí vivimos un toque mal, pero al menos estamos en democracia. Que como sistema está lejos de ser perfecto, pero es lo mejor que como humanidad pudimos inventar. Claro, seguro que votar cada dos años como único modo de participación popular es lo más groso que vaya a ocurrírsenos jamás.
Encima cuántas opciones. Votar por un cínico que te promete pobreza cero cuando con cada una de sus decisiones promueve que crezca en varios millones de seres. O a otro que en campaña se compromete a darles aumento a los jubilados desde el 10 de diciembre con la plata malgastada en leliqs, y ni bien asume empieza a preocuparle que sus miserables ingresos sigan siendo “sustentables”, porque no puede no pagársele al FMI, por más truchas sean las deudas contraídas.
Te chamuyan grietas y después promocionan todos juntos desiertos verdes y vacas muertas. ¿De verdad piensan que la gente, el pueblo, nunca se va a cansar de votar al menos peor, al que la tele diga que puede llegar a ganar?
¿Nomás con condecorar al policía que dispare por la espalda, o con sacarse fotos con los dedos en ve y que vuelva zamba a paka-paka, esperan mantener la adhesión de la gilada?
Mientras “la democracia” para los de arriba siga siendo un verso que les permite gobernar a espaldas de la población, el bardo será cada vez más “la democracia” hecha por y para los de abajo.

Por eso digo que de haber revolución, de tener que ponerle el cuerpo a las balas, la lección de la semana la dio esa parte del pueblo que llora a Maradona, al que le sobra coraje para hacerse ver.
Ese pueblo que no fue a enterrarlo, a dejarlo tirado, a sacarse una selfie, a darle un último adiós. Que fue más bien a rescatarlo del cajón, a intentar gambetear la muerte que nos rodea. A guardarlo cerca del pecho para que el Diego siga viviendo en miles de corazones.
Y les importó bien poco el qué dirán, las sanas costumbres urbanas y civilizadas, las instituciones con sus diversos protocolos para el manejo del ganado, los periodistas pauta-dependientes que laburan de indignarse, las doñas pasando vergüenza porque supuestamente les importa lo que opine de nosotros la prensa extranjera: que la chupen y la sigan chupando.
Un pueblo que por ahí ni sabe bien lo que quiere y ni le importa saberlo, sabe nomás que hay que estar cuando hay que estar y con eso basta. O tal vez, me corrijo, sí que saben y bastante, sólo que quienes creemos sabérnoslas todas no logramos entender que esos cuerpos no acepten también como único destino deseable ser mulo de otros o estudiar para doctor.

Maradona consuela a un jugador que perdió la final de los juegos Evita de 1973

Que los que viven de arriba, antes que darnos lecciones, se dediquen a pagar las deudas que nos dejan. Somos miles y miles creyendo que hay algo más en la vida que laburar para un patrón o mantener limpia la vereda. Miles deseando que la vida sea joda, sea fiesta, que en el velorio toquen cumbia y uno pueda hacer amistades sea cual sea tu camiseta.
Pero cuidado, una fiesta en la que estemos todes: las que escabian, los que bailan y quienes en el boliche tomamos mate o jugamos ajedrez. Porque como leí por ahí, la nuestra ya es una Argentina donde los hombres lloran y las pibas juegan al fútbol.
¿O es la nueva, mandar a callar? Nada de hacernos los giles como si la violencia machista fuera una cuestión privada que en su casa resuelve cada cual. No es un error excusable por tratarse de un ídolo o detentar fama y riqueza.
Aunque tampoco sirve la condena inapelable y eterna: en todo caso, que la pregunta nos vuelva para conversar con nuestras relaciones y afectos. Convengamos que ya no es Maradona alguien que vaya a leernos o podamos invitar a cambiar.

Y, de todas formas, ¿cuál es la alegría que el Diego en el pueblo despierta? Que es la que a esa parte del pueblo realmente le importa. La que entiende, la que siente, la que reivindica como propia. La que podría ser de todes, de Fiorito a Nápoles, de Siria a los All Blacks y el estadio Azteca.
Pienso. Es la alegría del que supo cómo meterles un gol a los poderosos, aunque sea con trampa, como siempre hacen ellos. Pero también con gambeta, con plantarse, con creérsela. Gritarles ese gol en la cara a quienes siempre te miraron con lástima; o con desprecio si te la das de rebelde, si te levantás insolente.
Una zurda mágica prueba que existe talento oculto ahí donde algunos solo ven un montón de fracasos. Maradona es tener con quién contestarles a quienes siempre te vieron como a un pobre tipo, que nunca llegaría muy lejos, ni podría ser mejor que nadie. Desde la ministra que cobra quince veces lo que un jubilado por opinar gansadas hasta cualquier vecina ciruela, seguras de tener razón cuando dicen que como país somos un desastre –obvio excluyéndose.
El Diego poniéndole garra para cumplir su sueño de chico que crece en un barrio privado: privado de luz, de agua, como todavía hoy existen miles, desparramados por toda la patria. El Diego te daba letra, esperanza.

Maradona de pibe soñando salir campeón

Porque no te mira desde arriba después de “hacerse desde abajo”, no te vende como receta la mentira de “salir adelante rompiéndose el lomo” ni nada de esa meritocracia puro marketing financiada por los herederos de fortunas usurpadas a costas del estado. Adelante saldremos jugando con otros, no trabajando como burros.
El Diego son las ganas que tenemos de una revolución alegre, pero no como slogan. Es cierto que ese pueblo estuvo ahí por la alegría que les dio, no por una vaga promesa de obtenerla en el futuro, sacrificando nuestro presente. Pero quizás esa alegría contagiosa pueda multiplicarse ya sin dioses, ni los perfectos sin contradicciones, ni los sucios y pecadores.
El subsuelo de la patria latió con fuerza estos días, lloroso, sufriente. Y recuerda por experiencia propia que la alegría prohibida se recupera mediante sublevaciones.
Una alegría que renace al juntarnos más seguido, al confiar en nuestras fuerzas (y medir si es real que nunca juegan a nuestro favor). Alegría de saber que por más patadas que nos den no podrán tumbarnos, y que alguna vez nos tocará vencer a los enviados de la reina y del imperio, a nuestra moral pacata, sus camiones blindados, su patria de offshores y desalojos.
El Diego se atrevió a mojarle la oreja a quienes se sienten en la cima, y nos mandonean como si nada fuéramos. Por ahora, es la gloria que como argentinos/as supimos conseguir. Pero quién te dice, un día cualquiera, nos queremos como equipo de oprimidos/as y empezamos con los toques, uniéndonos en esto de burlar al rival, aunque sepamos que tiene al árbitro comprado.
Y metemos uno que otro gol, en cualquiera de las canchas, alegrando la historia como nos enseñó el diez.

Historieta hecha por David Squires y publicada en el diario británico The Guardian

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí