Por Emir Sader
Como vivía a dos cuadras del Palacio de La Moneda, desperté, de nuevo, con el ruido de los aviones que sobrevolaban el palacio presidencial. En junio de 1973 había sucedido algo similar, cuando militares golpistas habían intentado derrocar a Salvador Allende, pero él logró derrotar el intento.
Esta vez, las cosas sucedieron de manera diferente. Cuando llegué a la plaza, el Palacio estaba todo rodeado por tropas, Allende solo, en la ventanita desde donde solía hablar, con el fusil AK que le había regalado Fidel y el casco que le regalaron los mineros.
Allende ya había pronunciado su último discurso. Miguel Enríquez, líder del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) había llamado a Allende, y a través de su hija Beatriz Allende, le proponía que depusiera a todos los mandos militares y nombrara a uno fiel, aunque fuera un militar de bajo rango. Miguel recomendó que Allende hiciera una declaración de llamamiento a la gente a la resistencia. Y que un comando del MIR estaba listo para entrar al Palacio y llevarlo a un barrio popular, porque era el presidente legal de Chile y seguiría siendo reconocido internacionalmente.
Allende le pidió a su hija que le respondiera que no podía hacer nada más, que cumpliría lo que siempre había dicho: saldría del Palacio de La Moneda al final de su mandato o muerto. Que más allá de ellos, nuevas generaciones abrirían las grandes alamedas del futuro Chile.
Allende hizo que su hija, embarazada y otras personas que estaban con él, salieran del palacio, rechazando la oferta de los golpistas de que él saliera. Solo quedaron unas pocas personas con él, entre ellos, la Payita, su compañera.
Allende regresó a su ventanita y recomenzó’ a disparar en contra de los golpistas, que habían fijado para el mediodía el momento para que el presidente se rindiera, porque de lo contrario, dispararían directo al Palacio de la Moneda.
Allende se negó sistemáticamente a entregarse a los golpistas, hasta que a las 2 de la tarde los cazabombarderos británicos empezaron a disparar sobre el Palacio de Moneda, que comenzaba a estar envuelto en un denso humo. Mirando ese escenario, sabíamos que Allende no sobreviviría y que con su muerte se moría también la democracia, que en Chile apenas había tenido dos breves interrupciones desde la estabilización de la independencia con Portales, en 1830.
Payita me dijo que Allende se retiró a su habitación en el Palacio y disparó a su barbilla con su fuzil, suicidándose. Llegada a México, a Hortencia Bussi de Allende el presidente Echeverría la convenció para que diga que su esposo no se había suicidado, sino que había muerto por disparos aéreos. Versión que quedó’ vigente por un tiempo, hasta que toda la izquierda chilena se rindiera a la versión de Payita, quien logró salir del Palacio en medio de los cadáveres y después obtuvo refugio en la embajada de Suecia.
Todo ello pasó el 11 de septiembre. El domingo 9 de septiembre, Allende se dio cuenta de que no podría mantener la presidencia y se propuso una operación política para intentar dividir a los golpistas. Allende pensaba realizar, el miércoles día 12, en cadena nacional, un referéndum, sobre un tema universitario, que seguramente perdería. Renunciaría y entregaría la presidencia al titular del Senado, Eduardo Frei, de la Democracia Cristiana, exmandatario de Chile.
Pero Allende confesó’ sus planes al propio Augusto Pinochet, su ministro en el gobierno. Pinochet aceleró los planes golpistas, que estaban programados para más tarde, y los desencadenó el lunes por la noche, con la Armada de Chile iniciando un levantamiento en Valparaíso.
Durante mucho tempo los hoyos de los disparos de los golpistas en contra el Palacio de La Moneda quedaron como testigos de todo lo que había pasado. Más tarde incorporaron la foto de Allende. Me acuerdo de ir a recorrer esa imagen con Gladis Marín, entonces secretaria general del Partido Comunista de Chile, y Silvio Rodríguez. Posteriormente los hoyos fueron removidos, pero ya nada podría remover todo lo que había pasado aquel día en La Moneda.
Allende murió heroicamente, con su propio fusil, el 11 de septiembre de 1973, hace 47 años, defendiendo la democracia que tanto amaba.
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