La democracia de la aldea y el barrio
Las aldeas y el pueblo de Chuimekena’ o San Miguel Totonicapán han sido un referente de movilización, democracia asamblearia y liderazgo con claridad política. Con rotación anual de las autoridades indígenas, los 48 Cantones expresan en sí una forma democrática donde la aldea y el barrio son los ejes de movimiento y articulación. Su forma política, pues, es completamente inversa al mando político de los Estados-nación, contraria a la formación verticalista, de cultura finquera sobre la cual está basado el Estado guatemalteco.
¿Por qué es importante resaltar esto? Básicamente porque la disputa de fondo en este contexto expresa dos momentos de profunda colisión entre Estado guatemalteco y gobiernos territoriales indígenas.
Por un lado, la coyuntura política en defensa de los resultados electorales donde Bernardo Arévalo resultó ganador de las elecciones generales a través del partido Movimiento Semilla. Es una movilización contra un golpe en curso, se busca defender la institucionalidad que el mismo Estado promueve y ahora está menoscabando con decisiones personalistas.
Por otro lado – y esto es central enfatizarlo – la movilización actual muestra una colisión frontal entre dos formas política radicalmente contrarias: de un lado, la forma asamblearia, comunal, donde el servicio a la comunidad es un valor defendido, el llamado k’axk’ol en idioma K’iche’. Del otro, la forma autoritaria del Estado guatemalteco donde el canal de alianza es el dinero y la prebenda, la burocracia mercantil. Dicho de otra forma, la forma política del k’axk’ol y del dinero tienden a colisionar, de la misma manera como la política asamblearia es contraria a la política partidista.
El contexto, empero, ha abierto un espacio inesperado donde un partido político urbano, en su mayoría no indígena y citadino, es la ventana de oportunidad para movilizar una disputa por la práctica y el concepto de democracia. Esto no es nuevo. A pesar de la política autoritaria, de castas, implementada por el Estado finquero contra las comunidades, la política indígena suele movilizarse en varios niveles, astutamente, entre lo comunal y lo partidista, entre las iglesias y las cooperativas.
Este proceso no es publicitado por el poder central pero es ineludible cuando se moviliza. Como sociedad hemos llegado a un parteaguas donde la política indígena maya marca el rumbo de toda una transformación del concepto y práctica de la democracia en el país.
La política desde la aldea y el barrio, con la centralidad de la experiencia indígena, puede abrir puentes, reflexiones, espacios para una democracia desde las comunidades, los mercados populares, en fin, los espacios de vida de la comunidad para el individuo, del individuo para la comunidad, sean propiciados y respetados.
Nacidos del golpismo: CACIF y Cortes
No hay que olvidar que tanto la fundación del Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras (CACIF) en 1957 como de la Corte de Constitucionalidad en 1965 fueron estrategias de la élite para gobernar tras los Golpes de Estado de 1954 y 1963. El matrimonio entre CACIF y Cortes no es fortuito o casual, son la base de la dictadura cívico-militar que asoló Guatemala por cuarenta años. Por eso, cual sombras que regresan del pasado, las Cortes están repletas de familias beneficiadas por la dictadura, entre ellos la protegida Blanca Stalling o Roberto Molina Barreto, político que anuló la sentencia al General Efraín Ríos Montt.
La noche del 5 de octubre de 2023, menos de una semana después de que el Ministerio Público allanó el Tribunal Supremo Electoral, la Corte de Constitucionalidad dejó en pie la anulación del partido Movimiento Semilla por un juez penal y resolvió a favor del CACIF para criminalizar las protestas y bloqueos en todo el país.
Con esta acción, la Corte dio un paso adelante para unirse jurídicamente al golpe de Estado en curso. Materialmente esto se expresa en los múltiples sobrevuelos de helicópteros y aviones sin placas sobre Cuatro Caminos, Alaska y Chichicastenango el 5 de octubre. Se está llegando a un punto de confrontación directa entre el modelo de democracia comunal, con un partido socialdemócrata de aliado, y las formas políticas que llevaron a Guatemala a la destrucción de, al menos, 626 aldeas durante la guerra civil.
