El 27 de septiembre de 1975 el Régimen de Franco ejecutó a los últimos reos condenados a muerte, los miembros de ETA Jon Paredes Manot ‘Txiki’ y Angel Otaegi y otros tres militantes del FRAP, José Humberto Baena, José Luis Sánchez-Bravo y Ramón Garcia Sanz. Recordamos aquellos hechos con textos y fotografías del libro ETA. Una historia en imágenes.
En agosto de 1975, cuando aún no se han apagado los ecos represivos del último estado de excepción, el Estado anuncia otro golpe: nuevos consejos de guerra con peticiones de pena de muerte para militantes vascos y revolucionarios del Estado. Al igual que durante el proceso de Burgos la respuesta popular es masiva, con multitud de manifestaciones e incluso una huelga general, pero esta vez el Régimen decide llevar su amenaza hasta el final y el 27 de septiembre ejecuta las condenas a muerte contra los militantes de ETA Jon Paredes Manot, Txiki, y Ángel Otaegi y otros tres militantes del grupo FRAP. Es la sangrienta despedida de Franco. Las protestas por estas muertes trascienden las fronteras de Euskal Herria, incluyendo ataques a embajadas, y suponen el mayor golpe diplomático sufrido por el franquismo.
Jon Paredes Manot, Txiki, nacido en Zalamea de la Serena, con la camiseta del Che Guevara que tanto quería (izda.) y escalando (dcha.). Fotografías: Fondo Familia Paredes Manot.
En 2010, los abogados de Txiki entregaron los casquillos de las balas que acabaron con su vida a la familia, que los depositó en el Archivo de los Benedictinos de Lazkao. Arriba, manifestación de repulsa por los fusilamientos en Baiona. Fotografía: Daniel Vélez.
Cuando pusieron a Txiki ante el pelotón de fusilamiento, gritó “Aberria ala hil! Gora Euskadi Askatuta! Gora Euskadi sozialista!”, y comenzó a cantar el Eusko Gudariak. Las balas acabaron con su vida cuando comenzaba la segunda estrofa. Fotografía: Marc Palmes.
fuente Txalaparta
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«Txiki» y Otaegi
Por Gotzon Aranburu
Angel Otaegi y Jon Paredes «Txiki» consumían hace 40 años sus últimas horas de una vida dedicada a la lucha. El franquismo murió matando, pero los fusilamentos dejaron una profunda huella colectiva en Euskal Herria que pervive hasta hoy.
Solo quienes lo mataron sabe cómo afrontó la ejecución Angel Otaegi aquella mañana del 27 de setiembre de 1975. Ningún familiar ni abogado pudo acompañarle en la madrugada; pasó la noche rodeado de militares y a primera hora ocho policías voluntarios lo fusilaron. De Jon Paredes se sabe más, pues dos abogados y su hermano Mikel fueron testigos del fusilamiento en Sardanyola a manos de un piquete de guardias civiles, también voluntarios: Txiki cayó ametrallado, pero siguió cantando el ‘‘Eusko Gudariak’’ hasta recibir el tiro de gracia.
Franco murió matando. Cinco años antes había indultado a los militantes de ETA condenados a muerte en el Proceso de Burgos, pero en setiembre de 1975 dio su visto bueno –el temible «enterado»– a la ejecución de tres militantes del FRAP –Xose Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García– y de los dos vascos, Txiki y Otaegi. Eran más, once en concreto, los sentenciados a muerte en distintos consejos de guerra, pero a seis les fue conmutada la pena capital por largas condenas de prisión. Entre ellos estaban el abaltzisketarra Jose Antonio Garmendia Tupa, que había sido gravemente herido por la Policía durante su detención, y el donostiarra Manuel Blanco Chivite, miembro del FRAP.
Txiki, nacido en Extremadura pero zarauztarra desde los diez años de edad, entró en ETA muy joven, como explica su hermano Mikel, también militante de la organización en aquel entonces. Una de sus primeras labores consistió en vigilar a la infanta Pilar de Borbón, hermana del entonces príncipe Juan Carlos de Borbón, que acostumbraba a veranear con su marido, Luis Gómez-Acebo, en Zarautz. Al parecer, ETA proyectaba secuestrar a Gómez-Acebo e intercambiarlo por presos vascos, pero la Policía desbarató la operación cuando se encontraba ya en una fase avanzada de preparación.En agosto de 1974, al saberse buscado, Jon Paredes se refugió en Ipar Euskal Herria, de donde volvió como liberado, y llevó a cabo durante siete meses tareas de infraestructura, junto al donostiarra Jose Luis Bujanda. Conocidos por la policía como “Tip y Coll” –famosos humoristas de la época– debido a su diferencia de altura, ambos huyeron de nuevo en enero de 1975. «A mí me detuvieron finalmente en Iruñea, en una cita fallida, solo un mes más tarde. Txiki pasó a Barcelona, como integrante de un comando de ETA-pm», cuenta Bujanda. Entre los acompañantes en el viaje en tren a la capital catalana estaba Mikel Lejarza, El Lobo, infiltrado en la organización armada. Según la Policía, Txiki habría participado en un atentado mortal contra un subinspector en Donostia y en un atraco en la Ciudad Condal, en el que murió otro agente. Era julio de 1975 y contaba 21 años de edad.
