Por Ezequiel Kosak

“Y si un día no vuelvo hagan mierda todo”, había posteado Úrsula en las redes. También denunció a su agresor, unas cuántas veces, porque se veía muerta. Hoy sabemos su nombre porque Matías Martínez, que alguna vez dijo amarla, la llevó secuestrada a un campo donde la asesinó con un chuchillo, a puñaladas.
¿Qué hacemos frente a estas historias de femicidios, que se repiten? Trato de imaginarme cómo reaccionaría si eso le pasara a alguna conocida, y claro: dan ganas de gritar, de insultar, de rayar paredes para que la gente se entere, de que ardan las instituciones que debiendo cuidarnos ofician como garantes de la impunidad.
¿Pero cómo hacer mierda todo? ¿Cómo hacer mierda al patriarcado que nos hace, y sobre todo las hace, les hace, mierda? ¿Cómo romper con el machismo sin quedar presos de esa misma lógica que nos rompe? La que propone como única solución devolver el daño, golpe por golpe; exigiendo linchamientos y penas de muerte, portación de armas para defensa propia o que ojalá al que abusa en la cárcel lo violen…
¿Cómo frenar la violencia antes de que las maten, cuando todavía están vivas? Y sueñan con viajar a alguna parte, o quieren estudiar algo, cuidar una plantita, matear con una amiga. ¿Cómo frenar la violencia para que todas puedan vivir sin miedo a caminar por la calle, o a que se enoje el varón junto al que comen y duermen?
Tratando de responder aquello es que les comparto estas ideas, que no son mías sino aprendidas hace tiempo, o leídas en estos días. Algunas sonarán a obviedades, pero evidentemente, aún cuestan vidas.

Importa escuchar, y actuar tempranamente, desde la primera denuncia. Y de eso, parece ser, no son capaces ni la policía ni los actuales juzgados. Si a alguien lo denuncian una vez, y luego otra vez, y otra pareja más, por agresiones, por golpes, y ya son diez las denuncias, doce, dieciocho, ¿cómo es que no suena ninguna alarma?
Y es cierto que ningún policía nace femicida (aunque no sean pocos quienes maltratan en comisarías o celebran que se asesine delincuentes con sus armas reglamentarias); y está bien proponer reformas, capacitaciones; pero mientras tanto, si no están formados para eso, si son instituciones repletas de machistas que visten toga o uniforme, ¿por qué no crear otras, especializadas en violencia de género, con profesionales que elijan comprometerse en tal tarea?
Equipos con abogadas, psicólogas, trabajadoras sociales, educadoras, mujeres policías también, formadas con perspectiva de género. Un lugar, en cada pueblo, en cada barrio de cada ciudad, donde las mujeres (y travestis y trans y quienes sean) puedan ir sin que las juzguen por cómo están vestidas o les crean según cuánto lloren.
Donde cuenten lo sucedido una vez, para ya no tener que volverlo a contar, como si siempre se perdiera su declaración entre tanto papelerío y desinterés. Donde no trabajen los amigos de quien las violenta.
Y que no sea responsabilidad de la víctima encargarse de cada trámite, ni volverse experta en decodificar el engorroso lenguaje judicial, o darle seguimiento a procesos que demoran más allá de lo explicable. Que no tengan que estar pendientes de alertar si las medidas no se cumplen, de pedir que las renueven, de explicarle al agresor y al resto del mundo lo que puede y no puede hacer.
Un lugar al que puedan acudir a cualquier hora del día, en el cual puedan sentirse acompañadas. Que apoye gratuitamente a las víctimas incluso sin necesidad de denuncias formales. Que trabaje con la comunidad anticipando conflictos y malestares, proyectando cómo tratarnos bien y vivir mejor.
Un espacio, en definitiva, que atienda, y resuelva. Para que denunciar proteja, y no las desampare más de lo que ya están.