Es importante que nuestro análisis político del momento actual no sólo se interprete desde las disputas entre Tribunal Electoral y Ministerio Público, conflicto avalado y sostenido por la Corte de Constitucionalidad y la Corte Suprema de Justicia. Esta lucha está enraizada en más de 150 años de imposición violenta del Estado finquero, de su escudo adornado con granos de café, mercancía agrícola que promovió grandes robos de tierras indígenas y el ingreso forzado de poblaciones enteras al trabajo de castas.
Frente a ellos, sin embargo, se encuentra la fuerza de las familias indígenas, de la organización de las aldeas, de la movilización del tejido, de la marimba, del baile y de la piñata. Estas expresiones apuntan hoy en día a detener comunalmente una forma política especialmente cruel, depredadora, incluso para una región tan golpeada como Latinoamérica.
Contra la historia de empobrecimiento reinstaurada en 1871, orquestada en 1954 o vuelta dictadura cívico-militar en 1963, 48 Cantones ha tocado las profundas fibras políticas de las aldeas y los caseríos, ha tocado el nervio del volcán, el horizonte del fuego transformador.
La marimba, la piñata, el son
Los pueblos se movilizan con sus heridas, cierto, pero en ellas mismas llevan la luz de la esperanza. De mi parte, siendo de origen citadino, de familias trabajadoras (obreras en fábricas de dulces, mecánicos, vendedores, secretarias), no he dejado de asombrarme por la fuerza que he tenido la fortuna de presenciar, de vivir y compartir, en las aldeas indígenas donde he visitado o he vivido algún tiempo. La fuerza de la familia – el título que le da Cara Krmpotich a su libro sobre comunidades indígenas en Canadá – es algo que me viene directamente a la cabeza cuando pienso en aldeas como El Tablón (Sololá), Panicui (Comalapa) o Cajixay (Cotzal). Las actuales movilizaciones han llevado la vida cotidiana – la celebración y el compartir, la risa y la oración – al centro del levantamiento. Pero más que “levantamiento”, palabra que implica que antes se estaba sentado, lo que está pasando parte de la congregación de la fuerza de la vida cotidiana de la comunidad indígena maya.
Cuatro Caminos – como la Cumbre de Chuipatán – se han convertido en espacios donde el Estado guatemalteco no puede actuar, se queda pequeño. El ambiente se ha vuelto festivo. Un grupo de jovencitas y niños interpretaron la marimba ante más de veinte mil personas que respetuosamente guardaban silencio.
La música ha estado en el centro de la cultura maya, es parte integral del cambio de autoridades akatekas en Ch’imb’an (San Miguel Acatán), de las ceremonias mayas en San Martín Jilotepeque o incluso de las bodas kaqchikel en Nueva Jersey. En Santa Lucía Utatlán la toma de la Carretera Panamericana ha sido motivo de baile de son, de mujeres y hombres danzando con música amplificada por grandes bocinas, a lo mejor las mismas que usan los domingos en sus celebraciones religiosas – ¡y vaya que hay bocinas grandes! La gente en Santa Lucía ha organizado el apaleo de piñatas con figuras estatales. Se les destrona festivamente, acto que simbólicamente hace descender lo soberbio del poder con el juego de la mujer vendada. La protesta desde la risa y el baile apunta a la comunidad que celebra su congregación.
Congregar el k’axk’ol como horizonte político
La escala, las formas, las estrategias que ha tomado la congregación rebelde, el “levantamiento”, rebasa los comúnmente tristes pronósticos de sociólogos y politólogos. En escala, lo iniciado por 48 Cantones y la Alcaldía de Sololá se ha movido en términos orgánicos, de crecimiento exponencial, como de capullos que florecen al unísono.
La estrategia de la flor del tamborcillo, de la que alguna vez habló Mario Payeras, se expresa ahora de otras formas. La indignación y el malestar individual, separados de la vida cotidiana bajo el tiempo de la deuda personal, de la espera en el tráfico, del empobrecimiento silencioso, del desempleo promovido por el estatus, se ven resquebrajados por el acto de la dignidad. Cuatro Caminos es el eje simbólico de posibilidad, la desintegración del tiempo de la dependencia de las Cortes a través de la movilización de la vida cotidiana en el servicio a la comunidad.