El 3 de abril de 1974 fue muerto en atentado en Azpeitia el guardia civil Gregorio Posadas Zurrón. La responsabilidad material recayó sobre tres miembros de ETA, entre ellos Jose Antonio Garmendia, que sería detenido en agosto del mismo año en Hernani tras un tiroteo en el que un balazo le causó graves daños en el cerebro, por lo que tuvo que ser sometido a una lobotomía. Al vecino del barrio azpeitiarra de Nuarbe Angel Otaegi se le atribuyó haber dado albergue al comando; rodeada su casa por la Policía, optó por entregarse. Su prima Mertxe Urtuzaga cuenta que el jefe del operativo le dijo a Otaegi: «Lástima que no hayas intentado huir. Te habríamos matado». Era noviembre de 1974 y Angel, de 33 años e hijo único de María, no volvería vivo a Nuarbe.
El régimen franquista decidió que los militantes de ETA y el FRAP que habían sido detenidos entre 1974 y 1975 acusados de distintos atentados fueran juzgados en consejos de guerra, esto es, por tribunales militares. Por lo que respecta a Garmendia y Otaegi, el juicio se desarrolló el 28 de agosto en 1975 en el Regimiento de Artillería número 63, de Burgos. Bastaron cinco horas de vista para que el tribunal, presidido por el coronel José Urtubia, decretara la condena a muerte de ambos. Los familiares de los juzgados ni siquiera habían podido acceder a la sala de vistas, ni los observadores enviados por grupos de defensa de los derechos humanos.
Txiki conoció la noticia de la condena de Angel y Jose Antonio en la cárcel Modelo, de Barcelona, donde esperaba a su vez el inicio del juicio contra él por el atraco de la capital catalana. También en este caso bastó un solo día de vista para condenar a muerte al acusado, sentencia que firmó el 19 de setiembre el coronel de Artillería Antonio Vergés y en la que no se atribuía a Jon la autoría material de los disparos. Los abogados defensores, Marc Palmés y Magda Oranich, habían comprendido desde un primer momento que Txiki acabaría ejecutado: «Era un sumario dirigido exclusivamente contra él. Todos sabíamos que lo mataban» declaró Oranich. Lo único que pudieron hacer fue añadir su firma a un escrito redactado por el abogado donostiarra Miguel Castells, en que se pedía que Jon no fuera muerto a garrote vil.
Mientras, Euskal Herria se movilizaba masivamente en defensa de los jóvenes amenazados de muerte. El 28 de agosto se llevó a cabo una huelga general, acompañada de múltiples movilizaciones, que se saldaron con seis manifestantes heridos de bala. El 31 de agosto un policía mató de un tiro a quemarropa al joven donostiarra Jesús García Ripalda, militante del Movimiento Comunista de Euskadi, en una manifestación en Gros. La huelga general se repetiría con motivo del juicio a Txiki, y también tuvo gran seguimiento, a pesar de que el PNV la rechazó expresamente. Una vez conocidas las condenas impuestas, las movilizaciones se sucedieron en Europa, incluso con asaltos a embajadas españolas, como la de Lisboa, que ardió. El papa Pablo VI y el secretario general de la ONU, Kurt Waldheim, enviaron telegramas a Franco, pidiendo clemencia para los once condenados a muerte. El dictador contestó ratificando cinco de las condenas.
Baena, Sánchez Bravo y García Sanz fueron fusilados en el polígono de tiro de Hoyo de Manzanares, en la sierra madrileña. Otaegi, en la cárcel burgalesa de Villalón, y Txiki junto al cementerio de Sardanyola, cerca de Barcelona. Según sus compañeros del penal, las palabras de despedida de Angel Otaegi fueron: «Euskadirengatik hil behar naute. Ez nago damututa. Gora Euskadi askatuta! Iraultza ala hil!». Jon Paredes pudo pasar la noche previa a la ejecución con su hermano Mikel; en el reverso de una foto de sus cuatro hermanos pequeños escribió un poema del Che Guevara que recorrió Euskal Herria de boca en boca: «Mañana cuando yo muera/ no me vengáis a llorar/ Nunca estaré bajo tierra/ soy viento de libertad». Al recibir los disparos del pelotón de ejecución, Txiki cantaba el ‘‘Eusko Gudariak’’. Su menudo cuerpo tenía ya once orificios de bala.