Hay medidas de pura urgencia, preventivas, elementales. ¿De qué sirve una perimetral si al agresor no se le monitorea mediante una tobillera? Si acá, en mi pueblo, o en donde vivas, alguien pide un botón antipánico para sentirse más segura, ¿se lo pueden dar?
Porque días antes de ser asesinada Úrsula pidió uno: el juez de paz de Rojas se limitó a mandar un mail solicitándolo al municipio, que nunca contestó. Bah, lo contestaron cuando Úrsula ya estaba muerta: no tenían suficientes. El aparato se puede comprar online, está a mil pesos.
Claro que estas medidas no alcanzan, no solucionan la violencia. Vigilan al machista cual si fuera un animal, que no se puede contener. Y habrá casos en que no haya otra opción más que encerrarlo por un tiempo, pero soy de quienes creen que la violencia aprendida en sociedad también se puede desaprender.
Por eso son necesarios espacios grupales e individuales donde los hombres puedan reconocer la violencia que ejercen, que también sufrieron, hacerse cargo de ella. Revisar sus privilegios, y la necesidad de controlar vidas que no les pertenecen. ¿Dónde podemos los varones desandar nuestro machismo? No sirve castigar sin ofrecer herramientas que permitan cambiar esto que somos, y que daña.
Puede que la participación en principio sea obligatoria, porque te denuncien; que te parezca ridículo hablar de lo que sentís, y bue. Si tuviste tantos huevos como para pegarle a una piba, animate ahora a enfrentar el macho que vive en vos.
El que te roba la confianza en quienes querés, la ternura de una caricia, la alegría de estar vivo y tener con quiénes compartirlo. ¿Me vas a negar que no tenés ni un problema cuando quienes te rodean ya no soportan tu compañía, te tienen miedo, se empiezan a alejar y te dejan de querer?
Justamente de eso se trata: de vincularte con otres que no te pongan cada segundo a prueba, a ver cuánto te la aguantás puto cagón que llora como una nena, como un bebé. De entender que no te hace fuerte querer resolverlo todo a las piñas. Que no es gracioso lastimar al debilucho, al que desprecies por extranjero, ni a un pajarito.
Tenés derecho a descubrir que la vida puede disfrutarse más de lo que se sufre. No todo es sacrificios, romperse el lomo para ganarse el pan. Que no dan premios ni es de héroe bancártelas solo, sin depender de nadie. Que no vale la pena pisar cabezas para llegar a la cima del éxito, ni ganarse el respeto de quienes nada saben sobre expresar afecto.
No se trata de justificar su violencia, de compadecerlos. Se trata de acompañar a quienes quieran y decidan cambiar, para que la crueldad no siga dirigiendo sus vidas. Porque el patriarcado también va a caer si son menos quienes lo sostienen, quienes lo sostenemos.

¿Cuánta violencia suma el maltrato en los lugares de trabajo? Obedecer diariamente los caprichos de un jefe, que te manda a realizar lo que nadie en su sano juicio elegiría hacer libremente. Lo que él mismo no hace, porque junta el dinero pero quien se esfuerza, y se arriesga, sos vos.
¿Cuánto cansancio por laburar muchas horas en trabajos que nadie valora, cuánta bronca contra los patrones a quienes solo se permite agradecerles, termina estallando como furia en el hogar?
¿Cuánta violencia suma no tener siquiera trabajo, en esta economía a la que cada vez le sobra más población? La desesperación de buscar lo que no hay, de ofrecerse a cambio de nada, con tal de llevar algo a casa, tratando de cumplir ese cada vez más imposible rol proveedor.
¿Qué respuestas les da el Estado, ese que está para garantizar derechos, a quienes decidiendo escapar de la violencia machista ya no tienen casa donde quedarse, ni ingresos con los cuales mantenerse, ni con quién dejar a sus hijes cuando la solicita el juzgado o tiene turno con la psicóloga? Si siempre es difícil salir de esas relaciones, imaginate cuando faltan las redes familiares, de amistades, comunitarias, que te cuiden, que te quieran.
Y es que tampoco sería justo que, para acceder a una vivienda; a un ingreso que te alcance para llegar a fin de mes sin depender de tu marido; a un sistema de cuidados de la infancia, de las personas mayores o con discapacidad; el requisito sea que te maltraten. Para que esas condiciones básicas de buen vivir sean una realidad en la vida de todes, además de al patriarcado, hay que tumbar el capitalismo.
Porque todo esto no es que sean ideas que les dirigentes desconocen, que no se les ocurren. Es sobre todo cuestión de plata, de presupuestos, y lamento comunicarles que al capitalismo que nos gobierna, en sus distintas variantes, ni le interesa calcular esos gastos.
Porque nunca considerarán racional ni viable lo que no resulte rentable para la minoría multimillonaria que reniega por dejarnos tan solo las migas de lo que colectivamente producimos en este país, de lo que acumulan explotando los “recursos” alambrados de nuestras tierras.
Mientras la riqueza nacional se siga yendo por la canaleta de la evasión fiscal y las deudas truchas con el FMI (que la plata se fuga lo saben desde Guzmán hasta Bonelli), no habrá bienestar general posible, ni políticas capaces de impedir que en Argentina contemos más mujeres asesinadas que días en el año.
Y siendo indiferentes a este tema no es posible ponerle fin al patriarcado, Alberto. Para empezar, podrías recibir al colectivo de Familiares Sobrevivientes de Femicidios, que este febrero por quinta vez intentaron reunirse con vos para entregarte el siguiente petitorio, muy representativo de cómo podría el Estado estar presente, además de creando más oficinas ministeriales:
• Cumplimiento efectivo de la pena: ningún femicida puede quedar en libertad sin que el Estado garantice que la cárcel no haya sido una escuela de más violencia.
• Ayuda inmediata a los hijos de víctimas de femicidios: los abuelos se hacen cargo desde el yogur hasta la psicóloga.
• Acompañamiento integral a las familias desde el Estado que incluya los recursos necesarios para llevar adelante el pedido de justicia: las familias deben pagar desde el ataúd hasta el abogado.
• Capacitación sobre femicidios a los jueces, fiscales y defensores judiciales: debe ser dada por los familiares, que somos expertos en el maltrato, misoginia y crueldad judicial.
• Reconocimiento de las familias como víctimas por parte del Estado, y su consecuente tratamiento.

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