En términos de forma, el k’axk’ol se ha convertido en un horizonte del cual pueden aprender los pueblos con otras experiencias étnicas. La aldea y el barrio han sido golpeadas por la pobreza y la migración al norte, la división entre religiones y los múltiples efectos del dinero de las remesas en los territorios.
Pero el llamado de 48 Cantones y la Alcaldía de Sololá ha volteado la fuerza de la religiosidad popular hacia un retorno del tiempo social, de la solidaridad actuante. Muchas veces considerada una religión de evasión, el neopentecostalismo se ha movilizado con sus feligreses hasta Cuatro Caminos. Impresionantes resultan los finales de las jornadas en ese punto de protesta cuando los pastores k’iche’ piden por la vida (k’aslemal) de las personas en la manifestación, haciendo alusión a Israel como horizonte divino frente al poder terrenal de los corruptos en Guatemala. Así se plantea, llamativamente.
Asimismo, frente al Ministerio Público en Ciudad de Guatemala, mujeres y hombres aj q’ijab han llevado a cabo ceremonias mayas donde se purifica con incienso al edificio tomado por los golpistas. La piñata de Utatlán y la kotzij del barrio Gerona apuntan a una política de destronamiento popular.
La fuerza de Cuatro Caminos se expandió también a la segunda ciudad más grande de Guatemala, Quetzaltenango. Allí los barrios, los estudiantes, transportistas, salieron a manifestar y tomaron las calles del centro de la ciudad. Los institutos públicos, sus estudiantes, llevan las banderas de valentía del pasado y adhieren a sus escudos la figura de Árbenz, el revolucionario quetzalteco, similar a la centralidad de Atanasio Tzul como figura tallada en madera o tejida en los últimos días.
La división urbe y campo se está resquebrajando en el altiplano y parece expandirse a través de la bocacosta en San Marcos hasta los mercados populares en Escuintla. Semejante movimiento entre la costa y el altiplano sólo había sido vivido con similar ímpetu posiblemente en febrero de 1980, con la Huelga de la Costa. En esta ocasión el horizonte de clase y campesinado, categorías de lucha usadas en aquel entonces como lucha contra las fincas, pasa ahora más a través de la conciencia de la defensa de la democracia desde la movilización aldeana. Los espacios ladinos se mueven a través de lo colectivo del instituto educativo público, del hospital, de los mercados, del barrio. Este es el gran temor del Estado guatemalteco: el reconocimiento de lo comunal como gran fuerza de convergencia a pesar de la política finquera de división de casta y de razas.
Contrario al Documento de Marzo (1967), escrito fundacional de parte de la guerrilla guatemalteca, donde el reconocimiento de los pueblos indígenas como explotados auspiciaba su politización en términos de vanguardia, de campesinado que adquiriría la política adecuada desde afuera, el Octubre Maya del 2023 lleva sus propias formas de política como esperanza para el cambio de los diversos pueblos que viven en el mismo territorio tras cinco siglos de colonialismo, régimen finquero y capitalismo neoliberal, sumamente corrupto.
¿Será un sueño pensar lo mucho que debemos aprender de la democracia del k’axk’ol, de la aldea y del barrio, como voces propias y horizonte organizativo? En el Popol Wuj, el fuego es figura de renacimiento y recuerdo de la valentía de los hermanos gemelos.
Reconocer a Junajpu’ en el resplandor de este momento histórico es beber la savia de su encuentro, cada quien desde su llamado y su experiencia social.
* Profesor-investigador de antropología histórica en la Universidad William & Mary, Estados Unidos. Ha publicado diversos trabajos sobre historia y etnografía de Mesoamérica. Su último libro, Rebelión estamental y el origen del Estado finquero en Guatemala, 1780-1940 (UNAM, 2021), estudia la política de casta finquera y distintos momentos de resistencia de las comunidades mayas del país.
Fuente: Prensa Comunitaria